Esa necrofilia es tradicional en la izquierda, y una parte muy básica de su política. Por ejemplo, su fracaso en la intentona revolucionaria-separatista de octubre de 1934 fue transformado en un considerable éxito por medio de una masiva campaña en torno a las atrocidades de la represión gubernamental en Asturias, magnificada y falseada sin el menor escrúpulo. Esa campaña permitió a las izquierdas pasar de acusados (por su ataque a la legalidad republicana y a la democracia) a acusadores, y envenenar la conciencia de cientos de miles de españoles, sembrando en ellos ansias de revancha y castigo de tanta crueldad como la que les describían. El fracaso de la insurrección izquierdista en octubre se debió fundamentalmente a la ausencia de una mentalidad guerracivilista en la población, habiendo seguido muy poca gente los llamamientos bélicos de los líderes del PSOE y nacionalistas catalanes. Pero la campaña sobre la represión de Asturias logró extender ese clima de crispación y odio extremos que desembocó en la reanudación de la guerra civil en 1936. Los muertos, reales o imaginarios, daban un gran beneficio político a los necrófilos.
Desde hace unos años estamos asistiendo a otra campaña parecida, encubierta en falsos motivos humanitarios y en pretensiones de “devolver la dignidad a las víctimas”, o de reparar los cuarenta años en que sólo se hablaba de las víctimas de la represión izquierdista. Argumentos claramente fraudulentos. Hace un cuarto de siglo que vivimos en democracia, y en ese período casi las únicas víctimas recordadas, insistente, machaconamente, han sido las izquierdistas. Tampoco es cierto lo de “los cuarenta años”. Después de su primera década, el franquismo se preocupó muy poco, salvo en una retórica ocasional, de insistir en las víctimas causadas por sus enemigos. Yo no recuerdo, de los años del franquismo, nada remotamente parecido a lo que estamos sufriendo ahora, un bombardeo incesante de libros, películas, reportajes de televisión, artículos en la prensa… Es realmente increíble. Se parapetan también en el pretexto de exponer la historia o “recuperar la memoria”, y hasta en buscar la “reconciliación”, pero eso es lo que menos hacen. Su objetivo evidente consiste en sembrar el rencor, y la ideología tras él, como he denunciado al hablar de La columna de la muerte, de Espinosa, o Víctimas de la guerra, coordinado por Juliá, es exactamente la de la “lucha de clases” que llevó a la contienda fratricida. Parece que nunca aprenden.
Por eso es realmente muy oportuna la salida de libros como el de César Vidal Checas de Madrid, para recordar a los necrófilos algunas cosas fundamentales que ellos creían haber logrado ocultar a la opinión pública mediante su abusiva y abrumadora campaña. La izquierda ha pretendido ocultar el terror del Frente Popular, y no habiéndolo conseguido, intenta justificarlo de dos maneras principales. En primer lugar, habría sido un terror surgido del “pueblo”, espontáneo, contra los deseos de las autoridades “republicanas”. El argumento, como suele ocurrir con muchas falsedades, deja a la vista su falsedad. Si el terror vino del “pueblo” quiere decir que vino de los partidos izquierdistas que se proclamaban sus representantes. Y, en efecto, como deja muy claro Vidal, todos los partidos del Frente Popular lo practicaron con entusiasmo. No era, ciertamente “el pueblo”, así calumniado, sino organizaciones de los partidos y de los sucesivos gobiernos, empezando por el de Giral, los que practicaron y coordinaron la oleada de asesinatos y saqueos que siguió a la rebelión derechista del 18 de julio, y que ya venían preludiados por los cientos de crímenes semejantes perpetrados los meses anteriores por las izquierdas, ante la encubridora pasividad delos gobiernos de Azaña y Casares.
