
Sin embargo, ya la Conferencia de Postdam (1945) dejó claro que no iba a ser así, y que el mundo entraba en un orden político internacional delicado y complicado, bajo la sombra de la carrera de armamento nuclear.
Tras un par de décadas de intensa guerra fría, la Crisis de los Misiles de Cuba (1962) fue muy útil para confirmar que tanto las dos grandes potencias, norteamericana y soviética, como el resto del mundo se hallaban al borde del abismo, y que el paso a la extinción podía ser muy fácil de dar. A partir de ahí vino la firma recelosa de una serie de tratados internacionales para la reducción de armas estratégicas y nucleares. El más importante de ellos sería el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), firmado el 1 de julio de 1968 y que, en términos generales, establecía, entre otras cosas, que las cinco potencias nucleares de entonces (EEUU, Francia, URSS, Reino Unido y China) no transferirían tecnología nuclear en materia de armamento a otros países, y que los países no nucleares se comprometían a no desarrollar ese armamento. La India, Pakistán e Israel declinaron unirse al TNP, del que siguen fuera. Corea del Norte, que en un principio se adhirió, anunció sin contemplaciones, en enero de 2003, su intención de retirarse del mismo.
No obstante, ni el TNP ni los SALT, ABM, START, CNTBTO, etcétera, consiguieron evitar la política de Destrucción Mutua Asegurada, que ha estado latente durante prácticamente cuatro décadas y ha dirigido la política internacional desde 1949 por parte de los dos bloques, soviético y norteamericano. El fin de la Guerra Fría, el colapso de la Unión Soviética y la desaparición del Pacto de Varsovia (1991), con la repatriación de sus 500.000 soldados, parecían iniciar una nueva era de colaboración internacional que pondría punto final a los potenciales resultados de un enorme, ridículo y absurdo desarrollo de armas estratégicas y nucleares. Eso parecía.
El 11 de septiembre de 2001 se volvió a poner de manifiesto que la estabilidad internacional es una utopía. Una nueva táctica acababa de nacer: el chantaje político bajo un terror internacional sin precedentes. La organización de Al Qaeda, con células y comandos ligados a una ideología cuyas fronteras empiezan y acaban en el fanatismo de un Islam extremista, conmocionó al mundo y lo sigue conmocionando. La cuestión es saber hasta dónde pueden llegar, o hasta dónde quieren llegar, y cómo.

La cuestión que se plantean actualmente las naciones de cara a su seguridad nacional es si el terrorismo de Al Qaeda podría llegar a utilizar armas nucleares o radiactivas. En este sentido, entre el 2 y el 6 de octubre se ha celebrado en Ereván, capital de Armenia, una conferencia internacional sobre terrorismo nuclear, bajo los auspicios de la OTAN y la Agencia Internacional de Energía Atómica. La reunión puso de manifiesto que el fenómeno potencial de este tipo de terrorismo está siendo seguido, analizado e investigado en los centros más importantes del mundo, que dan por hecho la factibilidad de una agresión de carácter nuclear o radiactiva por parte, en principio, de Al Qaeda.
No obstante, es de destacar que una de las conclusiones más importantes a que se llegó es la dificultad que los grupos terroristas tendrían para poseer una bomba atómica (MNI), desarrollarla o montarla, a partir de componentes obtenidos en el mercado negro o transferidos directamente por grupos fundamentalistas trabajando en instalaciones de alguna nación nuclear. Así ha ocurrido con Pakistán, cuyo máximo responsable en política nuclear, Abdelkader Khan, ingeniero formado en plantas europeas de enriquecimiento de uranio, anunció en febrero de 2004 que había transferido a Irán, Corea del Norte y Libia, entre finales de los 80 y principios de los 90, tecnología sobre ultracentrifugadoras para el enriquecimiento de uranio y supuestos códigos de simulación numérica para el desarrollo de una bomba atómica.

Según los experimentos realizados hasta ahora, los daños biológicos producidos por la dispersión de material radiactivo se consideran despreciables frente a los ocasionados por la propia explosión de la bomba convencional o química. No obstante, en un futuro podrían utilizarse otros radioisótopos de difícil adquisición, y cuyos efectos serían más dañinos. Al no producir estas bombas una explosión nuclear, sus efectos pueden ser minimizados siguiendo instrucciones claras que eviten precisamente lo que los terroristas buscan conseguir: un pánico generalizado, que supondría, entonces sí, la muerte de numerosas personas, al tratar de huir dentro de una situación de caos sin precedentes.
En la reunión de la OTAN asistimos a la presentación de trabajos al máximo nivel por parte de España, Francia, Italia, Bélgica, Israel, Alemania, Holanda, Estados Unidos, Canadá, Rusia, Armenia, Ucrania, Kazajistán, Bielorrusia y Georgia. Si bien la cooperación técnico-militar entre Rusia y la OTAN se encuentra en una fase relativamente inicial, y se está pendiente de la ratificación del Tratado de las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (TFACE), la reunión de Ereván ha corroborado que la colaboración internacional es esencial. El terrorismo, como la guerra electrónica, ha dado pasos paralelos a las medidas contraterroristas. Por lo tanto, es esencial el esfuerzo entre gobiernos, servicios de inteligencia competentes y grupos de científicos que aporten su máximo nivel para paliar lo más posible una agresión, a la cual en estos momentos nos encontramos expuestos diversos países.
Ha sido destacable el trabajo presentado por los científicos de la Comisión de Energía Atómica de Israel, país permanentemente amenazado, que presentaron la simulación de un ataque con bomba radiactiva en el centro de Tel Aviv. Luego explicaron cómo la población israelí aguantó el ataque en 1991 de misiles Scud, unos 39, llevado a cabo por Sadam Husein durante la Guerra del Golfo.
Irak hizo correr el rumor de que las cabezas de los Scud iban cargadas con material biológico. Estos científicos contaron cómo entonces la población se puso las máscaras que hacía tiempo había repartido el Gobierno y permaneció en sus puestos de trabajo, a la espera de que se les dijera lo que había que hacer. Cuando se descubrió que lo del material biológico era falso, se quitaron las máscaras y siguieron haciendo su vida normal, dentro de lo que cabía.
La previsión del Gobierno israelí y la formación de los ciudadanos a todos los niveles, desde la escuela a las fábricas, con amplios reportajes en la prensa y en la televisión, está siendo fundamental para que un posible ataque con bombas sucias no sea mucho más traumático que los efectos producidos por una bomba sin material radiactivo. Esperemos que el Gobierno español se haga eco de la preocupación internacional manifestada en la OTAN y sea consciente de que una medida preventiva es esencial para nuestra seguridad nacional.