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CATALUÑA

Una decisión monumental

Domingo, 17:45. En La Monumental hay pancartas donde se lee "Llibertat". Viene siendo habitual desde hace un lustro, como también lo es que Serafín Marín, tureru nasiunal, se disfrace de pubilla cuando juega en casa. Lo cierto, no obstante, es que ningún aficionado catalán que no sea dado a engañarse considera las corridas de toros una tradición cuatribarrada, una costumbre tan arraigada en el suelo patrio como las sardanas, el 3% o la busca y captura de rovellones.


	Domingo, 17:45. En La Monumental hay pancartas donde se lee "Llibertat". Viene siendo habitual desde hace un lustro, como también lo es que Serafín Marín, tureru nasiunal, se disfrace de pubilla cuando juega en casa. Lo cierto, no obstante, es que ningún aficionado catalán que no sea dado a engañarse considera las corridas de toros una tradición cuatribarrada, una costumbre tan arraigada en el suelo patrio como las sardanas, el 3% o la busca y captura de rovellones.

Paradójicamente, y a despecho de esa evidencia, la gran mayoría de los taurinos de por aquí hemos respondido a la acometida nacionalista sacando a relucir no ya nuestra catalanidad, sino... ¡nuestro catalanismo! No dejo de pensar, al hilo de semejante sobreactuación, en la larga cambiada con que Janet Malcolm recibe al lector en El periodista y el asesino: "Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible". Bastaría con trocar la sentencia en pasodoble para clavar el primer par: desde que percibimos la amenaza de la prohibición, los taurinos catalanes nos hemos dedicado en cuerpo y alma a hacernos pasar por catalanes a secas. Poco ha de importarme que las crónicas digan que José Tomás bordó el toreo, o que Serafín Marín ejecutó una faena vibrante. Agradeceré, eso sí, que cuando se hable del fin de fiesta se diga que los taurinos, en lugar de apelar a España con su fría ley, pretendimos resistir a la tribu por el método de ser más tribales que nadie. Llibertat, amnistia i estatut d'autoromia.

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Dos filas delante de mí tengo al matador Diego Urdiales, que triunfó hace un mes en Bilbao, y algo más a la izquierda a Óscar Higares, torero bailón. En el 12 distingo al periodista Miguel Ángel Aguilar, y más arriba al Caco Senante (¡como para no distinguirlo, al Caco!). Y también está Arcadi, camisa azul turquesa. El hombre que tiene a la derecha parece su amigo Jaume Boix, pero no me hagan mucho caso. La de la izquierda es Patricia, su mujer. Ah, los vips. De los que he nombrado, sólo Arcadi, Jaume y Patricia son asiduos de La Monumental. Y de los tres, únicamente Arcadi tiene una cierta proyección pública. No exagero al decir que Cataluña no ha conocido otras reivindicaciones del toreo (y del folclore español en general) que las que han venido de la mano de Arcadi Espada y Albert Boadella. ¿Quiere eso decir que en Cataluña no hay famosos a los que gusten los toros? No abundan, pero haberlos haylos. Así, a bote pronto, me vienen a la cabeza Mario Gas, Jaume Sisa, Jordi Évole, Joan Ollé, Joan de Sagarra, Miguel Poveda, Perico Pastor, Joan Pere Viladecans, Mayte Martín, José Corbacho. Y más que debe de haber, claro. Sin embargo, cuando a los toros les han echado el lazo, cuando el régimen ha ordenado que doblen las campanas, ninguno de ellos se ha significado a favor del toreo. Una declaración aquí y una frasecita allá, sí, pero nada que les hiciera aparecer como algo más que personajes vagamente excéntricos, tan vagamente y tan excéntricos que habremos de leer en El Mundo que el pobre Follonero confesó a David Gistau: "¡No sabes lo difícil que es ser catalán!". Una frase tan vacua como simpática: basta con echarle un poco de zumo de limón para que se revele esta otra: "¡No sabes lo difícil que es ser español!", la única, en efecto, con algo de sentido. El entreguismo y, en general, la cobardía de éstos y tantos otros vips se explican por la sospecha de que detrás de la prohibición está, lo habrán adivinado ya, la celebérrima cohesión social.

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A mi amigo Oriol Trillas le encanta licuarse en pueblo de tarde en tarde. En esos trances, yergue el mentón y lanza un alarido con vocación de verónica. El de hoy, contrariamente a lo que venía siendo ley, se ha quedado flotando pesadamente sobre el redondel: "Balaaaaaaaaaaaaaaaañá, la mezquiiiiiiiiiiiita". Eso dice Trillas. Y en el desmayo cabizbajo del respetable, en el desdén resignado con que deglute ese conato de escándalo, late el hastío de una humillación desleída y remota. Los Balañá, que celebraron la transición a la democracia llenando la plaza de autocares de alemanes, ingleses y franceses. Diez mil gambas recién llegadas de Lloret por cortesía de autocares Juliá; hombres y mujeres medio en cueros que celebraban como posesos los pares de banderillas y abucheaban al matador cuando se disponía a ejecutar la suerte suprema. Todo a trasmano de la lidia, que es, sobre todo, un orden del mundo. Y en medio de esa orgía de llantinas, borracheras y vómitos, gentes como Oriol Trillas, que habían visto al Viti, a Paco Camino, a Rafael de Paula.

Ay, los Balañá. El día en que el Parlamento catalán les dio voz para que defendieran el negocio, mandaron al niño Balañá Mumbrú. Benach le dio diez minutos para exponer su pliego de razones y a Pete le bastaron seis para leer lo que traía escrito. Menudo papelón, el de los Balañá. Baste decir que Balañá Forts ha recobrado la voz tras una vida de silencios administrativos. "Creo que el próximo año habrá toros en Barcelona", dicen que ha dicho. Se comprende. Lo que ahora se discute ya no es lo que son los Balañá, sino el precio. Domingo, 20:09.

 

albertdepaco.blogspot.com

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