Los trabajadores gozan de mayores salarios y más alto nivel de vida en EEUU porque allí la cantidad de capital invertido por habitante es mucho mayor y porque las decisiones sobre inversiones las toman los empresarios y no los políticos y los funcionarios. El aumento de los salarios y del nivel de vida de la gente depende directamente de la acumulación de capital (herramientas, instalaciones, tecnología). El capital es lo que da valor al trabajo. Cuanto mayor es el capital invertido, más elevados son la productividad, los salarios y el nivel de vida de los trabajadores.
Los mexicanos que llegan a Chicago suelen comenzar haciendo tareas de escasa productividad y baja remuneración. Pero pronto aprenden inglés, se adaptan al sistema y comienzan a producir en condiciones parecidas a los norteamericanos; es entonces que obtienen ingresos similares a los de éstos. Su productividad, que en México era muy inferior, en EEUU se equipara rápidamente a la de los norteamericanos. La diferencia está en el capital invertido en la economía.
Un trabajador norteamericano que vaya a México o a Brasil no ganará más que sus colegas locales, pues su productividad caerá al nivel de la de éstos. En México y en Brasil, como en el resto de América Latina, la productividad del trabajo es baja porque el capital invertido por habitante es inferior. No es que los empresarios norteamericanos sean mejores que los mexicanos y los brasileños, sino que las fábricas norteamericanas son mucho más modernas y eficientes, debido al mayor capital disponible.
Los empresarios, industriales e ingenieros latinoamericanos suelen tener los mismos conocimientos tecnológicos que los norteamericanos, y se han graduado en las mismas universidades. Si no cuentan con los equipos y maquinarias más modernos no es por falta de know-how, sino porque carecen del capital requerido. La marca del atraso y la pobreza de nuestros pueblos es la escasa acumulación de capital, escasez que la maraña de regulaciones y demás políticas estatistas se ha encargado de agravar y perpetuar.
La esperanza se encuentra en la inversión extranjera. La acumulación de capital que a EEUU le costó 150 años reunir, a nosotros podría llevarnos menos de 30, gracias a la inversión extranjera. Pero los gobernantes latinoamericanos periódicamente dan en nacionalizar las inversiones extranjeras. En Bolivia, el petróleo se ha nacionalizado tres veces. Pero cuando los gobernantes tratan de aumentar la producción petrolera se dan cuenta de que carecen del capital requerido. Entonces, como hace Evo Morales, piden auxilio a las mismas empresas a las que confiscaron bienes, para que les ayuden a producir mediante la incorporación de nuevas inversiones, tecnología y know-how.
El miserable nivel de vida predominante en los países pobres se debe a las políticas anticapitalistas adoptadas por sus Gobiernos, que frenan la inversión externa, destruyen el ahorro y la acumulación de capital e impiden la libre iniciativa privada. Lo que nuestra gente pobre necesita para prosperar no es ayuda exterior, industrialización planificada, subsidios y protecciones arancelarias, sino amplia libertad económica y sólidos derechos de propiedad, para que la economía pueda crear capital y empleos.
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