A primera vista, la biografía de Wojtyla podría parecer la menos abocada al desenlace que todos conocemos, y sin embargo... En una reciente obra publicada en España (La experiencia humana elemental. Madrid, Ediciones Encuentro), el Patriarca de Venecia, Angelo Scola, dice que sólo se puede leer el magisterio de Juan Pablo II a la luz del poeta, filósofo y teólogo Karol Wojtyla: efectivamente, esta película nos hace comprender de manera eficaz, hasta qué punto la Providencia preparó a través de numerosas circunstancias, al hombre que la Iglesia necesitaba en el último cuarto del siglo XX. Viendo a ese joven que sufre bajo la ocupación nazi, que entiende la tradición y la cultura indisolublemente unidas a la experiencia de la libertad, que comparte el sufrimiento de su pueblo, que lucha contra la opresión con la palabra, que conoce las zozobras de la afectividad y el sabor dulce y amargo del trabajo humano, entendemos mejor el protagonismo del arzobispo Wojtyla en los debates conciliares, especialmente en la redacción de la Gaudium et Spes: los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo... son a la vez los de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.
La película nos muestra también la curiosa relación entre el Primado Wiszinsky y el joven obispo Wojtyla. El primero era un hombre de la vieja escuela, un verdadero príncipe de la gran Iglesia de Polonia, un hombre insobornable, de férrea voluntad curtida en la resistencia a los nazis y a los comunistas, que reflejaba el peso de su autoridad en cada uno de sus gestos. Resulta divertida su mirada de sorpresa cuando tiene delante por primera vez a ese joven cura tan atlético, que ha viajado en un camión cargado de sacos de harina para recibir la noticia de su nombramiento episcopal. Wiszinsky no es de los que se entregan a la primera y la película nos lo dejará ver en varias ocasiones. Reconoce y aprecia la personalidad y el trabajo de Wojtyla, aunque muchas veces le resultan extraños sus métodos, y su propio estilo personal. No faltan las discrepancias e incluso alguna reprimenda recibida con humildad, pero entre ellos va creciendo un afecto austero y profundo, que sólo se desvelará plenamente al final.
Un momento crucial de esta historia lo constituye la delicada elección del arzobispo de Cracovia, corazón cultural de la nación polaca. El modus vivendi alcanzado por Wiszinsky establece que la Iglesia propone a los candidatos, pero el Gobierno puede vetarlos indefinidamente. El Primado presenta hasta seis nombres que son sistemáticamente rechazados; sólo en séptimo lugar (G. Weigel, en su biografía de Juan Pablo II, duda si fue séptimo u octavo) se baraja el nombre de Wojtyla, a quien una parte del régimen consideraba más dúctil que Wiszinsky, y deseaba establecerlo como un posible contrapunto al Primado. La película crea la figura de un comunista que ha comprendido el peligro latente en Wojtyla desde su etapa de profesor de ética en Lublin, que se enfrenta a sus superiores profetizando: “cometéis un trágico error, camaradas”. ¿Cómo es posible que no se dieran cuenta? Lo cierto es que la ideología, el poder, nunca comprenden la naturaleza de la fe, como no entienden el secreto de su fuerza y de su tenacidad, ni su capacidad de alumbrar el misterio de ese drama que es la vida humana. Por eso se equivocaron con Wojtyla. Al concluir la película, me quedé pensando: ¡Dios mío, esto ha sucedido! No es una novela, como aquella de Morris West (Las sandalias del pescador) que yo leía en mi adolescencia.
Del mismo modo que se descubre el designio de Dios en el trasfondo de esta historia de nuestro tiempo, podemos descubrirlo también en la elección de Benedicto XVI. A un polaco le ha sucedido un alemán, ambos testigos de la tragedia europea del siglo XX, cuya raíz más profunda ha sido el rechazo de Dios y el consecuente desprecio de la dignidad sagrada de todo ser humano. Y si la Providencia preparó a Juan Pablo II a través de las circunstancias singulares de la biografía de Karol Wojtyla, también se desvela que ha preparado con singular cuidado, al hombre que necesitaba en Roma en este turbulento inicio de siglo. Pero eso será materia para otra ocasión.