La barbarie juvenil de Pozuelo ha sido el último acontecimiento en desencadenar un sinfín de artículos de opinión sobre una juventud desnortada, sin valores, hedonista; sobre la responsabilidad de los padres y de la escuela. Artículos que han intentado responder a la pregunta sobre cuál es la raíz de la agresividad de los jóvenes, de su falta de respeto a la autoridad y de su desprecio a unas mínimas normas de convivencia.
Recuerdo una anécdota personal de hace años. Después de presentar a mis alumnos de Ética un estudio de la Fundación Santa María sobre los valores predominantes entre la juventud, les pregunté si estaban de acuerdo con el informe y les pedí que me dieran su opinión. La gran mayoría de la clase me informó de que lo que les ilusionaba eran las noches de juerga de los viernes –algunos empezaban el jueves– y los sábados. "¿Y el resto de la semana?", les pregunté. "¿El resto? Nos aburrimos", contestaron con una alegre despreocupación.
Lo que le pasa a nuestra juventud es que se aburre. Se aburre, en efecto, porque vive –vivimos– en una sociedad aburrida. Probablemente la palabra aburrimiento sea demasiado benevolente; deberíamos más bien hablar de tedio para describir el estado interior de buena parte de nuestra juventud y, también hay que decirlo, de muchos adultos.
En efecto, vivimos instalados en el tedio. Pero ¿cómo es posible vivir aburridos en una sociedad en la que se nos vende la diversión como modo de vida, de auténtica vida, frente al trabajo y el estudio?
La palabra española diversión procede de la latina de-vertere, que significa "enderezar hacia otro lado la propia atención"; quien se divierte orienta su atención –su inteligencia, su voluntad y sus sentimientos– en una dirección distinta de la prevista. El hombre divertido distrae su atención hacia un punto distinto del punto central.
Digo esto porque, ante tanta reflexión sociológica, psicológica, pedagógica, política y escatológica, no estaría mal leer a Blaise Pascal. En su libro Pensamientos dedica unas reflexiones sobre lo que llama "el divertimento" (divertissement). Les invito a que lean especialmente el pensamiento número 136. Transcribo algunas líneas sueltas:
Recuerdo una anécdota personal de hace años. Después de presentar a mis alumnos de Ética un estudio de la Fundación Santa María sobre los valores predominantes entre la juventud, les pregunté si estaban de acuerdo con el informe y les pedí que me dieran su opinión. La gran mayoría de la clase me informó de que lo que les ilusionaba eran las noches de juerga de los viernes –algunos empezaban el jueves– y los sábados. "¿Y el resto de la semana?", les pregunté. "¿El resto? Nos aburrimos", contestaron con una alegre despreocupación.
Lo que le pasa a nuestra juventud es que se aburre. Se aburre, en efecto, porque vive –vivimos– en una sociedad aburrida. Probablemente la palabra aburrimiento sea demasiado benevolente; deberíamos más bien hablar de tedio para describir el estado interior de buena parte de nuestra juventud y, también hay que decirlo, de muchos adultos.
En efecto, vivimos instalados en el tedio. Pero ¿cómo es posible vivir aburridos en una sociedad en la que se nos vende la diversión como modo de vida, de auténtica vida, frente al trabajo y el estudio?
La palabra española diversión procede de la latina de-vertere, que significa "enderezar hacia otro lado la propia atención"; quien se divierte orienta su atención –su inteligencia, su voluntad y sus sentimientos– en una dirección distinta de la prevista. El hombre divertido distrae su atención hacia un punto distinto del punto central.
Digo esto porque, ante tanta reflexión sociológica, psicológica, pedagógica, política y escatológica, no estaría mal leer a Blaise Pascal. En su libro Pensamientos dedica unas reflexiones sobre lo que llama "el divertimento" (divertissement). Les invito a que lean especialmente el pensamiento número 136. Transcribo algunas líneas sueltas:
El único bien de los hombres consiste, pues, en estar divertidos, en no pensar en su condición, bien por una ocupación que les aparte de ello, bien por cualquier pasión agradable y nueva que les entretenga, bien por el juego, la caza, cualquier espectáculo atractivo, y, en fin, por lo que se llama divertimento.
