La cobardía moral de no pocos de los líderes occidentales que han callado ante las infundadas acusaciones contra Benedicto XVI, con motivo de una descontextualizada interpretación de sus palabras, es un síntoma nada desdeñable de la carencia de escrúpulos y de la falta de responsabilidad de no pocos de nuestros políticos. El fanatismo con que presentan sus cartas credenciales los representantes del islamismo radicalizado no puede tener como respuesta el silencio culpable y cómplice; no podemos declinar la responsabilidad de afrontar una cuestión que está en nuestras calles. El equilibrio internacional no se puede construir sobre el ejercicio mudo de la política de mirar para otro lado ante los gritos de guerra santa y de muerte a Occidente y a lo cristiano.
Lo que dijo el Papa en su última lección alemana es tan sencillo como complejo: que Occidente ha perdido sus referencias fundacionales y que la religión, cualquier religión, no es un instrumento de guerra, no es una semilla de la violencia. Es más, la razón, confirmada por la revelación de Dios, nos enseña que la naturaleza de Dios no es violenta. Si el Papa se ha empeñado en algo durante este breve tiempo de su pontificado es en hacernos entender que la naturaleza de Dios es el amor. No olvidemos que su primera encíclica se llama Deus Caritas Est.
No pensemos que los líderes occidentales son ingenuos, ni mucho menos. Exceptuando la encomiable declaración de los gobernantes alemanes y de algún destacado líder europeo, lo que saben, o intuyen, nuestros responsables políticos –más allá de sus cálculos estratégicos de los efectos de una palabra suya clarificadora en estos momentos– es que la verdadera crítica del Papa iba dirigida al Occidente, a una razón que ha abandonado a Dios y a una política que ha olvidado a Dios. El teólogo Samir Khalil Samir ha señalado que en la última lección del Papa se encuentra incluso una cierta sintonía de su autor con la tradición musulmana que critica el racionalismo ateo difundido en Occidente. La palabra clave de la conferencia del Papa es "razón".
El Papa ni ha estado ni está sólo, como han señalado algunos medios y mediadores laicistas. Le acompaña la razón histórica y la comunidad de quienes consideran la compatibilidad de la fe y de la razón, no sólo en el mismo principio, también en la misma meta. Paradójica respuesta la de quienes en el caso de las viñetas clamaban por una libertad de expresión hasta límites insospechados y acusaban, una vez más, a la religión de ser factor determinante de violencia; ahora, por eso de que quien ha hablado es el Papa, callan y, a lo sumo, solicitan una excusa, que es más una exigencia, una petición de prudencia, que ellos no tienen. ¿Por qué el pensamiento laico no ha salido en defensa de un Papa que les ha recordado los principios de la verdadera ilustración, de la auténtica modernidad? Ha habido quienes, incluso, han escrito que el Papa es un gran teólogo e intelectual –ahora, al menos, lo reconocen– pero no un avezado político, como si se estuvieran refiriendo al presidente de los Estados Unidos de América.
Pensar que, con esta polémica, a río revuelto, ganancia de perdedores, es un absurdo. Como muy ha dicho monseñor Charles Bo, SDB., arzobispo de Yangon (Rangoon): "Me entristece escuchar el malentendido con nuestros hermanos musulmanes a causa de lo que dijo nuestro Santo Padre Benedicto XVI. Dijo algo muy claro –explica el arzobispo salesiano–: que la violencia no es compatible con la naturaleza de Dios. Violencia y asesinato es lo contrario de la naturaleza de Dios. El Papa ha asumido plenamente el sentimiento y los deseos de millones de musulmanes que de una manera u otra dicen: 'la violencia y el Islam no pueden estar relacionados'."