Desde las primeras reuniones en torno a este proceso de Convergencia, han sido centrales las declaraciones en las que se considera que la unidad en los modos de concebir la docencia y la investigación en las diferentes universidades europeas son un elemento crucial para una verdadera unidad europea. “La declaración de la Sorbona (...) Subrayó el papel central de las universidades para el desarrollo de las dimensiones culturales europeas (...) La creación del área europea de educación superior es un camino para promover la movilidad, empleabilidad y desarrollo general del Continente”, en esta declaración se hacia referencia a la necesidad de redescubrir la libre circulación que caracterizó la universidad medieval y que generó una riqueza plural y unitaria, estábamos en mayo de 1998; en Bolonia se dio forma a algunas de las reformas concretas que se persiguen en la Europa del conocimiento, intentando establecer un sistema educativo de calidad y un referente europeo para el resto del mundo, era junio de 1999; después se han sucedido las reuniones de Praga, 2001, Berlín en el 2003; este verano se seguirá discutiendo sobre esta convergencia europea en la que confluyan las riquezas de nuestras universidades, será en Bergen. Además en España a todo este proceso de Convergencia europea se une una Reforma propia de la Universidad: el partido en el Gobierno prometió derogar la LOU que había aprobado el PP pero parece que el proceso para aprobar una nueva ley va a ser lento.
Estamos, pues ante movimientos legislativos y de ordenación universitaria importantes y, sin embargo, desde dentro de la universidad parece que lo que prima es la preocupación por ajustarse a unos plazos amenazantes que imponen los gobiernos universitarios o bien la búsqueda de atajos para ajustar en odres viejos las novedades que llegan desde Europa. Por otro lado, la sociedad mira con indiferencia lo que sucede en la universidad como si se tratase de un mundo ajeno, al que espía detrás de su fanal y, en el mejor de los casos, le concede subvenciones para la investigación científica o tecnológica, pocas veces se dirigen a las áreas de ciencias sociales y menos aún a las humanidades porque se consideran, erróneamente, poco rentables. Además en la relación propia del mundo universitario, es decir, la relación entre profesores y alumnos se ha llegado a un connivente “pacto de indiferencia”en donde el alumno pide poco al profesor a cambio de que el profesor le exija todavía menos. Justamente, todo el cambio se mira con escepticismo cuando se sigue defendiendo que el proceso de Reforma se debe llevar a cabo a coste cero como ya se hizo con la implantación de la LOU que no contó con recursos de financiación propios.
En esta situación verdaderamente lamentable, creo que el principal problema es que ya no se concibe la Universidad como lugar educativo y de formación investigadora conjunta; como decía más arriba, muchos profesores han dejado de creer en poder transmitir una hipótesis de significado a sus alumnos a través de un método razonable que les permita entrar en el conocimiento de la realidad, y a su vez, muchos alumnos ya no piden más que una calificación que les permita ser licenciados o ingenieros. Por eso, creo que la reforma de la universidad es urgente y junto con la de las enseñanzas medias el primer reto de la sociedad española porque ni el terrorismo, ni el paro ni las reformas de la Constitución española ni otros problemas podrán ser afrontados sin la apuesta por una educación a la altura de las circunstancias de nuestro siglo XXI. Las reformas en educación requieren un cierto compromiso por parte de los gobiernos porque son lentas y sus resultados no son inmediatos, como sí lo son las inversiones en las obras públicas o las reformas que producen un éxito y rédito político en la opinión pública. No obstante, las primeras constituyen el pilar de la construcción de una sociedad y la máxima responsabilidad de un gobierno.
Ya solamente por este motivo, saludo con esperanza el proceso de Convergencia europea que podría significar un cambio. Un cambio que, como cualquier dinámica de transformación real, debe partir desde las necesidades concretas. Esto lo entendieron muy bien los padres de Europa cuando comenzaron su construcción; incluso en aquel contexto desolador de después de la Segunda Guerra Mundial, el ímpetu ideal que los movió no se aplacó sino que dinamizó la construcción de la unidad. “Algunas personas lamentan que no hayamos afrontado de entrada el problema en su conjunto: hubieran preferido comenzar creando una autoridad europea integral, un Parlamento y un Gobierno europeo cuyos poderes vendrían definidos por una Constitución europea (…) Nuestras especulaciones no deben consistir en una finalidad en sí mismas. Europa no será un edificio duradero si es una obra prefabricada. Construimos en el terreno de lo concreto, no de lo abstracto; edificamos a medida que las necesidades se van presentando, con los recursos de los que se dispone en ese momento” (Schuman en una conferencia pronunciada en Pleyel en 1951, p. 69 del catálogo).
Como ellos, existen personas, asociaciones, departamentos y otras instituciones universitarias que están contribuyendo en esta construcción a partir de las necesidades y exigencias que en primer lugar los profesores, pero también los alumnos, o mejor, conjuntamente en la dinámica que nos une, son urgentes. Un ejemplo, entre otros muchos, es el de la Jornada sobre la educación que la Asociación para la Investigación y la Docencia “Universitas” organizó en la Universidad Complutense de Madrid el pasado 15 de marzo. En ella se contó con una serie de ponentes que creen en la universidad y en su vocación.