Jean-Marie Soutou, el marido de mi hermana Maribel, era electricista de profesión, o más bien de origen. La primera vez que le vimos fue en Lequeitio en 1936 cuando nuestras veraniegas vacaciones fueron, si no interrumpidas, algo trastornadas, debido al comienzo de la guerra civil. Un día, debió ser en agosto, llegó a la casa que alquilábamos, la “casa del puente”, un joven francés que quería hacer una entrevista a nuestro padre, para la revista Esprit. Las razones eran sencillas: Soutou formaba parte de los “equipos Esprit”, una asociación de cristianos sociales que desarrollaban toda una serie de actividades, una de las ellas la formación de sus miembros de origen modesto. Revista y movimiento eran dirigidos por Emmanuel Mounier y nuestro padre, en la misma onda del catolicismo social, conocía a Mounier, y había publicado algo en Esprit.
Pues bien, ese día se presenta en la “casa del puente” un joven francés de 23 años y a nosotros los peques (yo tenía nueve) nos hace gracia. Primero por su gran pañuelo rojo en torno al cuello, muy UHP, y sobre todo por su acento. Los niños son intolerantes. Hablaba el español con soltura pero con acento, los franceses jamás atrapan las erres y aún menos las jotas españolas. Esta fue la impresión de los peques pero a mi padre le encantó ese joven francés, proletario, católico, antifascista y además leído y cuando fue nombrado encargado de Negocios de la República en La Haya, le contrató como secretario particular. Mientras tanto, habíamos huido de Lequeitio y en barco (¡qué noche tan maravillosa!), llegamos a Bayona. Allí, los “equipos Esprit” se hicieron cargo de la familia Semprún (el padre, la madrastra, siete hermanos y la chacha Acacia), que fue acogida en un hotel de Stelle-Betharràm, poblacho vecino a Pau y cuyo propietario era el hermano mayor de Jean-Marie Soutou.
A éste le recuerdo en aquel periodo como a un joven muy nervioso –o enérgico– que conducía a toda velocidad un pequeño coche –tal vez un “Juva-Quatre”. En La Haya, Jean-Marie, por su inteligencia y cultura, impresionó a mis hermanos mayores y ¡no hablemos de mis hermanas! Se casó con Maribel en Lyon en 1942 creo. Participó activamente en la Resistencia, en el seno de una organización legal, Jeune France, que desarrollaba cantidad de actividades ilegales contra los nazis que ocupaban Francia. No se trataba de Resistencia armada, sino de información –estaban en relaciones con el Intelligence Service británico, cuya labor en la resistencia francesa fue fundamental, aunque siempre ocultada por la propaganda oficial, gaullocomunista– y de ayuda concreta, documentación falsa, escondites, etcétera, para los perseguidos por los nazis o la policía de Vichy y muy concretamente los judíos. Precisaré que a Lyon se la ha calificado en diversas ocasiones de “capital de la Resistencia”.
Detenido en 1943, Jean-Marie se ve sometido a la tortura, con el suplicio de la bañera por ejemplo. No “cantó”. A nosotros nos ha contado que habiendo sido abandonado, entre dos palizas, en un despacho, con una mecanógrafa, ésta murmuró: “No diga nada. No saben nada”. Jean-Marie reaccionó bien porque, claro, podía haber sido una trampa: dejarle solo con una mecanógrafa, que le susurra algo así como: “Nosotros sabemos, pero ellos no”, podía conducir a un detenido, agotado por los malos tratos, a soltar alguna imprudencia. Por ello, Jean-Marie, respondió airadamente: “Pero ¿qué voy a decir? ¡Si no sé nada! ¡Si soy totalmente inocente! ¡Esto no tiene ni pies ni cabeza!” Luego nos contó que esa frasecita de la mecanógrafa le dio el coraje para afrontar las siguientes torturas. Le soltaron. Pero, poco tiempo después, un resistente “agente doble”, que trabajaba en ya no recuerdo cuál de los servicios oficiales de Vichy, le avisó que iban a detenerle de nuevo. “Y esta vez es aún más grave, es la Gestapo”.
