La transversalidad nace en el momento en que líderes de diverso nivel en los partidos mayoritarios empiezan a cabrearse con su propia organización política por uno u otro motivo. Alfonso Guerra, por la política de género del Gobierno, por ejemplo, después de haber defraudado la esperanza de todos de que votara en el Congreso en contra del estatuto catalán (recuerdo haber oído expresar esa esperanza a Alejo Vidal-Quadras en una conferencia en Barcelona, y recuerdo haberme encontrado en un restaurante de Madrid una semana antes de la correspondiente reunión parlamentaria a Salvador Clotas, que me aseguró que "ellos", es decir los guerristas, iban a votar en contra o a abstenerse). En sus críticas a la política de género, Guerra viene a coincidir con más gente del PP que del PSOE.
Repasemos algunos casos más: Rosa Díez, que acaba por separarse del PSOE por razones varias; pero la primera de las cuales, indiscutiblemente, es su posición ante el problema de la unidad de la nación española. Por el otro lado, y por el mismo motivo, se van del PP María San Gil y José Antonio Ortega Lara. Estas tres personas están más próximas entre sí de lo que correspondería atendiendo a sus diferencias en otros órdenes de lo ideológico. Si los pusiéramos a debatir sobre los límites de la ley del aborto acabarían a palos, pero a todos ellos les gustaría poder llevar a cabo ese debate después de haberse quitado de encima a Ibarreche, Carod y compañía, y los fantasmas del separatismo y del Estado federal asimétrico con que sueña Pascual Maragall.
Podríamos extendernos sobre más personalidades descontentas en los dos grandes partidos nacionales, desde Gustavo de Arístegui o Esperanza Aguirre, en el PP, hasta Joaquín Leguina, en el PSOE (que habla poco pero cuando habla, habla, y que prefirió el infarto a la sesión de aprobación del Estatut). Por ese lado tendríamos una extensa lista de cabreados, que son los que establecen la primera pauta de transversalidad y no se bastan para organizar un tercer partido (aunque esté claro que una convocatoria electoral a día de hoy haría perder votos a PP y PSOE y, más allá de la abstención, tendría como principal beneficiario a UPD). Ni el mejor diplomático del PSOE haría cambiar la línea de Gustavo de Arístegui ni lo atraparía en las redes de la alianza de civilizaciones, y yo diría que nadie del PP podría coincidir con un moratinista en su política sobre Oriente Medio. Y no hablemos de reunir a un economista cabreado del PSOE con otro del PP, porque cada uno lo está por razones opuestas.
La segunda pauta de la transversalidad se establece por oposición en los niveles dirigentes de los dos partidos: Rajoy y su más que probable sucesor, el señor alcalde de la Villa y Corte, están tan lejos de preocuparse por la unidad de la nación española, como el propio presidente de la sonrisa, y hasta es muy posible que el PP derive hacia la forma federal de organización, a fuerza de baronías. La transversalidad en las posturas de los cuadros medio-altos de las respectivas organizaciones da lugar a una asociación de hecho entre las dos direcciones. Y lo que sigue es puro régimen, puro PRI, puro Borbón entusiasmado, puros Albertos en la calle. Y una inmensa e incontrolable corrupción, protegida por la alternancia entre las dos mitades del partido único: de Zapatero a Gallardón y, el día menos pensado, por qué no, la materialización en Moncloa del espectro de Godoy, encarnado en un De la Rosa, un Colón de Carvajal o un Mario Conde cualesquiera.
Y si tienen una oposición, modesta y resuelta, con Rosa Díez y cuatro o cinco diputados más en un grupo de izquierdas, y con María San Gil y otros cuatro o cinco en un grupo de derechas, mejor que mejor, porque así nadie podrá negar que esto es una democracia. Y Fraga, eterno y magnífico, seguirá diciendo que él se parece a Obama, o a Casius Clay, o a quien se le ocurra.
Claro, esto lo escribo yo tres meses después de las elecciones, cuyos resultados dieron lugar a una derrota y a un inmenso regocijo en el alma de Mariano Rajoy, sonriente en el balcón de Génova 13. Era el paso que faltaba para componer este escenario de poder repartible, en multipropiedad, con una oposición ruidosa pero enclenque, y todas las garantías de continuidad. El próximo cordón sanitario se extenderá alrededor de UPD y de lo que surja a su derecha. Estoy convencido de que ha habido pactos previos al 9-M, le doy toda la razón a Jesús Cacho.
¿Y los nacionalistas? También han hablado con ellos, unos y otros, con el PNV y con CiU, con ETA y con ERC. Pero no olviden, caballeros, lo que Azaña aprendió tan duramente: los nacionalistas son insaciables. Y cuando el ejército se encuentre ideológicamente cautivo y de hecho desarmado (que es lo que todo el mundo parece desear, puesto que ni una sola voz oficial se ha alzado para discutir su papel de ONG con cooperantes extranjeros), nadie les parará los pies, de modo que el PRI tendrá que arreglárselas con lo que le quede de España.