De ahí viene que el juego y la conversación de las mujeres, la guerra, los grandes empleos, estén tan solicitados. Esto no significa que haya ahí felicidad, ni que uno se imagine que la verdadera dicha sea tener el dinero que se pueda ganar en el juego (...) No es este uso suave y apacible y que nos deja pensar en nuestra desgraciada condición lo que se busca (...), sino el ajetreo que nos impide pensar en ello y nos divierte. Razón por la que se ama más a la caza que la presa.
En el pensamiento 139 Pascal remacha escribiendo:
¡Qué vacío y lleno de basura está el corazón del hombre!
La sugerencia de Pascal es extremadamente interesante. La diversión es el modo que tenemos para evitar el esfuerzo y el dolor de saber quiénes somos, qué queremos, qué significado damos a nuestra existencia, qué proyectos deseamos realizar. La diversión, en ese sentido, des-orienta de lo principal de toda vida humana, que es afrontar la pregunta sobre el significado de la existencia. El tedio es ese estado difuso, pero cada vez más denso, inefable y palpable a la vez, en el que el individuo divertido se va sumergiendo imperceptiblemente. No es cierto, pues, que diversión y aburrimiento se contrapongan en nuestras sociedades. Nuestros jóvenes –y nosotros con ellos– estamos profundamente aburridos, porque estamos constantemente divirtiéndonos. Vivimos en una sociedad aburridísima, porque es divertidísima. Necesitamos un tratado sobre el tedio.
Mucho me temo que el botellón y otras manifestaciones degeneradas de nuestra juventud no se arreglan con consejos paternalistas o con buenas intenciones. No seré yo quien relativice la importancia de la educación en las familias o en las escuelas, pero el problema es más hondo.
En el número 81 de Fides et Ratio, Juan Pablo II reconocía: "Uno de los elementos más importantes de nuestra condición actual es la crisis de sentido". Líneas después añadía: "Muchos se preguntan si todavía tiene sentido planearse la cuestión del sentido". Esta sociedad está en profunda crisis, porque hay una crisis de sentido. Los jóvenes, sin saberlo, expresan a su modo esta crisis mediante la diversión. La diversión es la manera habitual, entre jóvenes y adultos, de zafarse de la pregunta por el sentido. Es una crisis generalizada, que involucra a ricos y pobres, a hombres y mujeres, a jóvenes y adultos. El verdadero fracaso educativo no está en el número de alumnos que no obtienen el título de la ESO o en la ineficacia (lógica) de la paparrucha de la educación en valores; está en que los jóvenes viven desamparados ante una sociedad que, como escribía Pascal, les llena el corazón de vacío y de basura.
Y a pesar de todo hay esperanza. No está en la política ni en la pedagogía. Está en Dios. Con celebérrimas palabras de San Agustín:
Mucho me temo que el botellón y otras manifestaciones degeneradas de nuestra juventud no se arreglan con consejos paternalistas o con buenas intenciones. No seré yo quien relativice la importancia de la educación en las familias o en las escuelas, pero el problema es más hondo.
En el número 81 de Fides et Ratio, Juan Pablo II reconocía: "Uno de los elementos más importantes de nuestra condición actual es la crisis de sentido". Líneas después añadía: "Muchos se preguntan si todavía tiene sentido planearse la cuestión del sentido". Esta sociedad está en profunda crisis, porque hay una crisis de sentido. Los jóvenes, sin saberlo, expresan a su modo esta crisis mediante la diversión. La diversión es la manera habitual, entre jóvenes y adultos, de zafarse de la pregunta por el sentido. Es una crisis generalizada, que involucra a ricos y pobres, a hombres y mujeres, a jóvenes y adultos. El verdadero fracaso educativo no está en el número de alumnos que no obtienen el título de la ESO o en la ineficacia (lógica) de la paparrucha de la educación en valores; está en que los jóvenes viven desamparados ante una sociedad que, como escribía Pascal, les llena el corazón de vacío y de basura.
Y a pesar de todo hay esperanza. No está en la política ni en la pedagogía. Está en Dios. Con celebérrimas palabras de San Agustín:
Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti.