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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Yo no voto

En plena campaña de las primeras elecciones libres desde 1936 publiqué, en Diario 16, un artículo con este mismo título. Desde luego, saludaba el inicio de la Transición, las elecciones, el renacimiento de las Cortes, la libertad de partidos y sindicatos, la libertad de la prensa, etc., pero al examinar las listas de candidatos y partidos decidí que no podía votar por ninguno, y en mi escrito aportaba mis porqués.

En plena campaña de las primeras elecciones libres desde 1936 publiqué, en Diario 16, un artículo con este mismo título. Desde luego, saludaba el inicio de la Transición, las elecciones, el renacimiento de las Cortes, la libertad de partidos y sindicatos, la libertad de la prensa, etc., pero al examinar las listas de candidatos y partidos decidí que no podía votar por ninguno, y en mi escrito aportaba mis porqués.
Al recordar, tantos años después, mi postura de entonces, debo reconocer que en ella había mucho del sectarismo del refugiado político que sólo había viajado a España clandestinamente para conspirar, de manera más o menos eficaz, y más bien menos, contra el franquismo, y finalmente constataba que no quedaba un franquista ni para un remedio. Salvo Blas Piñar.
 
Durante mis estancias clandestinas en la Madre Patria había conocido a todo tipo de militantes antifranquistas "del interior" –según decíamos en nuestra jerga–, pero una vez muerto Franco fueron engullidos por la masa de antifranquistas de la víspera, y si algunos, los que podían, escribían en la prensa o proclamaban en las asociaciones de barrio que habían sido antifranquistas desde siempre, y exigían medallas, prebendas y reconocimientos oficiales, nadie les hacía realmente caso, y poco pesaron en el desarrollo de los acontecimientos. Por no pesar no pesó ni el PCE, tan mimado por toda la izquierda europea, que apenas obtuvo el 9% en las primeras elecciones democráticas. Un chasco, para alegría de los españoles.
 
En una palabra: yo ni me creía ni me podía imaginar que Adolfo Suárez, ex secretario general del Movimiento, lo fuera a hacer tan bien como lo hizo. Bueno, nadie –ni nada– es perfecto. Pero con la distancia y ese escepticismo tolerante que procuran los años, y las desilusiones, ahora me digo que menos mal que ocurrió así, que la izquierda caballerista y la "extrema izquierda comunista" no lograron nada, y que la Transición fue, en lo esencial, obra de los franquistas. Hasta 1982, o sea, hasta la victoria de Felipe González. Éste no fue franquista ni caballerista, pero resultó ser un bandido.
 
Si me han entrado ganas de repetir aquel título es porque quiero recordar esos tiempos y porque quiero volver a expresar ese rechazo, aunque por razones muy diferentes. Y es que mi "Yo no voto" de hoy se refiere a la actualidad más actual.
 
Yo no he votado nunca, ni votaré, a Zapatero; sí he votado al PP, pero ya no lo haré más, si las cosas siguen así. El espectáculo que está brindando últimamente este partido me resulta lamentable.
 
No estoy así porque el PP haya perdido en las dos últimas generales. En 2004 cayó por el miedo al terrorismo islámico de una mayoría de los españoles, que tienen miedo a todo. Sin embargo, este año cayó en buena medida por la pésima campaña que hizo: dio la impresión de ser un partido sin alma ni cerebro, y propuso cosas tan parecidas a las que hace el PSOE, y tan diferentes a las que hizo Aznar, que muchos se preguntaron si valía la pena votarle.
 
Desde la derrota de marzo, las cosas no han hecho sino empeorar. Mariano Rajoy no para de repetir sandeces como: "Yo no he cambiado. Soy el mismo". ¡Pues espabílate y cambia, que ya va siendo hora! "Yo sé lo que hago, y lo diré todo la víspera del Congreso", dice también. Es éste un secretismo de cartón piedra, un maquiavelismo de pueblo y nada democrático sobre su nuevo equipo. Lo que quiere es hacer a Ruiz-Gallardón su lugarteniente, o uno de ellos, pero no se atreve a decirlo. ¿En qué armario se han encerrado los cojones en el PP?
 
Hay muchos rumores, zancadillas, personalismos, insinuaciones, malestares, cabreos, pero muy pocas ideas, y aún menos debate, ni sobre la situación del país, grave, con la huelga y las manifestaciones de los transportistas, los precios del petróleo, la carestía de la vida, la inflación, el aumento del paro; ni sobre la unidad de España y las exageraciones nacionalistas de los periféricos (al revés: se nota una voluntad de apaciguamiento, por ejemplo, con el PNV y con CiU, que son infinitamente más destructores de España que el PSOE, y ya es decir); ni sobre Europa, ni sobre la situación internacional, tan peligrosa, con la extensión del terrorismo islámico. Rajoy, como Zapatero, no hubiera enviado tropas a Irak. Rajoy, como Zapatero, hubiera desertado de las filas de la solidaridad democrática internacional.
 
Ni siquiera está claro qué tipo de sociedad defiende el PP, qué papel concede al Estado, qué haría para remediar el desastre de la enseñanza, la liquidación sistemática del español, etcétera.
 
Que en el congreso de un partido democrático se presenten proyectos diversos, con equipos y líderes diferentes, no sólo es lógico, sino positivo. Pero nada de eso ocurre. Los conatos de elaboración de una plataforma alternativa a Rajoy han fracasado, por falta de coherencia o de audacia o de lo que sea, con lo que el único candidato a la sucesión de Rajoy es Rajoy.
 
No todo es tan gris, aburrido, antipático en el PP. No todo se resume en la gestión burocrática de las derrotas, ni en la tentación de copiar aún más al PSOE, puesto que gana las elecciones, lo cual es una canallada imbécil. El otro día José María Aznar formuló críticas valientes e inteligentes, y todo el mundo recuerda la estupenda charla de Esperanza Aguirre en el Foro ABC. Podría citar otros ejemplos, pero eso no constituye una acción política suficiente para dar alma y cerebro al PP.
 
Y mientras tanto nuestra admirable María San Gil da un portazo y se va, Acebes y Zaplana se retiran de la vida política y las catástrofes se acumulan.
 
No votaré más a Rajoy; y a Ruiz-Gallardón, menos.
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