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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Una curiosa anécdota de Courbet

Dejando un instante la actualidad de lado, las “ibarretxadas” (si creen que además van a conquistar Pamplona y Biarritz, se van a llevar un chasco), los tambores inciertos de guerra contra Irak, el bulo Arafat y demás horrores de la paz, voy a comentar una pequeña curiosidad histórica, pero como todo está en todo y nada es nada tiene, creo, cierto interés.

El 22 de junio de 1870 aparece en el Boletín Oficial del Estado un decreto concediendo a Gustave Courbet la Legión de Honor, máxima condecoración francesa, creada por Napoleón. El día siguiente el pintor escribe una carta al Ministro de Bellas Artes, a un tal Maurice Richard, para rehusarla. Antes de decir dos cositas sobre el contenido de dicha carta, situemos el momento: estamos a finales del segundo imperio, con Luis-Napoleón Bonaparte como emperador. Aquellos años, 1852-1870, son fascinantes, con su desarrollo industrial, pero también cultural.

El emperador bis, en los comienzos de su reino, fue bastante despótico, limitó las libertades individuales y políticas y lanzó descalabradas aventuras, como la “conquista” de Méjico, pero al final del imperio la dictadura se había suavizado bastante y los días en los que se sitúa esta anécdota son los últimos del régimen, ya que en julio en 1870 comienza la guerra franco-prusiana, con la estrepitosa derrota, en pocas semanas, de los franceses. Franco-prusiana y no franco-alemana, como escriben los redactores de la Enciclopedia Larousse, en su mayoría profesores comunistas, y por lo tanto, antiboches. Y esto por la sencilla razón de que Alemania no existía al iniciarse la guerra. En enero de 1871 y, curiosamente, desde Versalles, Bismarck proclamó la creación del Reich alemán.

Pero, volvamos a Courbet. Era, desde luego, lo que hoy se llamaría un “hombre de izquierdas” y amigo de Proudhon. Algunas frases de su carta constituyen críticas implícitas y comedidas al régimen imperante, que muchos intelectuales y artistas criticaban, sin exiliarse todos, como Víctor Hugo, aunque Courbet rinda homenaje a las primeras medidas del nuevo ministro, que considera más sensatas que las de su predecesor. Courbet fue comunero y tuvo la monstruosa iniciativa de derrumbar la columna Vendome porque era un insoportable símbolo del imperialismo francés. El viejo tópico seudo revolucionario, según el cual hay que avanzar destruyendo, en vez de avanzar construyendo, pero bueno, el pobre Courbet (gran pintor, y es lo esencial), fue detenido, no ya por la destrucción de la columna, sino de la Comuna, y luego tuvo que refugiarse en Suiza donde murió.

Al rechazar la Legión de Honor, Courbet no sólo manifiesta su rechazo al imperio bis, sino también a los honores oficiales y a las condecoraciones: “Esta Legión de Honor que se me ha otorgado en mi ausencia, (no le habían consultado), mis principios la rechazan”. Aunque yo sepa muy bien que muchos, incluyendo amigos, o en todo caso personas que estimo, adoran los premios, los honores y demás batiburrillos del mundanal ruido, eso es cosa suya, yo estoy totalmente de acuerdo con Courbet cuando escribe: “No deseo distinguirme de mis contemporáneos más que por mi talento y no sabría frecuentarles llevando una señal distintiva sobre mi persona”. Añade: “Los ingenuos con buena voluntad que ignoran las leyes de la agricultura y de las artes, en su pastoral candor creen... (que la señal roja pintada sobre los más hermosos corderos) constituye un homenaje a su belleza, cuando significa sencillamente que el carnicero los ha comprado para matarlos”. Claro, ni la Legión de Honor, ni el Príncipe de Asturias matan a nadie, salvo, tal vez, el alma de los condecorados.

Pero la carta, ya vieja, en muchos aspectos arcaica —¿a quién le importa hoy Napoleón III?— de Courbet, cobra una actualidad absoluta cuando escribe: “Mi sentimiento de artista también se opone a que acepte una recompensa que recibiría de manos del Estado. El Estado es incompetente en materia de arte. Cuando pretende recompensar usurpa la emoción del público, su intención es siempre desmoralizante, funesta para el artista que engaña sobre su propio valor, funesta para el arte que encierra en un convencionalismo oficial y que condena la más mediocre esterilidad. Para el Estado, lo sabio sería abstenerse. El día en que nos deje libres habrá cumplido sus deberes con nosotros”. Exactamente lo mismo decía Oscar Wilde. Termina Courbet: “Tengo cincuenta años y siempre he vivido como un hombre libre, déjenme terminar mi existencia libre, cuando me haya muerto desearía que se diga de mi: éste jamás perteneció a ninguna escuela, a ninguna iglesia, a ninguna institución, a ninguna academia y, sobre todo, a ningún régimen que no fuera el de la libertad”.

¿No les gusta? Si aplauden, ¿se enfadará el secretario de E·stado de Cultura? ¿Es trasnochado, decimonónico? Desde luego, pero para mí es maravilloso. Y me entra añoranza de un tiempo en el que amplios sectores de la izquierda eran liberales, antiestatales. Si su rechazo a los “honores” es cuestión privada y personal, que yo comparto plenamente entendiendo que otros maticen, el éxito embriaga, su rechazo del estado en cuestiones de arte (y hoy de literatura, cine, televisión, edición, etc), es una cuestión política. Los verdaderos artistas crean siempre, como sea, cualquiera que sea el Gobierno y el régimen, pero en nuestro actual sistema socialburócrata (y en cuestiones de cultura el Gobierno del PP es totalmente socialburócrata), a través de una combinación de incentivos estatales, subvenciones, premios; y comerciales, también premios, marketing publicitario, etc, se intenta crear productos políticamente correctos y asegurados de antemano de sus ventas, lo cual no es contradictorio, sino complementario. El conformismo reina. O sea, la negación absoluta de la creación artística, que para existir debe ser individual y muchas veces solitaria, rebelde, malévola, diferente. “Los buenos sentimientos no hacen buena literatura”, dijo André Gide.

Todo el mundo se queja de la mediocridad actual, pero nadie pone el dedo en la llaga: estado y comercio aliados, une fois n’est pas coutume, para normalizar la creación artística. En 1968, en Checoslovaquia, también se hablaba de normalización. Hay incluso cosas infinitamente peores, como cuando comercio y estado se unen “objetivamente” para financiar el crimen organizado, como durante el Festival de San Sebastián. ¿Manía mía? Bueno, tal vez, pero ¿cómo se puede aceptar que ese gigantesco escaparate de cine y negocios oculte que financia los crímenes más sórdidos de ETA?


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