Tal vez el ejemplo más claro en estos días sea la Argentina, pero los casos de marxismo diluido y recalentado en dos o hasta en tres ocasiones abundan en el continente.
En Argentina, el presidente Néstor Kirchner se ha rodeado, fiel a sus militancias de juventud, de los llamados “transversales”, personajes que fueron en su juventud “peronistas de izquierda” que releyeron el mensaje populista de Juan Domingo y Eva Perón en clave marxista. No en vano, el principal asesor de Kirchner en sus estrategias de comunicación social es el antiguo terrorista “montonero” Miguel Bonasso, periodista que se exilió en México durante los años de la dictadura militar y a quien más de un periodista mexicano ve como un maestro, aun cuando la experiencia de Bonasso pasaba más por las tareas de agitación y propaganda guerrillera, durante la llamada “guerra sucia”, que por el periodismo profesional.
Casos similares de políticos, funcionarios, “líderes de opinión”, ministros religiosos, que –a falta de otras herramientas intelectuales– siguen leyendo la realidad con categorías de marxismo recalentado (por ejemplo, las que apresuradamente recogieron del manualito de la chilena Martha Harnecker o las emotivas denuncias de Eduardo Galeano en sus “venas abiertas de América Latina”) son moneda común en nuestros países.
Ya se sabe que a la caída del Muro de Berlín, los marxistas descafeinados devinieron en “altermundistas”, ecologistas, globalifóbicos o socialburócratas, convencidos de que la gran marcha hacia adelante de la izquierda sigue siendo el camino para los países pobres. Ya no se trata de sacar de la pobreza a millones de miserables, sino de revivir la exaltación de los años 70 denunciando, como a los peores monstruos al mercado global, al presidente de Estados Unidos, al fantasmal neoliberalismo y a la competencia que dicen nos reduce a ser víctimas de un nefasto “darwinismo social”.
Prejuicios al uso:
1- Es axiomático que “el mercado se equivoca”, por lo tanto sea bienvenida toda regulación, restricción, subsidio proveniente del gobierno. ¿Resultado? Distorsiones de la oferta y la demanda que inhiben la competencia, encarecen bienes y servicios, generan desempleo y pobreza. Eso sí, hay rentas exorbitantes que se llevan los preferidos del gobierno.
2- Dado que toda riqueza proviene de algún género de explotación corrupta, es legítima la cultura del no-pago a los acreedores, que son los tenedores nominales de tales riquezas extraídas de la pobreza del pueblo. ¿Resultado? Se dinamita el Estado de Derecho, se ahuyentan las inversiones productivas, se saquean los activos del Estado; escasez endémica, inflación y caída de los salarios reales.