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AL MICROSCOPIO

Un cuento planetario

Hay quien dice, todavía, que la ciencia es aburrida. Es más, existen mentes que se llaman pesantes a pesar de que declaran sin empacho ser unos analfabetos funcionales en el terreno científico y se parapetan en el manido “yo soy de letras”. ¿Se imaginan que un biólogo molecular español declarara que no conoce quién escribió El Quijote porque él es “de ciencias”?

La ignorancia científica no la vamos a arreglar ahora, en una sentada. Pero el primer aspecto, el del supuesto aburrimiento que produce el saber empírico, físico o natural tiene fácil solución. Para predicar con el ejemplo, vamos a ver si soy capaz de entusiasmarles a ustedes con la última noticia que me llega directamente desde el Instituto Tecnológico de California, Caltech. Resulta que un astrónomo de dicha institución ha descubierto un objeto esférico en los confines del Sistema Solar, de la mitad del tamaño de Plutón y que circula alrededor del Sol a razón de una vuelta cada 288 años. Su presencia, su tamaño y su órbita demuestran que es un objeto astronómico de gran interés. ¿Por qué?

En primer lugar porque no puede ser un planeta: al menos sería el planeta más pequeño jamás conocido. Ya los científicos tienen problemas para dotar de tal categoría a Plutón, cuya “planeteidad” (permítanme el palabro) se pone constantemente en duda. Mucho más difícil será llamar mundo a esa bola minúscula recién encontrada.

¿Será un asteroide? Oigo que exclaman los lectores más avezados en temas científicos. Pues, tampoco. Porque, a pesar de su pequeñez, este objeto es más grande que todos los asteroides conocidos en el cinturón de Kuiper juntos. ¿Qué demonios es, entonces? Primero diremos que se llama Quaoar. Así han tenido la ocurrencia de llamarlo sus descubridores en homenaje al nombre que daban al dios creador los indígenas tongva que habitaron el valle californiano donde se asienta Caltech. Flota a unos 4.000 millones de kilómetros de la Tierra en pleno cinturón de Kuiper. Este cinturón es la región donde habitan los cometas que no son otra cosa que escombros planetarios, sucios y helados, testigos del nacimiento de Sistema Solar.

¿Ven como esto empieza a tener un aspecto de mitología que emociona? Al menos, a mí me emociona. He ahí, en la región más lejana del Sistema Solar, donde moran los descendientes de la primera materia planetaria, desterrados quizás por haber osado contemplar el nacimiento de la corte solar, que aparece un intruso, un planetoide que no llega a formar parte de la casta de los mundos conocidos (la majestuosa Tierra, el poderoso Júpiter, el guerrero Marte o la sensual Venus). No contento con aparecer donde no debe, Quaoar amenaza con su presencia el trono de Plutón, el último de los planetas, débil y siempre cuestionado dentro de la corte Solar. De hecho, el astrónomo responsable del hallazgo del intruso ha declarado que “si Plutón fuera descubierto ahora, nadie dudaría en calificarlo como un objeto triste del cinturón de Kuiper y jamás le habríamos dado el título de planeta”.

Quoar es un enviado del cinturón de Kuiper para reivindicar la dignidad de las rocas esféricas y heladas que habitan en la última frontera del Sistema Solar. Viene a dotar a los científicos de nuevas pistas sobre la formación de estos cuerpos y su comportamiento orbital, que serán claves para saber cómo se originaron exactamente los planetas. Es posible que éste y otros objetos extraños no sean más que abortos planetarios, escombros, restos que quedaron tras la magna obra de fabricación de los nueve planetas conocidos. (O quizás haya que decir ocho cuando se expulse de la elite a Plutón, el impostor).

Si a ustedes les aburre la ciencia, lo siento de verdad. A mí me parece que a esta historia, tan real como la vida misma, la coge Tolkien y nos monta otros nueve ladrillos de El Señor de los Anillos, por lo menos.

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