En efecto, Joseph Ratzinger ha manifestado en muchos de sus escritos su admiración por las bases éticas que están en el origen de los Estados Unidos. En el libro escrito al alimón con Marcelo Pera, Sin raíces, dice:
Desde la Revolución Francesa se han desarrollado dos modelos europeos: en los países latinos ha prevalecido el modelo laico, donde el Estado se distingue netamente de los organismos religiosos, que se atribuyen al ámbito privado, y el propio Estado rechaza un fundamento religioso y se sabe fundado únicamente en la razón y sus intuiciones. Pero ante la fragilidad de la razón estos sistemas se han revelado endebles y propensos a caer víctimas de dictaduras. En el mundo germánico ha prevalecido el modelo de Iglesia y Estado propio del protestantismo liberal. Una religión cristiana ilustrada, esencialmente concebida como moral, garantiza un consenso moral y un fundamento religioso amplio. Entre los dos modelos se sitúa el modelo de Estados Unidos, que por una parte adopta un rígido dogma de separación sobre la base de las iglesias libres, y por otra, está plasmado por un consenso de fondo cristiano-protestante no definido en términos confesionales, sino ligado a una conciencia particular de misión religiosa en relación con el resto del mundo. De esta manera, la esfera religiosa adquiría un significativo peso público, se constituía en fuerza prepolítica y suprapolítica, potencialmente determinante para la vida política.
Y recordando las palabras de Tocqueville en La democracia en América, dice que éste había constatado que el sistema de reglas, de por sí inestable y fragmentario, con que estaba constituida la democracia americana, funcionaba solamente porque en esa sociedad estaba vigente todo un conjunto de convicciones religiosas y morales de inspiración cristiano-protestante, que nadie había prescrito ni definido, pero que se daba sin más por supuesto por parte de todos, como una base espiritual obvia.
El reconocimiento de tales orientaciones de fondo que determinaban a la sociedad desde el interior, prestó una fuerza especial al conjunto de los ordenamientos y definió los límites de la libertad individual desde el interior, ofreciendo de esta manera las condiciones necesarias para una libertad compartida y participada.
Es particularmente significativa la frase de Tocqueville: "El despotismo puede prescindir de la fe; la libertad, no". El propio John Adams dijo que la Constitución americana "está hecha sólo para un pueblo moral y religioso". ¿Por qué Europa no conoce un consenso del mismo género?
Ya hemos apuntado que la sociedad norteamericana fue constituida en gran parte por unos grupos que habían huido del sistema vigente en Europa entonces de iglesias de Estado, y encontrado su realización religiosa en las comunidades libres fuera de la Iglesia de Estado. El fundamento de la sociedad americana está constituido por lo tanto por las iglesias libres, para las cuales, a causa de su enfoque religioso, tiene un valor estructural no ser la Iglesia del Estado sino basarse en la unión libre de los individuos. Sobre esto señala Ratzinger:
En este sentido se puede afirmar que existe en la base de la sociedad americana una separación entre Estado e Iglesia reclamada por la misma religión; una separación motivada y estructurada de muy distinta manera a la impuesta, bajo el signo del conflicto, por la Revolución Francesa y los sistemas que vinieron después de ella. En Estados Unidos, en cambio, el Estado no es más que un espacio libre para las diversas comunidades religiosas. Una separación que tiene por objeto el que la Religión mantenga su propia naturaleza, que respeta y protege el espacio vital de ésta, distinto del Estado y de sus ordenamientos. Es una separación concebida positivamente.
En su libro El cristiano en la crisis de Europa enfrenta a nuestro continente con esta diferencia:
Prescindir de las raíces cristianas no es la expresión de una tolerancia exquisita que respeta todas las culturas de la misma manera, sin privilegiar a ninguna de ellas, sino elevar a la categoría de absoluto unas ideas y unas vivencias que se contraponen radicalmente a las demás culturas históricas de la humanidad. La verdadera contraposición que caracteriza al mundo presente no es la que se establece entre diversas culturas religiosas, sino la que se produce, por un lado, entre la emancipación radical del hombre con respecto a Dios y a las raíces de la vida, y por otro, entre las grandes raíces religiosas. Si se llega a un enfrentamiento de culturas, no será por un choque entre grandes religiones, sino por el conflicto entre esa emancipación radical del hombre y las grandes culturas históricas. (...) Para las culturas del mundo la profanidad absoluta que se ha ido formando en Occidente es algo profundamente extraño.
En Verdad, Valores, Poder da un toque de atención más concreto mediante la crítica a la "utopía banal" de Rorty, cuyo ideal es una sociedad en la que no existan valores ni criterios absolutos, sino que el bienestar sería lo único a lo que merecería la pena aspirar.
El positivismo estricto, que se expresa en la absolutización del principio mayoritario, se transforma antes o después en nihilismo. Tanto para la dictadura nacionalsocialista como para la comunista, ninguna acción era inmoral o mala en sí. Lo que servía a los fines del movimiento o del partido era bueno, por inhumano que fuese. Así se ha producido después de varios decenios la aniquilación del sentido moral, que se transformará en completo nihilismo cuando pierdan vigencia los fines anteriores y la libertad se reduzca tan sólo a la posibilidad de hacer todo lo que en algún momento pueda considerar interesante o entretenido, una libertad vacía.
