Aunque no hubo comunicación a las autoridades españolas sobre lo realmente tratado en la entrevista sostenida entre Hitler y Muñoz Grandes, eso no significó que no se produjeran filtraciones. Franco, que como hemos visto no estaba dispuesto a consentir una reconducción falangista de la situación española que pudiera desplazarle, iba a dar inicio a una nueva fase en su estrategia de poder. El pretexto para golpear a los opositores se lo proporcionarían los denominados “sucesos de Begoña”.
El domingo 16 de agosto de 1942, se celebró en el Santuario de Nuestra Señora de Begoña de Bilbao una acto religioso en sufragio por las almas de los requetés muertos en la guerra civil. Al finalizar los oficios, se produjo un incidente en el curso del cual se lanzó una bomba —hecho que se atribuyó a un falangista— y hubo varios heridos. Aquellos hechos derivaron en varias detenciones y en la condena a muerte de un falangista llamado Juan Domínguez. No resulta difícil ver en aquella decisión un deseo de encontrar un chivo expiatorio que sirviera para mostrar a la Falange cómo se actuaría frente a disidencias serias.
Los esfuerzos llevados a cabo por figuras relevantes de la Falange, como Narciso Perales, e incluso por el propio Führer, que concedió a Domínguez la “Cruz de la Orden del Águila Alemana” no sirvieron para salvar la vida del falangista, al que se llegó a acusar, injustamente, de ser un agente al servicio de Inglaterra. El 29 de septiembre Domínguez sería fusilado.
A principios de ese mes, Franco había desencadenado la crisis ministerial. El 2 de septiembre de 1942, siguiendo la táctica fernandina de “golpe al burro negro y golpe a burro blanco”, el Caudillo había cesado a Valera en el ministerio del Ejército, a Galarza en Gobernación y a Serrano en Asuntos Exteriores. Al día siguiente se había hecho pública la medida. De esta manera, los monárquicos no podrían desestabilizar la posición de Franco pero tampoco Falange aprovecharía el descontento creado por el fusilamiento de Domínguez. Aunque, en ocasiones, se ha interpretado la caída de Serrano como una muestra del cambio de política exterior de Franco en favor de una postura que ya no estaría marcada por la germanofilia, tal afirmación no se corresponde del todo con la realidad. De hecho, Franco no estaba dispuesto a ser derrocado por cierto sector de la Falange pero en aquella época seguía interesado en mantener la amistad con Alemania. Así, el 21 de septiembre, el Consejo de Ministros español formuló una declaración oficial que tenía como finalidad no sólo subrayar su adhesión al Eje sino también, muy posiblemente, evitar una injerencia interna de fatales consecuencias para Franco: “En cuanto a política exterior, el Gobierno reafirma la orientación sostenida durante los últimos seis años; consecuentemente con el espíritu de nuestra Cruzada, con el sentimiento anticomunista de nuestro Movimiento y con los imperativos del nuevo orden europeo”. El 7 de octubre de 1942, Franco, declaraba de igual manera ante el Consejo Nacional de la Falange: “Las revoluciones alemana, italiana y española son las fases de un mismo movimiento general...”.
Aquellas declaraciones no alteraron el ánimo de Hitler, pero no resulta menos cierto que éste no tardaría en dejar aparcada —siquiera momentáneamente— la posibilidad de derribar a Franco. Por un lado, la base del plan “Muñoz Grandes” había descansado sobre la esperanza de los triunfos que el general español obtendría en el frente pero éstos nunca se produjeron. El 27 de agosto de 1942, los soviéticos habían desencadenado un ataque en el frente de Leningrado en el que desbordaron a las fuerzas alemanas, incluida la División Azul. Las líneas quedaron estabilizadas el 10 de septiembre, pero para entonces Serrano Suñer, auténtica bestia negra del Führer, había caído ya y Hitler pensó que con él se alejaba de la cercanía de Franco una funesta presencia. De hecho, la caída del cuñado de Franco provocó los últimos comentarios sobre España recogidos en las Conversaciones de sobremesa de Hitler. Se sentía tan satisfecho por la desaparición del que consideraba un obstáculo para su política española que, al mediodía del 5 de septiembre, se permitió incluso pronunciar algunas palabras elogiosas sobre España. Por la noche, a punto de comenzar la batalla de Stalingrado, volvió de nuevo a proferir opiniones sobre el futuro español. A tenor de las mismas, era obvio que Hitler no había abandonado del todo la opción de un golpe falangista pero que lo difería hasta el final de la guerra. En cuanto a Franco, sólo le mereció un comentario irónico: “Si a Serrano Suñer se le hubiera dado la oportunidad, gradualmente hubiera articulado la aniquilación de la Falange y la restauración de la monarquía. Su caída en desgracia ha sido acelerada por mi reciente declaración en el sentido de que era un absoluto cerdo! Ciertamente Alfonso XIII era un hombre, pero también se acarreó la ruina. ¿Por qué, me pregunto, no mantuvo a Primo de Rivera? ¡Puedo entender la mayoría de las cosas pero nunca entenderé por qué cuando alguien se ha hecho con el poder no lo conserva con todas sus fuerzas! Cuando Franco aparece en público, siempre va rodeado por su Guardia mora. Ha asimilado todas las formas de la Realeza, y cuando regrese el Rey, ¡será el animador ideal! Estoy bastante seguro de que Serrano Suñer estaba controlado por el clero. Su plan era fundar una Unión Latina con Francia, Italia y España, y después colocarla al lado de Gran Bretaña —todo para tener la bendición del Arzobispo de Canterbury— con un poco de comunismo. Creo que una de las mejores cosas que hicimos fue permitir que la Legión española combatiera a nuestro lado. En la primera oportunidad condecoraré a Muñoz Grande (sic) con la Cruz de hierro con las hojas de roble y diamantes. Nos reportará dividendos. Los soldados, sean los que sean, siempre se entusiasman con un mando valiente. Cuando llegue la hora de que la Legión regrese a España, debemos reequiparla regiamente, darle parte del botín y un puñado de generales rusos como trofeos. Entonces tendrán una entrada triunfal en Madrid y su prestigio será inatacable”.
Hitler no lo sabía, pero jamás podría instaurar en España un régimen más identificado con la ideología fascista del que ya existía en esos momentos. No sólo eso. Los tiempos en que había podido influir en la situación política española y haber conseguido su entrada en guerra estaban ya acercándose a su fin y su intento de derribar a Franco había fracasado por completo. El mismo Muñoz Grandes, el factor en el que había puesto buena parte de sus esperanzas, se mostraría como un leal soldado del Caudillo, hasta el punto de que durante años sería el auténtico número dos del ejército español.
ENIGMAS DE LA HISTORIA
y 4. ¿Intentó Hitler derribar a Franco?
Hitler no lo sabía, pero jamás podría instaurar en España un régimen más identificado con la ideología fascista del que ya existía en esos momentos. Los españoles eran muy diferentes de lo que pensaba y los acontecimientos se iban a producir de una manera muy distinta a la imaginada por él.
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