La primera tarea que habría que afrontar para sacar a Cuba de la crisis en que se encuentra sumida, sería la aplicación de una radical reestructuración agraria, a fin de crear condiciones para la explotación racional y productiva de las áreas rurales, a través de la entrega de la tierra, actualmente administrada por el estado, a particulares y cooperativas independientes mediante arriendo con opción de compra, venta o entrega en usufructo, según las condiciones de los terrenos o la conveniencia social.
Esta medida daría cumplimiento al viejo sueño de que los cubanos dispusieran de la tierra, contemplado en el Artículo 90 de la Constitución de 1940, el cual proscribía el latifundio; así como en las ideas recogidas en la Ley de Reforma Agraria, suscrita el 17 de mayo de 1959, con el propósito incumplido de: “...la adecuada redistribución de la tierra entre gran número de pequeños propietarios y agricultores".
La injusta estructura agraria existente antes de 1959, calificada entonces como un obstáculo para el desarrollo de la nación por amplios sectores de la sociedad de diversos signos políticos, fue sustituida, después de esa fecha, por un latifundio estatal con peores características, que ha empobrecido y despoblado la campiña cubana, y ha degradado enormes áreas antes caracterizadas por su riqueza y fertilidad, mediante el pésimo laboreo y uso de las tierras.
Hoy, uno de los problemas más graves enfrentados por la sociedad es la alimentación del pueblo debido a que los bajos niveles productivos han creado una alta dependencia de la importación de alimentos. La oficialista Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANECC), en su V Congreso efectuado a fines del 2000, reconoció que el 55% de las calorías, el 50% de las proteínas y el 90% de las grasas consumidas por la población son adquiridas en el exterior.
Debe destacarse que las insuficientes compras externas de alimentos dependen de las magras disponibilidades de divisas, de manera que los porcentajes señalados por la ANECC serían muy superiores, de existir las posibilidades financieras para satisfacer mejor la demanda de la población.
La alimentación de la ciudadanía, sobrepasados los 40 años de racionamiento severo, ha empeorado notablemente en los más de 13 años que ya dura el Período Especial. A tal punto que este problema ha sido reflejado en informes de las instancias especializadas de las Naciones Unidas, como la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (WFP), en los cuales se ha destacado el constante crecimiento de la subalimentación, fundamentalmente en las regiones orientales del país.
Por otra parte, se conoce la destrucción acaecida en la industria azucarera con el cierre de 70 centrales en el 2002. Esto ha sido la culminación de un proceso de declive de la primera industria nacional, que mostraba los peores indicadores de producción de caña en el mundo desde hacía muchos años, según las estadísticas de la FAO.
Igualmente pudiera hablarse de la ganadería vacuna, constantemente diezmada. Una masa que en los años 1960 sobrepasaba los 7 millones de cabezas, hoy escasamente alcanza 4 millones de reses, de acuerdo con controvertidos datos oficiales. Desmedradas y con ridículos índices de producción, obligan a importar anualmente más de 80 millones de dólares en leche en polvo; volumen que ni siquiera alcanza para garantizar el consumo de los niños después de los 7 años de edad.
Paradójicamente, esta calamitosa situación se evidencia en un país, donde hay enormes extensiones de tierras ociosas o subutilizadas por el estado, lo que en más de una oportunidad ha sido por el actual Ministro de Agricultura. Cualquier observador que realice un pequeño recorrido por el país, puede apreciarlo.
Por todo lo anterior, se requiere la urgente remoción de la estructura agraria vigente, mediante la entrega de la tierra a los campesinos individuales y cooperativistas, y su liberación del excesivo tutelaje estatal.
Con ello toda la sociedad ganaría; se resolvería el grave problema alimentario; existirían mayores fuentes de trabajo; se enfrentaría una menor dependencia de las importaciones de alimento; habría considerables excedentes para exportar. Estas no son quimeras. Las transformaciones acaecidas en zonas rurales de China y Vietnam, son ejemplos concretos de que estos objetivos son perfectamente alcanzables mediante una racional reestructuración agraria que incentive y promueva la creatividad de nuestros hombres del campo.
Por supuesto, se entregarían tierras a personas o colectivos comprometidos a cultivarlas, con prioridad para los trabajadores que ya las laboran e individuos con conocimientos agrícolas. En primer lugar, deberían ser entregados los terrenos baldíos y subexplotados. En los cultivos como la caña, el arroz y otros, donde se requieren las grandes extensiones de tierra para la aplicación eficiente de la mecanización y otras técnicas avanzadas. Resultaría conveniente la creación de cooperativas independientes y modernas granjas, con o sin participación del Estado. El minifundio en modo alguno deberá ser favorecido.
Es oportuno recalcar que el concepto de cooperativización está referido a la libre y voluntaria asociación de los campesinos, en aras de incrementar la eficiencia y el beneficio para ellos en la gestión de las tierras. En este contexto, sería recomendable que las Cooperativas de Producción Agropecuarias (CPA) tuvieran la opción de permanecer como instituciones independientes o distribuir las tierras y recursos disponibles entre sus asociados. En cuanto a las Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC), se convertirían en verdaderas asociaciones de campesinos libres del tutelaje estatal y responsables de su destino como productores independientes.
La sociedad, a través del estado, deberá estimular la diversificación de la producción agrícola, por medio de políticas fiscales, créditos especiales, asistencia técnica a los campesinos, obras de infraestructura y otras medidas dirigidas a procurar el máximo autosostenimiento alimentario nacional, y crear excedentes exportables.
Los campesinos y cooperativistas estarían libres para cultivar lo que desearan; poner precios a sus productos, venderlos en el lugar y momento de su elección; y comprar los insumos y equipos, donde les resultara más convenientes; así como contratar directamente la fuerza de trabajo necesaria, respetando la legislación laboral.
Resultará indispensable la creación de empresas intermediarias, con o sin la participación estatal, como es usual en el mundo entero, para servir de vínculo entre el campo y la ciudad, caso de aceptarse por los agricultores.
Estas medidas no sólo serían provechosas para cientos de miles de campesinos y trabajadores agrícolas, quienes tendrían acceso a la tierra y, a la vez, se despojarían del asfixiante control estatal imperante, sino que al liberarse las fuerzas productivas en la agricultura, la producción de alimentos aumentaría significativamente, con una sensible mejoría en el nivel de vida de la población, que podría satisfacer sus necesidades alimentarías con artículos abundantes y de mayor calidad a precios asequibles. Como puede apreciarse, resulta un tema prioritario e indispensable para el progreso y la felicidad de los cubanos.
Oscar Espinosa Chepe es periodista y economista independiente en La Habana. Condenado en la última ola represiva a 20 años de cárcel.
Artículo publicado en el número 16 de la Revista Hispano Cubana