No voy a entrar a analizar la titularidad de los mismos, cosa que debiera haber correspondido a los tribunales, como en cualquier pleito sobre la propiedad. Ni voy a hablar de la conveniencia o no de la unidad de un archivo, dejémoselo a los expertos en archivística. Ni tan siquiera voy a tratar de lo que, desde mi punto de vista, es lo decisivo, aunque me da la impresión de que no se le ha dado la debida importancia, al menos por el tiempo y espacio dedicado a ello; se trata de que aunque la propiedad de los documentos fuera la Generalidad de Cataluña –que no hay que confundir con Cataluña– los papeles, estando en la sede del Archivo General de la Guerra Civil en Salamanca, no estaban fuera de Cataluña, pues una nación es un nosotros y, por tanto, todos estamos en todos y todos solidarizamos unos con otros. Ciertamente, más allá de un criterio archivístico, todo lo importante que sea, lo grave es la erosión del nosotros. Aunque esta última consideración tal vez, con el rumbo que va tomando la nación con los, por ahora, últimos pactos para la aprobación del nuevo Estatuto de Cataluña, pueda parecerles a algunos que no tiene sentido. Pero no es a esto a lo que voy. Dejemos de lado titularidad, archivística y nación, porque las actuaciones de los gobernantes, por muy legales que sean, se pueden hacer de tal manera que parezcan un martillazo.
En contraste con la blandura y tolerancia con que se trata a algunos, no precisamente por su respeto al imperio de la ley, mi querida Salamanca, en la que años de juventud pasé en sus aulas, ha sido tratada como si fuera a cometer una villanía. Proyectar sobre el otro que es malo y enemigo eso sí es empezar a abrir el Archivo de la Guerra Civil, porque en democracia el adversario político es eso y solamente es eso. Y es que los hombres nunca lo somos en solitario, yo soy siempre los demás y tratar a alguien como enemigo es siempre enemistarme conmigo mismo. Desgraciadamente el debate político se va enfangando en una polarización paulatina de buenos y malos en la que parece que algunos estén interesados en crear y otros en caer, tal vez porque su mentalidad no sea capaz de ir más allá del todo o nada. Con independencia del partido al que uno vote, ésta es una espiral que a nadie interesa y a todos acabará perjudicando. Por ello, ante una situación así, es muy importante preguntarse por la actitud a tomar, porque no basta con la respuesta emocional, es más, seguramente ésta sea la buscada. Para evitar la confusión de la irracionalidad y el emotivismo, no hay nada como pararse de cuando en cuando a pensar.
La victoria de los polarizadores no está únicamente en que el otro entre en la dinámica de ver al otro como enemigo, empezando por aceptar que él lo es del otro, como éste le hace entender, sino que también lo es el que, por no caer en ese juego, una de las partes se inhiba y deje hacer o se esconda. Acaso la peor coartada para ello sea apelar a una mal entendida resignación cristiana. Porque el cristianismo a lo que invita no es a huir de la realidad, sino a la aceptación de la misma tal y como se da. Esto es posible desde la fe en la Providencia, que lleva a ver que en la historia no hay rincones malditos dejados de la mano de Dios. Lo cual no lleva a un optimismo ingenuo, sino a comprender que lo negativo y el mal que hay en la historia son, en primer lugar, una invitación al compromiso a actuar positiva y abiertamente en la realización del bien común. Y es que Dios gusta de intervenir precisamente a través del obrar de los hombres que se dejan llevar por su soplo en la historia.
No hace demasiados años, era extrañísimo ver a alguien al que le hubiera ocurrido alguna injusticia, incluso un atentado terrorista, apelar ante un micrófono a la venganza. Desgraciadamente cada vez menudean más quienes se aferran al revanchismo. Las causas son múltiples, pero creo que una es sin duda la pérdida de fe en el que proclamó el amor a los enemigos como divisa de los suyos. La presencia significativa de la Iglesia pasa, entre otras cosas, por que a la luz del día los católicos se comprometan sin rencores con la sociedad.