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ENIGMAS DE LA HISTORIA

Un topo en el cuartel general de Hitler

A mediados de 1943, los servicios de inteligencia del III Reich comenzaron a sospechar que un espía estaba proporcionando detalladísimos informes sobre sus tropas a la URSS. Dado el carácter de los mismos, el agente de Stalin debía estar situado muy cerca del propio Führer pero, ¿realmente hubo un topo en el propio cuartel general de Hitler?

En marzo de 1943, la Wehrmacht obtuvo una victoria contra las fuerzas soviéticas en Járkov. Ciertamente, no se había obtenido con ella el final del Ejército Rojo pero los soldados de Stalin no daban muestra —incluso después del triunfo de Stalingrado— de poder acabar con los invasores alemanes. Con la finalidad de aprovechar de la mejor manera una iniciativa que ahora estaba en sus manos, Hitler dictó el 15 de abril las órdenes encaminadas a emprender la operación Ciudadela, que debía poner final al saliente soviético de Kursk atrapando en su interior a un número considerable de divisiones y reabriendo el camino hacia Moscú. El ataque debía tener un efecto de sorpresa pero, en paralelo a las disposiciones alemanas, los soviéticos fueron preparando un impresionante sistema de defensas con unos trescientos kilómetros de profundidad. No faltaban razones. De hecho, un agente nazi comunicó a la Abwehr que desde el 17 de abril Stalin había estado totalmente al corriente de los planes alemanes y que desde el 27 del mismo mes comenzaron a afluir refuerzos a la zona. Cuando el 5 de julio se inició la ofensiva alemana no tenía ninguna probabilidad de obtener el éxito. Efectivamente, se zanjó con una derrota seis días después que significó para Alemania la evaporación de cualquier posibilidad de victoria en el Este.

Para ese momento, tanto el almirante Canaris, que estaba al mando de la Abwehr, como Reinhard Gehlen que había desarrollado un servicio secreto notoriamente eficaz, habían llegado a la conclusión, por vías independientes, de que el enemigo estaba recibiendo una información rápida y detallada sobre las decisiones tomadas por el Alto estado mayor alemán. Canaris, de hecho, visitó a Gehlen en Anderburgo y le comunicó que el topo en cuestión no era otro que Martin Bormann. El personaje en cuestión había sido durante muchos años un personaje muy secundario en el seno del nazismo. En 1924, había colaborado con Rudolf Hess en un asesinato, lo que se tradujo en una condena de prisión de un año, pero hasta 1928 no entró en el partido nazi. Desde julio de 1933 a 1941 fue jefe del gabinete de la oficina de Hess. Por esa época comenzó a ocuparse de tareas como la administración de los bienes de Hitler pero dada su mediocridad y su incorporación tardía al partido no despertó las suspicacias de la vieja guardia nazi. Con la desaparición de Hess, que se lanzó sobre Gran Bretaña en 1941, Bormann se convirtió en jefe de la cancillería del partido. Profundamente anti-cristiano, en 1942 envió un memorandum a los Gauleiters nazis ordenándoles acabar con las iglesias cristianas, un paso que Hitler había pospuesto hasta la posguerra.

Dado que a la sazón Bormann era secretario personal de Hitler, Gehlen hizo saber a Canaris que la acusación, amén de grave, carecía de pruebas de peso. Finalmente, ambos oficiales de inteligencia decidieron montar un operativo que permitiera confirmar sus sospechas. El resultado fue que descubrieron que Bormann y su grupo utilizaban un transmisor de radio con el que enviaban mensajes codificados a Moscú. Las pruebas eran tan concluyentes que Canaris decidió que se continuara la vigilancia para dar cuenta cabal de lo sucedido a Hitler. Sin embargo, en ese momento una orden directa del Führer impidió que se diera ese paso. A Canaris se le informó de que Bormann ya había comunicado a Hitler que estaba llevando a cabo emisiones dirigidas a Moscú pero sólo con la finalidad de engañar al enemigo y que, dado que el Führer había autorizado las emisiones, resultaba absurdo que ahora permitiera su vigilancia. Tanto Canaris como Gehlen comprendieron entonces que resultaba imposible vigilar a Bormann, que no sólo era el segundo hombre más poderoso del III Reich sino además un personaje que contaba con la protección directa y poderosa de Hitler. De hecho, el Führer era muy escéptico en relación con los informes de Gehlen —erróneamente— y la situación de Canaris cada vez era más débil. Lo que sucedería en los años siguientes marcaría trágicamente el destino de casi todos los protagonistas del drama. Canaris se sumó a la conspiración del 20 de julio de 1944 convencido de que Alemania no podía ganar la guerra.

Descubierto, fue ejecutado. Hitler fue derrotado y se suicidó en Berlín. Martin Bormann logró separar a Hitler de algunos de sus hombres de confianza como Goering y Goebbels, se convirtió en una especie de inteligencia gris del régimen y el 30 de abril de 1945 escapó del bunker del Führer en Berlín. Aunque Erich Kempka, el chofer de Hitler, y Artur Axmann, un dirigente de las Juventudes hitlerianas, afirmaron haberle visto morir —por cierto, en circunstancias contradictorias— a inicios de 1946 se señaló que estaba escondido en un monasterio del norte de Italia y, posteriormente, que había huido a América del sur. La realidad fue muy distinta y uno de sus antiguos perseguidores la descubriría años después. En 1946, Gehlen comenzó a crear el núcleo de lo que sería posteriormente el servicio de inteligencia de la RFA. Durante los años cincuenta recibió al menos en dos ocasiones informes del otro lado del telón de acero que confirmaban las conclusiones a las que habían llegado en 1943 tanto él como Canaris. En ambos se daba cuenta de que Bormann había sido un agente soviético durante años, había sido trasladado a la URSS en 1945 y allí había desempeñado funciones de asesor del gobierno soviético durante años muriendo en los cincuenta. Su reconocimiento nunca fue público pero su papel en la victoria contra Hitler resultó, sin duda, relevante.

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