Este es el meollo del anuncio. Más allá de si ofende o no, de si es o no blasfemo, el anuncio y el oráculo del profeta getafense son un exponente claro del relativismo moral de nuestra sociedad. Dado que el relativismo absoluto es imposible, se emplea más bien como coartada intelectual para la irresponsabilidad moral, es decir, para establecer una jerarquía de valores sin más referentes que el yo, pues éste y no el hombre, es el que se convierte en la verdadera medida de todas las cosas. El yo individualista es el valor absoluto y todo lo demás es relativo a él, sin más límites que las posibles reacciones de los demás que puedan suponer un inconveniente para la soberanía absoluta del augusto yo. Aunque no tan regio, pues el imperativo social en boga es: "Haz lo que te apetezca en cada momento".
Es decir, en realidad, quien aspira a regir nuestros destinos es la apetencia momentánea. ¿O no será que otros quieran imperar y que el camino más sencillo sea el de la anulación de la libertad responsable mediante la animalización de los ciudadanos del común? En cualquier caso, si no hay espíritu y solamente materia, ¿por qué el hombre va a tener unos parámetros de conducta distintos a los de los animales? Esta paulatina degradación del hombre es la ofensa permanente y de fondo a él y a Dios.
Pero nuestro profeta nos desvela además qué es un católico y no le falta razón. Porque hay dos tipos de católicos en nuestro relativista mundo. Uno, el que, diciéndolo brevemente, cree lo que confiesa en el credo, trata de vivir conforme a los diez mandamientos, celebra los siete sacramentos y reza el Padre Nuestro. Pero hay otro, el que se autodenomina católico y cuyo catolicismo no pasa de ser una vaga referencia sentimental a quién sabe qué; así, un católico puede ser no practicante, heterodoxo y casi lo que se le antoje. ¿Cuál es el mayoritario? Si lo fuera el primero, estoy convencido de que este tipo de cosas no pasarían con la frecuencia que pasan y que es rayana con la normalidad. Es más, si nuestra sociedad fuera mayoritariamente demócrata, tampoco pasarían estas cosas por puro repudio social, porque un auténtico demócrata necesita y desea que se respete a los demás.
Y claro, en un ambiente social acostumbrado a la tergiversación de la verdad y de la historia, el gran profeta getafense remata así la faena, haciendo gala de coherencia con su relativismo o acaso de ignorancia: "Además, todo lo que enseñamos en el anuncio está escrito en la Biblia". Vamos, ahora va a resultar que el equipo azulón se dedica a la catequesis y que judíos y cristianos, tal vez, tendrían que pagar un canon, no sé si voluntario u obligatorio, por las enseñanzas bíblicas tan rigurosamente emitidas y que contribuirán decisivamente al conocimiento al pie de la letra del Antiguo y Nuevo Testamentos.
Pero los hombres no surgimos por generación espontánea. El otro Ángel Torres, presidente de la Sociedad Anónima Deportiva que llegó a la final de la Copa del Rey, dijo que pedía perdón a quien pudiera haber ofendido el anuncio, que su intención no era tal y, como el pedir perdón debe ser también para él un término relativo, que no se retiraba nada. No dudo de que su intención no fuera ofender, porque da la impresión de que su intención era y es hacer negocio, ganar dinero; pero parece que aun a costa de los sentimientos religiosos de los demás. ¿Qué le parecería a Ángel Torres que otra empresa usara la imagen de sus jugadores y del club de cualquier manera para ganar dinero sin su permiso e incluso contra sus sentimientos deportivos? Porque, desengañémonos, aquí más que de una cuestión sobre la libertad de expresión, se trata de un problema de libertad de empresa. Como dicen en las películas de mafiosos cuando te van a dar dos tiros: "No es algo personal, es negocio".