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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Vestidos nuevos para viejos imperios

Las naciones se han creado durante siglos, siglos de desastres y alegrías, siglos de epidemia y hambrunas, guerras de conquista, guerras de independencia y guerras civiles. Durante siglos se han ido forjando sus tradiciones, sus culturas, sus lenguas, sus religiones, durante siglos se han curtido sus pueblos, español, alemán, francés, polaco, italiano, checo, y los demás pueblos europeos. Lo mismo, o muy parecido, ha ocurrido en otras regiones del mundo, pero estoy hablando de Europa.

Las naciones se han creado durante siglos, siglos de desastres y alegrías, siglos de epidemia y hambrunas, guerras de conquista, guerras de independencia y guerras civiles. Durante siglos se han ido forjando sus tradiciones, sus culturas, sus lenguas, sus religiones, durante siglos se han curtido sus pueblos, español, alemán, francés, polaco, italiano, checo, y los demás pueblos europeos. Lo mismo, o muy parecido, ha ocurrido en otras regiones del mundo, pero estoy hablando de Europa.
Europa que colonizó las Américas, buena parte de Asia, África (¡un desastre!), Europa en donde nació hace más de dos siglos un fantástico desarrollo industrial, cultural y científico, y en paralelo aumentó el nivel de vida de sus ciudadanos. Europa, hoy, o más bien ayer, venida a menos y que algunos pretenden reconvertir en primer potencia mundial. Pero no serán cincuenta o cien políticos, tecnócratas, burócratas quienes van a imponer que las naciones ya no son soberanas, que un tratado formado donde sea, Roma, Maastricht, Niza, etc, por ministros de turno, va a poder anular a las naciones, el alma de las naciones, algo que no puede contabilizarse, que no se expresa en las estadísticas oficiales, pero algo que cuenta mucho más, en definitiva, que la firma de documentos por fantasmas.
 
Aunque pueda parecerlo a algunos, yo no soy adversario fanático de la idea de Europa, no soy "soberanista" como se dice hoy. Soy favorable a que se abran las fronteras, que exista más libertad de mercado, con mayor facilidad para los intercambios comerciales, industriales, culturales, para que un diploma de médico o arquitecto obtenido en Colonia o en Varsovia pueda ser válido en París o en Madrid. No voy a abrumar con detalles. Resumiendo, soy partidario de Europa cuando eso representa más apertura y libertad, peor me he convencido de que no se pueden suprimir a las naciones por decreto. ¿por decretos de quiénes, además? Y, une foie n´est pas coutume, me doy cuenta de que en este aspecto formo parte de la mayoría silenciosa europea, que expresa su inquietud, o su rechazo, de esa Europa construida desde arriba (el tejado, antes que los cimientos), con la abstención masiva en todas las elecciones europeas. Ya que nadie les consulta sobre lo que apoyan y lo que rechazan, en esta autoritaria construcción europea, se abstienen.
 
La dificultad que tienen los partidarios de este tipo de construcción europea, para lograr una adhesión masiva de los ciudadanos europeos, y transformar su escepticismo en entusiasmo, es que no quieren, o no pueden, decir la verdad. Y además, ni siquiera están de acuerdo. Se basan en los evidentes buenos resultados económicos del mercado común como trampolín para continuar pero eso no les basta y no pueden expresar claramente su ambición que es la de hacer de Europa el nuevo Imperio, capaz de enfrentarse y de vencer a los Estados Unidos. Su propaganda no lo dice así, su propaganda afirma que Europa unida, defenderá la paz, logrará imponer el derecho internacional, el desarrollo económico y el bienestar para sus ciudadanos. Pura filfa, lo que quieren es la guerra, una guerra peculiar, pero guerra.
 
Me ha llamado mucho la atención, no en los discursos oficiales, siempre igual de hueros, pero en la prensa, en libros y en conversaciones privadas, cómo se reivindican, en todo caso en Francia, a los Imperios y para no remontar demasiado en el tiempo, concretamente al Imperio austrohúngaro y al Imperio otomano. Ambos aniquilados por la guerra de 1914-18, o la Primera Guerra Mundial. La nueva Europa representaría para mentes “preclaras” e influyentes, el renacimiento del Imperio austrohúngaro, pero claro, aumentado y modernizado y con uniforme europeo. Y la adhesión de Turquía a la UE, el renacimiento del Imperio otomano, pero al revés o sea con capital en París o Berlín, o incluso en Bruselas y Estrasburgo, en todo caso más poder europeo en el mundo musulmán.
 
Como estas ambiciones imperiales, bastante chabacanas, no pueden expresarse claramente durante las elecciones europeas, ni en la Comisión ni en el Parlamento, estos objetivos ocultos, que a veces contradicen los discursos oficiales, crean malestar y escepticismo en los países europeos y la gente se refugia en la abstención. Muchos piensan: Europa, sí, o tal vez, pero esa, desde luego, no. La inmensa mayoría de los partidarios de esa Europa, que tampoco es la mía, tiene como principal objetivo, mal disimulado, la de ganar la guerra contra los USA. No se trata de desembarcar en Miami, o de bombardear la Casa Blanca (además, sin ejército), pero sí de intentar imponer a los Estados Unidos los criterios europeos en cuestiones políticas, económicas, diplomáticas y, mañana, hasta militares... Tenemos un ejemplo reciente, con la crisis iraquí, cuando países como Francia, apoyada hasta cierto punto por Alemania y otros (una minoría, pero una minoría que logró imponerse), apoyó la tiranía de Sadam Husein porque era antiyanqui y tenía petróleo. Y eso se refleja incluso en el reciente voto del Parlamento europeo, a favor de Borrell y contra Geremek, porque éste no es realmente “europeo”, o sea, antiyanqui. Y el PPE votó a favor de Borrell, ¡qué caradura tienen esos señores!
 
Podríamos soñar con una Europa de las naciones, solidaria en cuanto a progreso social y al desarrollo económico, abierta al mundo, sin crear un superestado burocrático, con ilusiones imperiales, o sea, también solidaria de las democracias, lo cual incluye a los USA, pero no únicamente en esta guerra sucia que las tiranías y su terrorismo islámico han declarado contra Occidente. Pero constatando que la construcción europea y su proyecto de Constitución van en sentido contrario, no nos queda más solución que la abstención, o mejor, el voto en contra, para salvar a Europa de los sueños imperiales y antidemocráticos de todos esos mequetrefes. Empezando por Chirac, no faltaba más.
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