Porque, como siempre, uno vota en contra. Yo, que formo parte de ese cuarentaytantos por ciento que nunca falla ante la urna, lo sé muy bien. Y los que hacen cuentas en la calle Génova pueden interpretarlo como quieran, pero ésa es la realidad: Rajoy no es ni de lejos alguien que se parezca a un líder.
El PP ha ganado en Galicia a pesar de, porque los del BNG han sido demasiado bestias, como pasa siempre cuando los nacionalistas radicales intervienen en gobierno; y, lo que es peor, el PSOE no perdió por sí mismo, sino por sus aliados. Y ahora resulta que Feijóo no tiene demasiado claro el tema de la lengua. ¿Cómo va a hacer una locura ese hombre? Digo, por ejemplo, darle un puesto con poder a Gloria Lago. Sí, lo sabemos, Fraga no hizo una política distinta de la Pujol en ese terreno mientras presidió la Xunta, y siendo ministro de Franco tuvo la maravillosa idea de dar premios nacionales en catalán, gallego y euskera. 1965. O sea, que de lo fundamental, con ellos allí, no cambia nada.
El PP ha pactado con el PSOE, en un gesto que le honra, para que Patxi López fuera presidente del gobierno vasco en lugar de Ibarreche. Victoria. Pírrica.
El PP tiene unos diputados más en Europa. Yo hubiese puesto en el sobre una papeleta de UPyD si poco antes de cerrar campaña al señor Sosa Wagner no se le hubiera ocurrido decir que Turquía tiene que entrar en la UE, que ya no es unión y está dejando de ser europea. Pero acabé poniendo una del PP porque sé que José María Aznar –lo que en modo alguno implica la totalidad de su partido– es partidario de que Israel forme parte de la UE y, sobre todo, de la OTAN: una pura expresión de deseos, pero la comparto. También, lo reconozco, porque es el partido de Esperanza Aguirre, cosa que debe de ocurrirnos a unos cuantos: es lo único que hice a favor, con el sueño de que un día esa señora tome las riendas del muy domado animalito.
O sea, voté contra el PSOE y contra el ingreso de Turquía. Cosas que, a la hora de la verdad, poca cosa significan. Puse la papeleta y la entregué a una señora muy amable que la puso en la urna: lo detallo porque me parece que éste es el único país democrático en que no es posible meter un sobre en una urna por propia mano; estuve viendo otras imágenes de las elecciones, procedentes de lugares tan remotos de Europa que las señoras iban a votar vestidas como las campesinas de las ilustraciones de los cuentos infantiles, y a ellas sí les permitían depositar su voto. Mucho me temo que no estemos aggiornados al respecto. O que el Estado haya decidido instalar precisamente allí, en el momento del voto, la primera separación estricta entre los políticos y los electores. O que el Estado nos considere absoluta y perdidamente infantiles. Yo salgo siempre con la impresión de haber participado en una ceremonia cuyas normas no acabo de entender. ¿Qué vamos a hacer con el voto electrónico? ¿Decirle a un fiscal qué botón nos gustaría apretar? Fin de la digresión.
O sea que llevamos tres elecciones: Galicia, País Vasco, europeas, en las que la conclusión es la siguiente: el PP obtiene triunfos raspaditos gracias a la desastrosa situación y a la impeorable gestión de los otros, y al día siguiente sale Rajoy en la prensa diciendo que el éxito confirma la validez de su estrategia y de su táctica, salidas, claro, del congreso del partido en Valencia, donde él hizo de Ceaucescu. Donde realmente se vio que lo que fuese que saliera de Valencia era un dislate fue en Cataluña, donde la autoridad que le acababa de dar el congreso le hizo sentir autorizado a una intervención caciquil que apartó a Daniel Sirera y a Montserrat Nebrera y confirmó el continuismo en la persona de Sánchez Camacho, para que el PPC no levante vuelo jamás de los jamases.
De momento, en los partidos españoles la democracia es el gobierno del aparato, para el aparato y por el aparato. Aunque se trate de un partido con un asombroso número de afiliados, como el PP, afiliados que no cortan ni pinchan cuando de tomas decisiones se trata. Que están allí por un acto de fe.
Por eso en el PSOE, que hace rato que pasa de afiliados, están tan contentos: porque estas elecciones no significan nada. Aunque al sonriente le dé vergüenza haberlas perdido y se encierre en su palacio a llorar con la cantante. No significan nada de cara a las generales, donde la gran masa del pueblo –como decía una canción populista que adornó mi infancia, la Marcha Peronista– sí saldrá de casa a votar al PSOE. (De paso: si alguien necesita una prueba de que a los socialistas les traían sin cuidado estas elecciones, ahí tienen al cabeza de lista, cantautor y dibujante ocasional que uno de estos días nos sorprende con algo en Bellas Artes).