Tienen el mayor interés, a este respecto, figuras como Manuel Muñoz Martínez, director general de Seguridad del gobierno Giral, masón de la máxima influencia y uno de los principales y más despiadados organizadores del terror. Muñoz no pertenecía, como podría pensarse, a un partido abiertamente revolucionario, sino a Izquierda Republicana, de Azaña. Es un caso demostrativo, entre muchos. Otro aspecto muy interesante es el contraste entre ciertas declaraciones y la realidad. De Prieto, por ejemplo, se han loado mucho algunas exhortaciones humanitarias que por entonces hizo, pero, ¿cómo hacer encajar esas palabras con hechos como la pertenencia al sector prietista de varios de los más desalmados jefes de la represión, como García Atadell? Éste, como muestra Vidal, era un personaje popular, muy felicitado y promovido por las autoridades, que no desconocían –¡ciertamente no!– sus atrocidades. Sólo perdió su posición cuando se fugó a Francia con un cuantioso botín en joyas, procedente de sus fechorías. Otros muchos sujetos parecidos eran loados en la prensa por sus meritorios servicios a la “revolución” o a la causa del “pueblo”.
Después de los primeros meses, la sangrienta represión pasó a ser más ordenada, en parte por el alto coste político que ella ocasionaba a las pretensiones internacionales del Frente Popular de representar la democracia y hasta la civilización frente a la barbarie “fascista”. Desde luego, el cuerpo diplomático sabía muy bien lo que pasaba en España, e informaba a sus gobiernos, en especial las democracias europeas. Éstas pudieron así guiarse en sus decisiones por algo más que la propaganda y la enorme presión de las izquierdas (socialdemócratas, comunistas y compañeros de viaje) a favor del Frente Popular español. Sin embargo, el mayor orden no significó en bastante tiempo otra cosa que el paso de una represión practicada por todos los partidos a otra controlada especialmente por los comunistas, que se hicieron el partido hegemónico y autor de los episodios más cruentos de Paracuellos y otros por el estilo. La represión comunista se volvería también, y con similar inmisericordia, contra muchos de sus oficiales “aliados republicanos”, como los anarquistas y el POUM.
La segunda justificación de las izquierdas actuales al terror frentepopulista consiste en achacar la responsabilidad de él a los derechistas, por haberse sublevado. Ya sabemos desde hace tiempo que no fue así. La revolución no fue desatada por el alzamiento derechista, sino por el gobierno republicano al repartir las armas a las masas. Me gusta insistir en esta comparación: cuando las izquierdas se rebelaron en 1934, las derechas en el poder mantuvieron y defendieron la Constitución, pese a lo poco que les gustaba. Cuando, a su vez, se sublevaron las derechas en 1936, el gobierno de Frente Popular terminó de arrasar la legalidad abriendo paso a la revolución. Diferencia fundamental y plenamente reveladora. Los ideólogos izquierdistas insisten en que no había peligro revolucionario en julio del 36, en que ese peligro sólo fue un pretexto inventado por los golpistas para atacar la democracia. Si el peligro no existiera, la revolución no se habría impuesto con tanta rapidez en el bando izquierdista, ni el gobierno hubiera accedido a armar a las masas: se resistieron a esto Casares y Martínez Barrio, pero se vieron desbordados. Giral, con la anuencia de Azaña, repartió las armas, y con ello rompió los últimos diques que contenían a los revolucionarios, uniendo irreversiblemente su suerte a la de ellos.
Otro importante acierto del libro es exponer la relación de lo ocurrido en España con una tradición revolucionaria, especialmente la bolchevique. Y es una excelente noticia la gran difusión que está teniendo Checas de Madrid/i>, cuando no hace tantos años un libro así apenas habría tenido repercusión. Se ve que mucha gente empieza a estar harta de tanta y tan unilateral “recuperación de la memoria” como la de estos años.
DIGRESIONES HISTÓRICAS
Un libro muy oportuno
La guerra civil, como todas, tiene mil facetas y puntos de enfoque, desde el arte militar a los actos heroicos, los sufrimientos de la población civil, la organización y medios de los ejércitos, las ideas y ambiciones en pugna, los crímenes, etc. La izquierda se viene fijando desde hace bastantes años, de manera obsesiva, en este último terreno, el de los crímenes, convencida, al parecer, de que por ese medio podrá finalmente “ganar la guerra”.
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