El titular del antiguo periódico independiente de la mañana es lo suficientemente claro: "No hay ni alzas de precios ni olas de saqueos, sólo colas". Fantástico, pues. Por alguna extraña razón, el común de los mortales ve mejor que el racionamiento se note en la cantidad de existencias y no en los precios. Es decir, preferimos que quien llegue antes a la tienda se quede con el género, no quien esté dispuesto a pagar más por él, irracional disparate que revela lo poco y mal que conocemos el funcionamiento de los mercados. Y es que la persona que llega antes a la tienda no ha aportado nada de nada a la sociedad; en cambio, el individuo que quiere y puede pagar un alto precio por un determinado producto ha vendido previamente una gran cantidad de otros bienes y servicios muy útiles para otras personas. En nombre de la civilidad condenamos al preocupado por el bien común y alabamos al correcaminos egoísta.
Esta manera de ver las cosas no se da sólo en circunstancias excepcionales, como las que sufre en estos momentos el Japón. En España crucificaríamos en el acto a quien osara proponer rebajas salariales del 10 o del 15% en ciertas ocupaciones, pero aceptamos resignados que hayamos alcanzado la cifra de cinco millones de parados. Esto es, preferimos que cinco millones de personas no estén produciendo cosa alguna para la sociedad antes de que produzcan algo con un valor ligeramente inferior (¿a qué?).
Por supuesto, nuestros instintos nos dicen que no está bien lucrarse con una tragedia como la japonesa. ¿Quién puede aceptar que un comerciante eleve los precios de sus productos en medio de la devastación más absoluta? Sin embargo, una de las grandes ventajas del mercado es que el bien común se logra de manera no intencionada: puede que los comerciantes sólo quieran sacar tajada de la catástrofe, pero aun así estarán tomando la decisión adecuada desde un punto de vista social.
Empecemos por lo básico. ¿Por qué los comerciantes tienen la oportunidad de subir el precio de sus mercancías? Entre otros motivos, porque el pánico se ha desatado y muchos japoneses están comenzando a acaparar productos de todo tipo. ¿Por qué censuramos al comerciante que desea subir los precios y no al avaricioso consumidor que pretende quedarse con más género del que necesita? Al fin y al cabo, el primero sólo intenta que todos los clientes tengan la posibilidad de acceder a unos productos que van escaseando, mientras que el segundo trata de quedárselos todos.
¿Deberíamos, pues, vituperar a los consumidores japoneses, en vez de a los empresarios que querían subir los precios (y que no lo han hecho debido a la errada moralina y la presión social)? Pues tampoco, porque, ante un futuro muy incierto, es lógico que cada consumidor desee almacenar tantos bienes como le sea posible. Todos nosotros, en circunstancias parecidas, lo haríamos; no tanto porque la probabilidad de que vayamos a necesitarlas sea muy elevada como porque las pérdidas derivadas de no disponer de ellas en el poco probable caso de que las necesitáramos serían estratosféricas. Si el precio de esos bienes continúa siendo el habitual y su utilidad se ha disparado por el posible servicio vital que podrían llegar a desempeñar, ¿quién no los acapararía?
El súbito aumento de la demanda por parte de los consumidores se contrarresta con las alzas de precios. Aun cuando (o gracias a que) todos buscan su beneficio personal, al final se evita el desabastecimiento generalizado, y además se lanza una señal a los productores e importadores, para que incrementen lo antes posible la oferta de las mercancías encarecidas.
La alternativa a este ruin proceso de coordinación social es lo que está experimentando ahora Japón, y que tan ejemplar le resulta a El País: los precios no suben, pero las colas en las tiendas se alargan. En otras palabras: unas personas colapsan sus despensas y las otras no acceden siquiera a lo mínimo para cubrir sus necesidades diarias. Para más inri, ni productores ni importadores poseen incentivo alguno para incrementar la oferta. Todo un ejemplo, sin duda; pero un ejemplo de cómo funciona el socialismo, esto es, de qué es lo que pasa cuando se obstaculiza el funcionamiento del mercado. Por eso deben de estar dando palmas en El País.