Que no se engañe al amigo Rajoy: no es que el congreso de Valencia esto o aquello: es sólo que los demás son peores.
vazquezrial@gmail.com
www.vazquezrial.com
El PP ha ganado en Galicia a pesar de, porque los del BNG han sido demasiado bestias, como pasa siempre cuando los nacionalistas radicales intervienen en gobierno; y, lo que es peor, el PSOE no perdió por sí mismo, sino por sus aliados. Y ahora resulta que Feijóo no tiene demasiado claro el tema de la lengua. ¿Cómo va a hacer una locura ese hombre? Digo, por ejemplo, darle un puesto con poder a Gloria Lago. Sí, lo sabemos, Fraga no hizo una política distinta de la Pujol en ese terreno mientras presidió la Xunta, y siendo ministro de Franco tuvo la maravillosa idea de dar premios nacionales en catalán, gallego y euskera. 1965. O sea, que de lo fundamental, con ellos allí, no cambia nada.
El PP ha pactado con el PSOE, en un gesto que le honra, para que Patxi López fuera presidente del gobierno vasco en lugar de Ibarreche. Victoria. Pírrica.
El PP tiene unos diputados más en Europa. Yo hubiese puesto en el sobre una papeleta de UPyD si poco antes de cerrar campaña al señor Sosa Wagner no se le hubiera ocurrido decir que Turquía tiene que entrar en la UE, que ya no es unión y está dejando de ser europea. Pero acabé poniendo una del PP porque sé que José María Aznar –lo que en modo alguno implica la totalidad de su partido– es partidario de que Israel forme parte de la UE y, sobre todo, de la OTAN: una pura expresión de deseos, pero la comparto. También, lo reconozco, porque es el partido de Esperanza Aguirre, cosa que debe de ocurrirnos a unos cuantos: es lo único que hice a favor, con el sueño de que un día esa señora tome las riendas del muy domado animalito.
O sea, voté contra el PSOE y contra el ingreso de Turquía. Cosas que, a la hora de la verdad, poca cosa significan. Puse la papeleta y la entregué a una señora muy amable que la puso en la urna: lo detallo porque me parece que éste es el único país democrático en que no es posible meter un sobre en una urna por propia mano; estuve viendo otras imágenes de las elecciones, procedentes de lugares tan remotos de Europa que las señoras iban a votar vestidas como las campesinas de las ilustraciones de los cuentos infantiles, y a ellas sí les permitían depositar su voto. Mucho me temo que no estemos aggiornados al respecto. O que el Estado haya decidido instalar precisamente allí, en el momento del voto, la primera separación estricta entre los políticos y los electores. O que el Estado nos considere absoluta y perdidamente infantiles. Yo salgo siempre con la impresión de haber participado en una ceremonia cuyas normas no acabo de entender. ¿Qué vamos a hacer con el voto electrónico? ¿Decirle a un fiscal qué botón nos gustaría apretar? Fin de la digresión.
O sea que llevamos tres elecciones: Galicia, País Vasco, europeas, en las que la conclusión es la siguiente: el PP obtiene triunfos raspaditos gracias a la desastrosa situación y a la impeorable gestión de los otros, y al día siguiente sale Rajoy en la prensa diciendo que el éxito confirma la validez de su estrategia y de su táctica, salidas, claro, del congreso del partido en Valencia, donde él hizo de Ceaucescu. Donde realmente se vio que lo que fuese que saliera de Valencia era un dislate fue en Cataluña, donde la autoridad que le acababa de dar el congreso le hizo sentir autorizado a una intervención caciquil que apartó a Daniel Sirera y a Montserrat Nebrera y confirmó el continuismo en la persona de Sánchez Camacho, para que el PPC no levante vuelo jamás de los jamases.
De momento, en los partidos españoles la democracia es el gobierno del aparato, para el aparato y por el aparato. Aunque se trate de un partido con un asombroso número de afiliados, como el PP, afiliados que no cortan ni pinchan cuando de tomas decisiones se trata. Que están allí por un acto de fe.
Por eso en el PSOE, que hace rato que pasa de afiliados, están tan contentos: porque estas elecciones no significan nada. Aunque al sonriente le dé vergüenza haberlas perdido y se encierre en su palacio a llorar con la cantante. No significan nada de cara a las generales, donde la gran masa del pueblo –como decía una canción populista que adornó mi infancia, la Marcha Peronista– sí saldrá de casa a votar al PSOE. (De paso: si alguien necesita una prueba de que a los socialistas les traían sin cuidado estas elecciones, ahí tienen al cabeza de lista, cantautor y dibujante ocasional que uno de estos días nos sorprende con algo en Bellas Artes).
Que no se engañe al amigo Rajoy: no es que el congreso de Valencia esto o aquello: es sólo que los demás son peores.
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