La lógica del conflicto iraquí, o las implicaciones de los restantes Estados árabes solo pueden entenderse en el marco de una continuidad que se remonta no solo a la anterior guerra del Golfo, sino que viene de más mucho más lejos.
En estos días se cumplen, sin pena ni gloria, treinta años de la guerra del Yom Kippur, que fue mucho más que un simple ataque de Siria y Egipto contra Israel. Fue sobre todo una excusa premeditada para justificar el legendario embargo petrolífero. Con lo que los agresores no contaron es que Israel no golpeó primero para obtener ventaja ante el inminente ataque de sus vecinos, como ocurrió en 1967, lo que les impidió vestirse de su disfraz preferido, el de víctimas. Fue una de las mayores estafas de la historia. Pero daba igual, la OPAEP ya tenía convocada la reunión oportuna, desatando una agresión económica en toda regla a occidente, que condujo a años de zozobra financiera acompañada de las mayores tasas de desempleo conocidas.
Con esta ofensiva, los autócratas que gobernaban aquellas tierras materializaban una voluntad inquebrantable de condicionar la política internacional mucho más allá de lo que su población, su desarrollo tecnológico y en general sus capacidades como nación nunca debió haberles permitido. Esto es lo que pretendieron conseguir con el chantaje energético a occidente en la década de los 70. La memoria histórica sitúa el desmadre de los precios del petróleo en 1973 durante la mentada guerra del Yom Kippur. Pero el ciclo ya se había iniciado en septiembre de 1970, cuando Libia forzó a las operadoras instaladas en su territorio al aumento unilateral de los precios de referencia bajo amenaza de expulsión. Por primera vez, un Estado forzaba a las compañías, empezando por la Occidental Petroleum, a una frenética espiral alcista.
Mientras que el Jeque Yamani nos deleitaba con su embaucadora sonrisa en las reuniones de la OPEP, los libios hacían el trabajo sucio y peligroso que, una vez ensayado con éxito, fue imitado por los demás. Es curioso que a estas alturas empezamos a comprender el papel financiero tan imprescindible que siempre ha asumido Arabia Saudí en tantas acciones desestabilizadoras del orden mundial. Pocos quieren saber que solo su apoyo económico hizo viable la agresión a Israel de 1973 por Siria y Egipto. Connivencia entre unos Estados que políticamente nada tenían que ver, y que en aquellas fechas se alineaban alternativamente en el mundillo pro-soviético o atlantista.
Sin embargo, lo que ayer y hoy sirvió como aglutinador de gentes tan diversas como Gadafi y Faysal fue la energía expansiva del Islam, tan imposible de aprehender para nuestras cabecitas cartesianas. Como europeos, podríamos envidiar la generalmente cohesionada doctrina exterior de unos Estados tan dispares en sus regímenes políticos, frente al follón que caracteriza a los miembros de la UE, quienes gozan de unos sistemas de gobierno casi calcados.
Siempre resultó intolerable que Estados que representan al 1 por ciento de la población mundial, y que son regidos por sistemas de gobiernos incomparablemente represores e inestables, hayan conseguido condicionar tan desproporcionadamente la vida y las políticas del occidente democrático. Sin negar el carácter estratégico del petróleo, su control nunca debió justificar un peso tan importante en el tablero de las naciones. Probablemente solo fue posible en un escenario tan irrepetible como el de la guerra fría.
La Unión Europea fue el ámbito en el que la estrategia de la OPEP fue más eficaz, precisamente por la casi total ausencia de reservas energéticas propias. De aquellas fechas viene la definitiva humillación de la asociación de naciones más rica y moderna de la historia, frente a una alianza de dictaduras prehistóricas. Chantaje que fracasó frente a los EEUU gracias a la fuerza que les otorgaban sus reservas tejanas. Diferencia fundamental que explica en parte los respectivos posicionamientos actuales en temas como el palestino. División del mundo libre que ya entonces fue querida por sus impulsores, y que solo se vio atenuada por un tiempo mientras sobrevivía la amenaza socialista.
Pudieron haber conseguido el tan ansiado intercambio de petróleo por tecnología. Sin embargo, a treinta años vista el resultado es con pocas excepciones un panorama desolador. Y en los pocos casos en los que si se ha conseguido un desarrollo económico a la altura de las expectativas entonces creadas, este no ha llegado acompañado del correspondiente afianzamiento de una sociedad civil soberana, sino que se mantiene y acentúa en una ideocracia medieval.
Hoy la progresía quiere reprochar a EEUU su tradicional apoyo al régimen saudí. Como si los americanos no supieran desde el principio lo poquito con que se podía contar. En la época de los dos bloques, fue cuestión de supervivencia aceptar apoyo de quien te lo quisiera dar. Compromiso bien limitado, como por ejemplo evidenciaban las declaraciones del entonces príncipe heredero Fahd, amenazando a la administración Carter con la guerra santa y hasta con quemar sus propios pozos si ponían a un solo GI en la península arábiga como protección a un entonces temido avance soviético (*). De ahí lo humillante que fue tener que pedir esa intervención diez años más tarde, no para defenderse del ejercito rojo, sino de una nación hermana.
Contaba Dick Cheney que la delegación del Departamento de Estado que aterrizó en Ryad tras la invasión de Kuwait venía preparada para semanas de duras negociaciones destinadas a permitir la llegada de las huestes infieles al desierto de Arabia. Solo fueron necesarios cinco minutos de saludos corteses para que su interlocutores preguntasen cuando llegaban... Sin embargo nunca perdonaron el favor hecho por las tropas de la ONU. Fueron demasiadas frustraciones que, al igual que en el resto del mundo árabe, muchos tratan de apaciguar con el desquite del terror. La infraestructura creada por URSS solo necesitaba una reorientación religiosa. Acción criminal que también ha sido el instrumento de esa voluntad de influencia global muy por encima de sus recursos, tan propia del islamismo radical. La desgraciada cuestión palestina es solo un producto para consumo de europeos.
De alguna manera la intervención en Irak va mucho más allá de la amenaza del armamento NBQ que pudiera tener Sadam y debe engarzarse en la secuencia que se inicia hace 30 años. La comunidad internacional tenía la opción entre mirar hacia otro lado o mojarse. La tarea se anuncia casi imposible, pero lo único seguro es que la pasividad mantenida por el oeste en las últimas décadas abocaba a un desastre anunciado.
(*) Entrevista concedida al Middle East Economic Survey en mayo 1980.