En Europa apunta ya a la necesidad de una nueva brújula para la Europa nihilista:
Si la Ilustración fue en busca de los fundamentos morales válidos etsi Deus non daretur ("como si Dios no existiera"), hoy debemos invitar a nuestros amigos agnósticos a que se abran a una moral veluti si Deus daretur, el consejo que daba Pascal a sus amigos no creyentes. Kolakowski, que proviene de la experiencia de una sociedad ateo-agnóstica, ha mostrado magistralmente que, sin este punto absoluto de referencia, el obrar humano se pierde en la incertidumbre y queda inevitablemente a merced de las fuerzas del mal.
(...)
La Declaración Fundamental de los Derechos Humanos firmada en el año 48 después de la terrible prueba de la II Guerra Mundial, expresa incluso en el título la convicción de que los Derechos Humanos pertenecen al hombre por naturaleza, que el Estado los reconoce, pero no los confiere, que pertenecen a todos los hombres en cuanto seres humanos y no por características secundarias que otros tendrían derecho a determinar a su libre arbitrio.
Precisamente, entre los actos previstos en este viaje está realizar una alocución en la sede de Naciones Unidas, en el año que celebra el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Como acaba de apuntar George Weigel, Benedicto XVI no acude a la ONU para hacer alabanzas o lamentaciones. Lo más probable es que desafíe al órgano mundial a tomarse más en serio las verdades morales que fundamentan la dignidad humana, para cuya defensa se fundó la ONU; verdades morales que pueden ser conocidas mediante la razón. En Sin raíces denunciaba:
El relativismo, cuanto más llega a ser la forma de pensamiento generalmente aceptada, tiende más a la intolerancia y a convertirse en un nuevo dogmatismo. Mientras la fidelidad a los valores religiosos es tachada de intolerante, el patrón relativista se erige en obligación. Es muy importante oponerse a esta constricción de una nueva pseudoilustración que amenaza a la libertad de pensamiento así como a la libertad religiosa. El relativismo ha empezado a tomar cuerpo en Europa como una especie de nueva religión que pone límites a las convicciones religiosas y trata de someterlas todas ellas al superdogma del relativismo. El creyente no quiere y no puede imponer por la legislación jerarquías de valor que sólo en la fe se pueden reconocer y realizar. Puede reclamar solamente lo que pertenece a las bases de la humanidad accesibles a la razón y que por eso es esencial para la construcción de un buen orden jurídico. ¿Cuál es el mínimun moral accesible a la razón común a todos los hombres? Por eso es muy importante desarrollar una ética filosófica que, aun estando en armonía con la ética de la fe, debe sin embargo tener su propio espacio y su rigor lógico. La racionalidad de los argumentos debería colmar el foso entre la ética laica y la ética religiosa y fundar una ética de la razón que vaya más allá de dichas distinciones.
En su mensaje dirigido al pueblo americano antes del viaje, ha dado una pista de cuál es la brújula que frente a la desorientación nihilista-relativista de Occidente va a proponer a quienes quieran escuchar desde la razón y la buena voluntad: la llamada "regla áurea".
Haced a los demás lo que queréis que os hagan a vosotros, no hagáis lo que no queréis que os hagan. Esta "regla de oro" se encuentra en la Biblia, pero vale para todos, también para los no creyentes. Es la ley escrita en la conciencia humana, y sobre ella todos podemos estar de acuerdo, de modo que el encuentro de las diferencias sea positivo y constructivo para toda la humanidad.
Esta regla áurea se intuye ya en la Ética a Nicómaco de Aristóteles, y aunque al recogerla posteriormente el cristianismo amplió su perspectiva, está en sintonía con otras tradiciones sapienciales y religiosas. Proponer tratar a los demás como quisiera ser uno tratado por ellos parece un buen mínimun moral.
Nuevamente podemos acudir al análisis de Tocqueville en La democracia en América, que Ratzinger recoge en Verdad, Valores, Poder:
Una condición esencial para que se mantuviera unida esta formación constitutivamente quebradiza y fuera posible un orden de libertades en libertad vivida en común era, a juicio del gran pensador político, el que en América seguía viva la conciencia moral fundamental alimentada por el cristianismo protestante, la cual constituía el fundamento que sustentaba las instituciones y mecanismos democráticos. Sin convicciones morales comunes –señala Ratzinger– las instituciones no pueden durar ni surtir efecto. Las decisiones mayoritarias no pierden su condición verdaderamente humana y razonable cuando presuponen un sustrato básico de humanidad y lo respetan como verdadero bien común y condición de todos los demás bienes. Apartarse de las grandes fuerzas morales y religiosas de la propia historia es el suicidio de una cultura. Cultivar las evidencias morales esenciales, defenderlas, protegerlas como un bien común sin imponerlas por la fuerza, constituye una condición para mantener la libertad frente a todos los nihilismos y sus consecuencias totalitarias.
Sí. Benedicto admira la fortaleza moral de la sociedad americana y dirá en la ONU que existe un mínimun moral accesible a la razón común a todos los hombres, y que sin paz entre Razón y Religión se secan las fuentes de la moral y del Derecho.