Jean-Marie y su esposa, mi hermana, huyeron a Suiza por la pista organizada por su red de resistencia y que terminaba con una larga caminata a pie cruzando las montañas. Maribel estaba encinta de Georges-Henri, el historiador, que ha escrito entre otros el excelente libro: La Guerre de Cinquante Ans (sobre la guerra fría). En Ginebra, debía de ser a finales de 1943, Soutou pasa a formar parte de la delegación exterior del Gobierno provisional del General de Gaulle cuya sede estaba en Argel. Y me imagino que entonces y después de su experiencia en La Haya se le mete en el cuerpo el virus de la diplomacia y en diplomático se convierte al terminar la guerra. Pero como no tiene diplomas universitarios, ni siquiera el bachillerato –no olvidemos que era electricista–, tiene que pasar un concurso especial, planeado para gentes como él procedentes de la Resistencia pero sin diplomas. Debían de ser bastantes porque no me imagino que se organizara un tal concurso para un par de personas. Pasó, sin dificultades, dicho concurso, y fue diplomático, hasta su jubilación.
De su brillante carrera no diré nada, sería demasiado largo, salvo que debe de haber sido el único electricista que llegó a embajador, y secretario general del Quay d´Orsay (cargo que despeñó antes, mi admirado Saint-John Perse). Me interesa más señalar que Jean-Marie, democristiano, siempre fue anticomunista y sus diferentes cargos en las embajadas francesas, en Belgrado, Moscú, etcétera, no le hicieron cambiar de opinión, más bien al revés. Aunque deba precisar que, en nuestras conversaciones, yo que había sido comunista, y me había convertido en anticomunista furibundo, consideraba que se hacía demasiadas ilusiones en cuanto al reformismo de Kruchov, y sobre todo de Gorbachov. Yo pensaba que esa gangrena no podía curarse con pomadas, que había que cortar por lo sano. Y sigo convencido de que tenía razón, incluso si no había previsto las modalidades de ese bienvenido descalabro, como tantos que presumen ahora de haberlo previsto todo, y siguen marxistas.
Director de gabinete de Mendes-France, quien era tan anticomunista como él, pese a la embustera leyenda de la izquierda unida jamás vencida (Mendes fue el único Primer Ministro de izquierdas que se negó públicamente a aceptar los votos comunistas en el Parlamento, ni León Blum, ni Guy Mollet, se atrevieron a hacer lo mismo). Soutou se negó a desempeñar el menor cargo considerado como “político” en la diplomacia mientras de Gaulle estuvo en el poder (1958/1969). Le consideraba demasiado antinorteamerciano, anti OTAN, anti europeo, y jugando un juego sucio y peligroso, en relación con la URSS. Creo que jamás fue miembro de ningún partido, pero su familia política fue, con sus diferentes siglas, la de Jean Lecanuet, Giscard D´Estaing y, hoy, venida a menos, François Bayrou. Y en el mismo sentido, también fue un entusiasta partidario de Europa, entusiasmo que yo jamás compartí del todo. Pero, dicho todo esto deprisa y corriendo, nunca perdió su espíritu crítico incluso en relación con los “suyos” ni se oponía sistemáticamente a todo lo que podía hacer la izquierda, en el Gobierno, como en la oposición. Le oí mil veces declarar risueño: “Maribel se enfada cuando digo que soy de izquierdas, pero es cierto que en muchos aspectos, lo sigo siendo”.
Resumir en pocas líneas una vida tan llena de peripecias, y relativamente larga, puede aparecer como una “traición”. Espero, sin embargo, haber mostrado algo de mi amistad y de mi pena. No hablaré de su carácter de bon vivant (cocinaba mucho mejor que Xavier Domingo, pongamos), ni de su afición por la literatura, o la música, ni de mil cosas más que dan salero a la vida. Terminaré, para seguir en la misma onda, refiriéndome a nuestras últimas conversaciones políticas. No me extrañó su postura muy crítica en relación con la política de Chirac en la crisis iraquí, pero debo precisar que fue el único francés que conozco capaz de indignarse de tal forma ante las incesantes manifestaciones de la soberbia gala. “Pero, a fin de cuentas, ¡Francia está defendiendo a la tiranía de Sadam!”, se indignaba recientemente. En nuestra última conversación, telefónica ésta, pocos días antes de su muerte (pero se negaba a hablar de su cáncer), comentando los artículos que Jorge había publicado en El País sobre Francia –y que Maribel, siempre tan fascinada por su hermanito, me había pedido que les enviara–, mostró su desacuerdo absoluto con dichos artículos, y me soltó su última broma, y efectivamente la última, para siempre jamás: “Pero ¿cómo puede Jorge elogiar de esa forma a de Villepin (ministro de Exteriores)? ¡si se parece a una cupletista barriobajera!” Y dicho en español.
Espero no haberles dado demasiado la lata, con otra historia familiar, pero pensé que éste tenía algo de ejemplar.