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OPOSICIÓN Y PANCARTA

Yak-42 y Prestige

¿Por qué la oposición izquierdista y nacionalista no ha reaccionado ante la tragedia del accidente aéreo en Turquía como lo hizo en el desastre del Prestige? ¿Y por qué tiene que buscarse siempre culpables tras la adversidad?

Ciertamente, ha sido aquélla una catástrofe bastante más cruenta y dramática que la del chapapote, por no citar el descarrilamiento de algunos trenes Talgo en los últimos meses, y que incitó al responsable de Economía del PSOE a echarle la culpa no sólo al Gobierno (lo cual es ya, a esta altura de la película, mera rutina) sino a su política neoliberal salvaje; sin embargo, ¿por qué se movilizaron entonces de manera tan convulsiva y ahora, ante la muerte de 62 militares españoles, muestran tanta moderación y serenidad? ¿Por qué se excitan y solidarizan tanto ante causas humanitarias en las más lejanas partes del mundo, mientras exhiben tamaña entereza ante una tragedia humana como la que ha afectado a nuestras Fuerzas Armadas en misión de paz en Afganistán?

Para sorpresa general, en la sesión parlamentaria de control al Gobierno del pasado día 28 de marzo, el líder socialista, no sólo no embistió contra el presidente Aznar sino que le perdonó la vida, por esta vez, y mostró su solidaridad para con los familiares de las víctimas del desastre del Yak-42. Poco más pudo verse, ni insultos ni pancartas. Tan sólo unas tímidas críticas, de clase turista (“se podía haber hecho mejor”) o preferente (“yo lo hubiese hecho mejor”), y, en fin, ya nos veremos la semana que viene... Unas horas después, podía verse a Zapatero, Llamazares y Anasagasti, entre otros dirigentes de la oposición, en las honras fúnebres con la misma dignidad y aplomo.

A los nacionalistas, la muerte accidental de miembros del Ejército español no les conmueve en demasía, como tampoco si es fruto de una acción terrorista. Durante las jornadas de luto oficial decretado por el Gobierno tras el siniestro, las banderas —no digo la enseña nacional, que en los territorios bajo control nacionalista brilla por su ausencia, sino las autonómicas y locales— no ondeaban a media asta, en señal de homenaje a los soldados españoles fallecidos, sino altivas, izadas hasta lo más alto. A la oposición de izquierdas la cosa también le viene de muy de lejos (nada menos que de Afganistán) y con dificilísimo margen de maniobra para la censura y la revuelta. Si critican al Gobierno por la falta de medios que padecen las Fuerzas Armadas, se colocan en una posición muy comprometida, incompatible con su propagada negativa a cualquier tipo de guerra y, por tanto, su postura a favor del desmantelamiento de los Ejércitos en general; una actitud tan expuesta que podía ser mal interpretada, como si alentase un drástico aumento del gasto público en Defensa, en perjuicio de gastos sociales. Tampoco pueden denunciar con demasiada acritud la inseguridad e incompetencia de la industria y servicios en las ex repúblicas soviéticas, como Ucrania (empresario de los Yak-42), porque ello supondría reconocer el tremendo desperfecto estructural acaecido en los sistemas socialistas, asunto éste muy proceloso que dejan para los fanáticos anticomunistas, siervos del imperialismo y ebrios de liberalismo. Nada comparado, pues, con el Prestige.

Algo más de ruido, furia e indignación ha podido constatarse, en cambio, por parte de algunos medios de la derecha, que sí han aprovechado la desgracia para criticar al Gobierno su mezquindad presupuestaria en temas militares y para reclamar una mayor generosidad en el gasto, para así adecuarlo convenientemente con las tareas que, ahora más que nunca, se demanda de las Fuerzas Armadas españolas en misiones internacionales; todo ello, debe puntualizarse, dentro de un orden y con buenas maneras; mas ¿es éste el momento oportuno para hacer presión o tomar decisiones precipitadas? Y, claro está, las familias han recibido con sumo dolor, plenamente comprensible, la tragedia, junto con el cuerpo difunto de sus seres queridos, como se puso de manifiesto en el luctuoso réquiem colectivo que se ofició en la base aérea de Torrejón. Con todo, mucho más ponderados han estado los altos mandos militares, quienes han reconocido, en efecto, las condiciones manifiestamente mejorables en que tienen que operar, pero señalando que todo ello no debería vincularse con el desafortunado accidente, el cual, por lo demás, parece deberse, según apuntan todos los indicios, a un fallo humano.

Los seres humanos suelen enfrentarse al Destino ordinariamente desde una actitud supersticiosa con rango de axioma: todo accidente tiene un culpable, como todo efecto tiene su causa. No importa el tipo de percance o siniestro de que se trate ni las circunstancias que lo rodeen, el ser humano sencillamente no se resigna a aceptar la desventura. Sea un terremoto, una inundación, una sequía, el hundimiento de un petrolero, o sea una adversidad menor, como podría ser... no sé: ¿qué adversidad se aceptará como menor, si se tiene por adversidad al fin y al cabo? Los hombres, por lo general, creen en la fortuna cuando les sonríe, y de hecho la entienden, como la suerte, en sentido convenientemente positivo: ambas no necesitan adjetivarse para quererse y entenderse habitualmente como buenas.

Sea, en suma, por efecto de la superstición, la desesperación, la comodidad, el terco descontento humano, la ley de Lynch o por oportunismo político, el caso es que tras un accidente los hombres elevan irremisiblemente al cielo, como plegarias, la sombra de una duda, la indignación y el ánimo de desquite contra algo o alguien, al fin de aliviar la pena. Son éstos sentimientos simples y precarios, aunque excusables cuando brotan de un dolor natural, pero ruines e injustificables, cuando proceden del cinismo político.

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