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LIBREPENSAMIENTOS

Voluntad de servidumbre

Sostiene el filósofo norteamericano Murray N. Rothbard que el problema central de la filosofía política se cifra en un asunto muy serio: el misterio de la obediencia civil, o por qué motivo las gentes acatan sin más las órdenes del Gobierno o del tirano, cuando los gobernados, los ciudadanos, son más que éstos y, por supuesto, podrían gobernarse a sí mismos mucho mejor, con menos costes y sufrimientos. Los hombres están capacitados para ello, pero sucede que, a menudo, no quieren, prefieren ser siervos por propia voluntad.

Sostiene el filósofo norteamericano Murray N. Rothbard que el problema central de la filosofía política se cifra en un asunto muy serio: el misterio de la obediencia civil, o por qué motivo las gentes acatan sin más las órdenes del Gobierno o del tirano, cuando los gobernados, los ciudadanos, son más que éstos y, por supuesto, podrían gobernarse a sí mismos mucho mejor, con menos costes y sufrimientos. Los hombres están capacitados para ello, pero sucede que, a menudo, no quieren, prefieren ser siervos por propia voluntad.
Murray N. Rothbard.
Rothbard ha dado a conocer estas consideraciones en bastantes de sus escritos, pero quiero llamar la atención ahora sobre uno de ellos en particular; aquel en que, a modo de introducción, presenta una de las traducciones al inglés del célebre opúsculo de Étienne de La Boétie Discurso de la servidumbre voluntaria, clásico de entre los clásicos estudios acerca de la "políticas de la obediencia", y que el lector interesado puede encontrar libremente en la página web del Ludwig von Mises Institute.
 
No cabe duda de que el breve texto de La Boétie, en realidad un folleto o panfleto, contiene una potencia discursiva que no se ha visto debilitada con el paso del tiempo. Acaso ocurra esto porque en sus páginas el autor penetra en un arcano que los hombres miran en todo tiempo y lugar con cierta aprensión, hasta el punto de que no lo ven. Aborda un tema casi tabú en el que los individuos ordinarios no gustan reconocerse, pues revela la faceta más mezquina de su ser, la molicie a la que se abandonan a poco que se descuiden, su falta de coraje y su debilidad de ánimo, su escasa estimación y poco aprecio por la libertad, todo lo cual conduce inexorablemente a una merma de la autoestima y el respeto propio, un paso previo para la irrefrenable corrupción moral y el envilecimiento. Nos las tenemos, entonces, ante una alteración del espíritu que sufre continuas recaídas a lo largo de la Historia, y sobre el que nos vemos urgidos a volver una y otra vez.
 
La Boétie escribe el discurso en plena juventud, en un contexto de fanatismo y de pasiones exaltadas, en un momento de la Francia del siglo XVI azotada por las querellas civiles, a las que han conducido las disputas sobre la preeminencia de la fe entre católicos y hugonotes y que arrastrarán el país al peor de los escenarios: las guerras de religión.
 
Etienne de la Boétie.Michel de Montaigne, íntimo amigo y principal albacea de su obra, es quien más contribuye a la celebridad de La Boétie, si bien muestra una gran cautela hacia el trabajo temprano del "hermano" de corazón. Aunque no lo desaprueba, lo cierto es que se resistió a hacerle un sitio en los Ensayos. No es éste el momento para dar detalles de este capital episodio de política y amistad, el cual he abordado en otro lugar, sino el de saber más acerca de la razón de esta dimisión del destino del hombre –la libertad– y qué le lleva a someterse, con su consentimiento, al tirano o simplemente a cualquier gobernante.
 
Los escritos en la línea de proclamación y aclamación de la libertad natural, así como de denuncia expresa de la tiranía, habían constituido en el Renacimiento una rica tradición de pensamiento. Sin embargo, en el texto de La Boétie se advierte una circunstancia extraordinaria que lo hace especialmente valioso: allí no sólo se hace culpable de la tiranía a la actuación directa del tirano, también a la participación del súbdito, quien con su aquiescencia, tácita o efectiva, o sólo con su omisión, hace posible que aquél exista. Dicho de otro modo: La Boétie pone de relieve en el fenómeno de la tiranía, además de la inmoralidad del amo, la inmoralidad del siervo cuando éste es cómplice de aquélla. Y es que sin la anuencia del pueblo puede, en efecto, alzarse el déspota, pero no mantenerse.
 
La siguiente declaración, contenida en La servidumbre voluntaria, sigue sonando en un registro trágico: "La libertad sola no la desean los hombres, por la sencilla razón, a mi entender, de que si la desearan, la tendrían". La paradoja de este suceso conlleva una tremenda fatalidad, a saber: los hombres, por su propia condición y naturaleza, están inclinados a la libertad y a la perfección personal, pues facultades y potencialidades no les faltan; no obstante, se dejan mandar, tutelar y explotar por exiguos "mandamases", por unos pocos caudillos que intentan aprovecharse del resto, y a veces, he aquí lo portentoso, por uno solo, al que todos temen y a quien, es más, en muy poco tiempo, llegan incluso a venerar.
 
¿Qué monstruoso vicio es éste, se pregunta La Boétie, que no merece ni siquiera el título de cobarde? ¿Lo llamaremos ruindad? ¿Desdén? ¿Villanía? El joven autor no se decide por el término apropiado. Mas ¿no ha dicho ya bastante para hacernos una idea de lo que hay?
 
Los hombres se someten a la servidumbre porque han hecho de esta conducta una costumbre. Se encadenan de inmediato a la inercia, a lo cómodo, a lo que ven hacer a los demás. Ahora bien, si el hombre es animal de costumbres, ¿por qué no promover en él hábitos más provechosos y menos corruptores? ¿Qué hacer, entonces, para que abomine de la condición de siervo y se niegue a obedecer sin más? He aquí, en verdad, la clave de la filosofía política. ¿Cómo actuar al respecto? A veces basta, para empezar, con tener el valor de pronunciar una simple palabra: "No". Este término es, sin exageración, determinante para la libertad, aunque a muchos sujetos se les atragante o les dé miedo pronunciarlo.
 
Detalle de la portada de la edición en alemán de LOS VERDUGOS VOLUNTARIOS DE HITLER.La tragedia de la servidumbre voluntaria se repite en innumerables escenarios, y siempre con similar destino aciago. En el pasado siglo cabe citar el Gulag. También, el Holocausto. ¿Cómo se llegó a esto? ¿Cómo es posible, se preguntaba hace pocos años Goldhagen, que un pueblo como el alemán llegase a constituir feroces falanges de servidores voluntarios de Hitler? ¿Quién les obligó a ello?
 
"Mi explicación, que constituye una novedad en la literatura sobre los perpetradores, es que a aquellos 'alemanes corrientes', pues eso eran ante todo, les impulsaba al antisemitismo, una clase particular de antisemitismo que les llevó a la conclusión de que los judíos tenían que morir. Sostengo que sus creencias, su tipo especial de antisemitismo, aunque no fue, desde luego, el único origen, constituyó uno de los orígenes más importantes e indispensables de sus acciones, y ha de ser un elemento esencial en toda explicación de esas acciones. En pocas palabras, tras haber examinado sus convicciones y su moralidad, tras llegar a la certeza de que la aniquilación en masa de los judíos era correcta, los perpetradores no quisieron negarse a cometer el genocidio" (Daniel Johan Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler).
 
La Boétie, siguiendo el gusto de la época y su formación humanística, refiere algunas páginas de la Antigüedad a fin de ilustrar su particular "historia de la infamia": las gestas de los reyes de Egipto, Asiria o Lidia y el comportamiento de sus súbditos. Si la Historia se repite, interpreta una parodia de sí misma muy ridícula. Tenemos ejemplos muy actuales, aunque ofrezcan un aire de dejà vu.
 
Hoy, en España, sin ir más lejos, algunos políticos han decidido que la mitad de la población tiene que morir (de momento, sólo) civilmente. Una parte considerable de esa multitud no acaba de verse señalada con semejante aviso. La otra mitad, la que supuestamente queda a salvo de la cacería, contempla la escena con una mórbida combinación de incredulidad y excitación. Los políticos que urden la trama dicen actuar en su nombre y encarnar la voluntad soberana. Demasiados de los aludidos vacilan: ni "sí" ni "no". ¿Es esto cobardía, ruindad, desdén o villanía, como se preguntaba hace quinientos años La Boétie hablando de siervos voluntarios?
 
Ojalá nadie tenga que escribir dentro de algunos años que, en la España de principios del siglo XXI, unos cuantos perpetraron la eliminación de la Nación, sacrificando con ella a miles de sus ciudadanos, mientras otros (¿cómo denominarlos?), por acción u omisión, con su consentimiento y, por tanto, de manera copartícipe, no quisieron negarse a que se cometiese la fechoría.
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