Los terroristas prestan especial atención al armamento, pues sobre él descansa el impacto psicológico de sus atentados. El grupo Aum Shinrikyo era prácticamente desconocido fuera de Japón hasta que, en 1995, perpetró un ataque con gas sarín en el metro de Tokio. Murieron fulminantemente 12 personas, y otras 5.000 resultaron afectadas. Aum Shinrikyo obtuvo una gran resonancia internacional porque empleó armas químicas en el atentado.
Los grupos terroristas pueden provocar un ataque nuclear haciendo explotar una bomba atómica rudimentaria, detonando un dispositivo de dispersión radiológica (una "bomba sucia") o atacando una instalación nuclear. La segunda de estas opciones es la más factible, y la que menos peligro entraña –pese a las numerosas especulaciones, especialmente sesgadas, que circulan al respecto– es la tercera, debido a las salvaguardias y sistemas de protección de dichas instalaciones (edificios de contención, vasijas de los reactores, etcétera).
Por lo que hace a la primera opción, los analistas sostienen que es improbable que ninguna nación se atreva a suministrar una bomba nuclear completa a un grupo terrorista, por las represalias que habría de soportar. Pero la venta clandestina de componentes para el montaje de una bomba de uranio es otro cantar, y aquí sí podemos hablar de un riesgo real.
¿Qué son las bombas sucias? Son unos artefactos provistos de un explosivo convencional (dinamita, pólvora negra, etc.) y de un recipiente con materiales radiactivos. Éstos pueden ser obtenidos, principalmente, de los desechos de los servicios de medicina nuclear de los hospitales, de los laboratorios bioquímicos o de determinadas industrias. En este caso, se consideran fuentes radiactivas de bajo nivel. Más peligrosos, y de más complicada adquisición, son los procedentes de instalaciones nucleares.
Pese a lo que pueda pensarse, lo peor de una explosión sucia provendría del explosivo convencional. De acuerdo con estudios realizados a escala reducida y a escala natural, los efectos letales de la dispersión de los materiales radiactivos (en este caso, residuos de hospitales) son muy inferiores a los del explosivo convencional. Lo que esperan los terroristas con el uso de las bombas sucias es crear una situación de pánico en la población, un caos que lleve a la gente a la muerte en su intento por escapar de la radiación, que ni se ve ni se huele.
Es importante que sepamos cómo reaccionar ante la explosión de una bomba sucia. Resulta de vital importancia seguir exclusivamente y a rajatabla lo que se nos diga desde Protección Civil o el Ministerio del Interior. Serán los organismos gubernamentales los responsables de informar sobre los niveles reales de radiactividad, una vez se hayan analizado los radioisótopos empleados. Asimismo, el Gobierno es el único que debe indicar qué hacer, a qué hospitales dirigirse, etcétera. Es esencial no hacer caso de todo comunicado ajeno a las instancias gubernamentales: sólo sembrarían alarmismo, confusión y miedo, que es lo que pretenden, en primer lugar, los terroristas.
En septiembre de 2002 la Agencia Internacional para la Energía Atómica publicó un informe en el que se refería al inadecuado control de la fuentes radiactivas y se calificaba de "huérfanas" a aquéllas que se encontraban al margen de una supervisión oficial. Se trata de algo "extendido en los Nuevos Estados Independientes (NEI) de la antigua URSS". "La situación en Georgia –añadía– puede ser un indicativo de las graves implicaciones para la seguridad que implica la existencia de fuentes huérfanas en otras partes del mundo".
Parece ser que esta ex república soviética es un punto vulnerable al contrabando nuclear. El 7 de julio de 2005 Soso Kakushadze, director del Servicio de Seguridad Nuclear del Ministerio de Protección Ambiental georgiano, declaró que en los dos años anteriores se habían detectado cuatro intentos de contrabandear uranio enriquecido desde Osetia del Norte a Osetia del Sur.
En EEUU también andan preocupados por la posibilidad de que grupos terroristas accedan a lugares que albergan importantes cantidades de uranio y plutonio enriquecido. Este hecho me llama notablemente la atención, pues cuando visité el Laboratorio de Los Álamos, Nuevo México, uno de los más importantes del mundo –y donde se fabricó la primera bomba atómica–, aparte de los controles de seguridad recuerdo que todo el mundo me decía que me hallaba en el lugar más seguro del país. Sin embargo, parece ser que actualmente la realidad es otra, y la seguridad de Los Álamos también se cuestiona.
Hace un tiempo, el director de la Agencia Nacional para la Seguridad Nuclear (NNSA) del Departamento de Energía norteamericano, Linton Brooks, afirmó que había instalaciones que necesitaban una rápida actualización de sus sistemas de seguridad. En referencia a la planta Y-12, la mayor instalación del mundo para el almacenaje de uranio metálico altamente enriquecido, Brooks declaró, ante una audiencia gubernamental (27-IV-2004): "Estas instalaciones se construyeron al principio de la Guerra Fría, sin que tuviese en cuenta la amenaza que existe hoy en día".
A nadie se le oculta la altísima complejidad de las conexiones internacionales del tráfico nuclear, puesta de manifiesto cuando se descubrió la trama que había confeccionado el ingeniero Abdelkader Khan, fundador y director del programa nuclear de Pakistán. Khan declaró ante la televisión de su país que hasta el año 2004 había proporcionado componentes para las ultracentrifugadoras que producen uranio enriquecido a diversos países mediante una amplia red de empresas, fábricas, hombres de negocios e ingenieros pertenecientes a distintas nacionalidades y que operaban en Holanda, Alemania, Irán, Dubai, Malasia y Corea del Norte.
La red de Khan fue descubierta en septiembre de 2003, cuando agentes de inteligencia estadounidenses y británicos interceptaron un barco que, procedente de Dubai, se dirigía a Libia cargado con una gran cantidad de componentes para ultracentrifugadoras. Poco después, el ingeniero paquistaní admitió que estaba colaborando con Libia y otros países para que pudieran tener sus propias plantas de enriquecimiento de uranio.
La Resolución GC (48)/RES/11 de 2004 de la AIEA sobre Medidas de Protección contra el Terrorismo Nuclear llama a todos los estados a "considerar el peligro potencial de las actividades de tráfico ilícito a través de sus fronteras y en sus propios países". No obstante, de nada sirven las resoluciones si no se ponen en marcha medidas policiales muy rigurosas, tanto en los puntos fronterizos, cada vez más alarmantemente permeables, como en el seguimiento de grupos potencialmente peligrosos.
Va tomando cuerpo la posibilidad de que se produzca otro atentado a gran escala, y la política laxa para con los terroristas no va a evitar en absoluto, sino todo lo contrario, que esta pesadilla siga creciendo y que, al final, los inocentes sean las víctimas más castigadas por el terrorismo.
NATIVIDAD CARPINTERO SANTAMARÍA, profesora de la Universidad Politécnica de Madrid y académica correspondiente de la European Academy of Sciences.