La escena es, por repetida, sobradamente conocida, tanto que, como los malos hábitos, suele convertirse en costumbre, pues, como sabemos gracias a Pascal, las costumbres se adoptan con violencia (la “fuerza de la costumbre”), mientras que los hábitos se adquieren por el poder de atracción de una creencia, “de suerte que nuestra alma caiga en ella naturalmente”. Cuando los usos se repiten hasta la saciedad, dejamos de prestarles atención y se nos imponen sin apenas darnos cuenta. Pondré un par de ejemplos. En el marco de los actos que están teniendo lugar en el centenario del nacimiento de Max Aub, una de sus hijas, Elena, presidenta de la fundación consagrada al escritor en Segorbe (Castellón), inauguró el pasado mes de abril en Madrid la exposición El universo de Max Aub. Nos encontramos en pleno éxtasis del “No a la guerra”, y los periodistas acosan a la protagonista del evento con el fin de arrancarle una inexcusable condena de la acción militar contra el régimen de Sadam Husein, dando por descontado que la hija de un exiliado republicano, de un socialista de toda la vida, no podía por menos que dar la razón a los suyos. Elena Aub no se salva del cerco, pero, para sorpresa de muchos añade a la condena exigida que su padre tampoco hubiera aprobado que se llamara “fascistas” y “asesinos” a los representantes legítimos del pueblo español, a sus gobernantes democráticos, ni que se les hostigara como se estaba haciendo, y como podía comprobar ella misma en aquella circunstancia. Mas, a continuación, y acaso alarmada del atrevimiento de sus palabras, se vio en la necesidad de puntualizar, para que quedara claro, y para maravilla de pocos: “Yo no soy del PP”.
Un mes más tarde, la periodista y escritora Elvira Lindo publica una columna, “Los indecisos”, en “El Diario Independiente de la Mañana”, donde sale al paso de la persecución lanzada contra Miriam Tey, directora del Instituto de la Mujer, libre editora y ciudadana, a raíz de la publicación del libro de Hernán Migoya, Todas putas, y a la que las izquierdas unidas y las asociaciones feministas empalmadas pretenden linchar sin compasión. La colaboradora de El País, no dispuesta a participar en esta cacería, acusa a los perseguidores perdigueros, si bien deja clarito que es mujer y feminista, y algo más: “no soy del PP ni lo seré”. Cuando estas cosas declara la escritora, las elecciones del 25-M están próximas, por lo que cree oportuno insistir en algunas cuestiones obvias: “Soy mujer, nunca votaré al PP, pero estoy entre el elevado número de indecisos”. Y de indecisas, faltó decirle.
Semejantes complejos de culpabilidad, problemas de conciencia, escrúpulos y reparos, parejo retraimiento, cuando no vergüenza, entre otras actitudes melindrosas exhibidas por tantas personas a la hora de mostrar la menor desafección y crítica a las izquierdas y la mínima expresión de simpatía o simple consentimiento puntual con la derecha, o sea, el PP, fijan un firme suelo sobre el que se afianzan el pensamiento único y el totalitarismo cultural (luego, también político), los prejuicios mezquinos, los miedos y zozobras, característicos de una sociedad cerrada y encogida, poco libre. Aléguese que se trata de posturas ingenuas, pero no inocentes.
En España, podrán asimismo realizarse progresos en pactos de Estado entre las fuerzas democráticas del arco parlamentario, o lo que queda de ellas. Podrán acordarse nominalmente un horizonte de acción política fundado en el diálogo, el consenso y la negociación. Pero todo ello sirve de poco —o mejor, resulta insuficiente— para la estabilidad de las instituciones y para civilizar el trato social, si no se frena el ansia de la oposición española —de izquierdas, regionalista y nacionalista— que le impulsa a no cerrar de una vez la Transición y a cuestionar permanentemente nuestro marco constitucional, y si no se dificulta desde los poderes mediáticos y grupos de presión la extensión entre la población —empezando por ellos mismos— de hábitos de convivencia pública liberal, de pedagogía social, de civismo y pluralismo democráticos, junto al rechazo del fanatismo, sectarismo y exacerbación en las ideas y creencias políticas.
Las izquierdas, con la callada complicidad oportunista de otras fuerzas políticas periféricas, se han marcado como objetivo unificado el expulsar al PP de la escena política, y, mientras tanto, el hacerle la vida imposible. Se le acusa de ser una fuerza incompatible con la democracia, se le niega el derecho al juego político, se le culpa de todos los males humanos y naturales que acaecen, se obliga a sus militantes al disimulo, se fomenta el crecimiento del voto secreto entre los electores del PP, se criminaliza y hostiga una opción política democrática (por lo demás, mayoritaria) y, como colofón de la estrategia de propaganda, tortura estalinista y sadismo totalitario, se le acusa de.... criminalizar y hostigar a todos los demás.
Esta práctica extremista ha capturado fatalmente, y para su fin final, al PSOE, con cuya complicidad, y la de las “fuerzas del trabajo y la cultura”, corrompe costumbres y usos sociales. Hoy para anular una postura política basta con calificarla/descalificarla como del PP, y con ello está todo dicho. Y sólo puede criticarse una actitud de izquierdas si quien lo hace también lo es; si se sospecha de derecha, ni hablar. Para acreditar este cuestionamiento, es necesario que quien lo profiera esté protegido ideológicamente y no sea sospechoso: “Fulano, que no es precisamente de derechas,...”.
El blindaje ideológico de las izquierdas y la sentencia a la muerte civil y política (preámbulo de la muerte física) del PP deben cesar, por ser conductas incompatibles con la libertad y la democracia. O, al menos, eso creo. Y conste que yo no soy... en fin, ya saben.