Este hecho ha originado ciertas interpretaciones y maniobras políticas. Por ejemplo, la interpretación de que el PSOE ha perdido elecciones por haber desencantado al sector extremista de la izquierda, bastante numeroso, el cual ha optado por Izquierda Unida o se ha abstenido. De ahí la estrategia socialista de los últimos años: radicalización y agitación callejera y hasta desestabilizadora, más alianzas de hecho o de derecho con los proterroristas vascos y catalanes. Esa radicalización debiera haber costado a ese partido muchos votos de la izquierda moderada, y así lo esperaba el PP, pero tal cosa no ha ocurrido. En apariencia, el PSOE puede radicalizarse impunemente, incluso ganando posiciones, pues grandes masas de electores le seguirán en todo caso, con corrupción o sin corrupción, con OTAN o sin OTAN, con extremismo o sin extremismo. A esa masa gregaria no le han hecho cambiar de actitud los evidentes desmanes de Rodríguez antes y después de obtener el poder, ni siquiera la amenaza cada vez más inminente a la integridad de España y a la democracia.
Por otro lado, la creencia en el carácter centro-izquierdista del país ha inducido a buena parte de la derecha intentar atraerse a la izquierda democrática o moderada. Idea bastante lógica, aunque no tan fácil realizarla. Un sector derechista, personificable en Gallardón, trata de conseguirlo difuminando o negando el mensaje liberal o conservador, y adoptando, él mismo lo ha dicho, "las banderas de la izquierda". Esta estrategia le ha granjeado el apoyo implícito y a veces explícito del poderoso grupo mediático PRISA, a cuyo carácter fascistoide de izquierda (paradoja sólo aparente) me referí en otro artículo; y ha dado muy buenos resultados al propio Gallardón en cuanto a obtener cuotas de poder. Pero su coste puede ser intolerable para la derecha. Hoy, la diferencia entre Gallardón y el PSOE no está muy clara, y el continuo e inevitable fraude al electorado liberal-conservador del país, cuya adhesión se da osadamente por descontada, puede terminar descomponiendo a la propia derecha. Por otra parte la política del Ayuntamiento de Madrid con respecto a la izquierda recuerda mucho a la del PP en Cataluña con respecto al nacionalismo.
El predominio, ligero pero que puede ser decisivo, de la opinión de izquierdas en la sociedad española, es una realidad. El error de quienes insisten en él consiste en darlo por un hecho casi metafísico e ignorar sus causas. La estabilidad de la democracia actual se basa en el éxito de la reforma posfranquista ante la alternativa aventurera y revanchista de la ruptura. La reforma constituyó un éxito fundamental de la derecha, conseguido gracias a que casi toda la población había olvidado los extremismos típicos de la preguerra y la guerra civil, y deseaba la paz social y la libertad. Sin embargo esa victoria política conservadora vino seguida de una desbandada en los terrenos ideológico y cultural, en los cuales la izquierda tomó casi absolutamente la iniciativa. La derecha llegó a caer en ilusiones tan necias como la de que los nacionalismos tipo PNV o CiU podían hacer innecesaria una derecha nacional en Vascongadas y Cataluña, o que no tendrían consecuencias la entrega de la enseñanza a dichos partidos y de la universidad a la izquierda. Necedad tan persistente que, con tantos años de experiencia, hemos visto cómo el gobierno de Aznar otorgaba favores a los medios de masas izquierdistas, hasta extremos francamente ilegales.
Esa política ha tenido consecuencias, vaya si las ha tenido. Millones de personas se han formado desde la escuela, por la prensa y la televisión, en unas concepciones antiespañolas y antidemocráticas. Esto último porque, pese al abandono formal del marxismo, la concepción de fondo de la política y de la interpretación de la historia por parte de las izquierdas sigue siendo la de la lucha de clases. La activa predicación izquierdista y nacionalista ha llevado a una gran masa de opinión a identificar a la derecha actual como la sucesora de quienes, supuestamente, destruyeron en los años 30 la democracia y asesinaron a mansalva a los demócratas (comunistas, anarquistas, socialistas, etc.). He podido comprobar muy directamente con qué fuerza han sido grabadas tales ficciones en la mente de mucha gente, no precisamente exaltada en lo personal o carente de estudios, y con qué fanatismo se niegan a aceptar siquiera un debate al respecto. Esas personas, por desengañadas que lleguen a estar de sus líderes, no votarán de ningún modo a la derecha.
Por lo tanto, si vemos la situación en perspectiva, podemos decir que el predominio izquierdista en España viene en gran medida de la actitud entreguista de los mismos que constatan ese hecho como si fuera algo natural, y proponen, para remediarlo, más claudicaciones todavía.
El problema se agrava porque la situación ha evolucionado hasta poner en riesgo la continuidad de la democracia española. Un político que lo previó certeramente fue Jaime Mayor Oreja, que en abril de 2003 propuso "Un proyecto político para España: el fortalecimiento democrático". La idea no fue escuchada, y el resultado ha sido un debilitamiento democrático, hasta el punto de que la política del país está hoy mediatizada por los partidos que han casi aniquilado las libertades en Vascongadas y las han restringido en Cataluña; hasta el punto de que el terrorismo islámico ha conseguido cambiar drásticamente, con un solo golpe, la política interior de un país occidental como España.