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PROTOCOLO DE KIOTO

Aprovecharse de los créditos de emisión

Muchos líderes religiosos recordaron el Día de la Tierra, el 22 de Abril de este año, con más protestas porque Estados Unidos rehúsa ratificar el Protocolo de Kioto. En realidad, los creyentes –aunque no lo hagan sus líderes– deberían estar agradecidos de que el gobierno americano haya rechazado este tratado tan fundamentalmente defectuoso.

Muchos líderes religiosos recordaron el Día de la Tierra, el 22 de Abril de este año, con más protestas porque Estados Unidos rehúsa ratificar el Protocolo de Kioto. En realidad, los creyentes –aunque no lo hagan sus líderes– deberían estar agradecidos de que el gobierno americano haya rechazado este tratado tan fundamentalmente defectuoso.

Todo el alboroto que rodea a Kioto incluye un bulo sobre sus prescripciones, descritas como económicamente sensibles porque el acuerdo usaría soluciones "de mercado" para resolver el supuesto problema de las emisiones de los gases de efecto invernadero. La solución de Kioto creó un sistema de compraventa de créditos de emisiones en el que hay un número fijo de créditos totales que se reparten entre las naciones participantes, basándose en un patrón previo de emisiones de CO2 de cada país.

Las naciones que no necesitan todos sus créditos pueden vender los que les sobra a los países que necesitan más créditos para cumplir con los requisitos. Esto en teoría podría lograrse sin exceder las emisiones permitidas por el número conjunto de créditos de emisión, por lo que es más adecuado llamarlo "sistema de canje". Los líderes religiosos y morales también han sucumbido al encanto de soluciones tan económicamente sensibles; a principios de este año la Evangelical Climate Initiative específicamente suscribió esa política para reducir las emisiones de los gases de efecto invernadero usando "mecanismos de mercado que sean rentables como lo es el sistema de canje".

Esta parte del sistema de Kioto ha provocado una tendencia en la política de cambio climático, con recetas parecidas a las que había en el fallido anteproyecto de ley McCain-Lieberman de 2003 sobre el clima y que desde entonces se han convertido en una constante de las discusiones sobre el calentamiento global.

Pero resulta que esa solución de Kioto llamada "de mercado" está teniendo unas consecuencias inesperadas. Rusia, actualmente uno de los peores contaminadores y emisores de gases de efecto invernadero del mundo, está siendo recompensado por el sistema de canje. Como informaba Stephen Beard de la Radio Pública Nacional, Rusia tiene en sus manos casi mil millones de dólares en créditos de emisión.

La forma en la cual el plan de Kioto funciona es que el patrón de emisiones de CO2 se sitúa en el nivel de emisión que tenía el país en 1990. En ese tiempo, como bien dice Beard, Rusia "vomitaba contaminación" en números récord. Con la contracción de la economía rusa en los años 90, las emisiones industriales y domésticas bajaron radicalmente. En la actualidad, los niveles rusos de emisión de CO2 están muy por debajo de su nivel en 1990.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.Y aún así, las industrias rusas siguen siendo uno de los emisores más grandes de dióxido de carbono en el mundo. Sus plantas e instalaciones industriales tienden a ser obsoletas e ineficientes pero justamente debido a que tienen muchas menos de las que tenían en 1990, cuentan con un excedente de créditos de emisión.

De modo que, a pesar de las mejores intenciones del sistema de canje de Kioto, no hay un verdadero incentivo para que Rusia reduzca sus emisiones. Las industrias rusas pueden seguir usando sus ineficientes medios de producción mientras que disfrutan de los generosos frutos del plan de créditos de emisión.

La situación rusa debería servir como llamada de atención para esos grupos religiosos y de otra índole que han tratado de vender los incentivos "de mercado" que hay en los planes de canje de emisiones de CO2. La verdad es que esos "mercados" son conceptos artificiales creados por entidades políticas, en el caso de los estándares de Kioto, los gobiernos que han ratificado el tratado.

En este sentido, caracterizar los planes de canje como "de mercado" es bastante engañoso porque a estos sistemas les falta la elasticidad y la flexibilidad básicas de unos mercados generados de forma auténtica y espontánea. Los planes de canje no pueden prever los variados factores económicos y de otro tipo que afectan la situación de los participantes en el sistema. Muchas de las naciones, participantes por distintas razones, se están empezando a dar cuenta de las dificultades para cumplir con las metas del protocolo de Kioto y que se enfrentarán a durísimas multas por su incumplimiento.

El problema fundamental con el sistema de canje es que interpretan mal el papel del gobierno. Los gobiernos no crean mercados sino que les proveen con el marco necesario dentro de los que los mercados pueden funcionar. Este marco consiste en cosas como la aplicación constante del estado de derecho y la protección de los derechos de propiedad.

Las soluciones reales de mercado incluyen la posibilidad de una mayor eficiencia y una reducción en la contaminación que las nuevas tecnologías e innovaciones proporcionan. Tampoco dependen básicamente de la coacción gubernamental sino de la persuasión moral para llevar a cabo los cambios que se consideran beneficiosos. Esto salvaguarda la posibilidad de una auténtica alternativa virtuosa.

Los defensores de la guía medioambiental están obligados a prestar atención a los resultados del mundo real en temas de política gubernamental y no sólo en las buenas intenciones en las que se basen los programas. Mientras que Rusia saca ventaja del sistema de Kioto, los líderes religiosos y políticos necesitan ir más allá de la retórica "de mercado" sobre el sistema de canje y enfrentarse al fracaso del sistema para así implementar premios y castigos de manera justa.

 Acton InstituteJordan Ballor es editor asociado con el Instituto Acton para el Estudio de la Religión y la Libertad en Grand Rapids, Michigan.

* Traducción por Miryam Lindberg del texto original en inglés.
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