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LOS MULTICULTIS Y EL BURKA KING

Tolera o muere

Han estado investigando la Gran Mezquita de Estocolmo, allá en Suecia. Al parecer, es como un supermercado de la yihad: puedes comprar casetes en los que se te incita a convertirte en mártir y salir pitando a matar a "los hermanos de los cerdos y los monos" (léase los judíos). Total, que alguien presentó una denuncia por incitación al odio racial y los polis empezaron a investigar. Y el ministro de Justicia, Goran Lambertz, salió a escena.

Han estado investigando la Gran Mezquita de Estocolmo, allá en Suecia. Al parecer, es como un supermercado de la yihad: puedes comprar casetes en los que se te incita a convertirte en mártir y salir pitando a matar a "los hermanos de los cerdos y los monos" (léase los judíos). Total, que alguien presentó una denuncia por incitación al odio racial y los polis empezaron a investigar. Y el ministro de Justicia, Goran Lambertz, salió a escena.
La Gran Mezquita de Estocolmo.
El señor Lambertz decidió dar carpetazo a la investigación con el argumento de que, aunque lo del hermanamiento con los cerdos es "altamente degradante", esta clase de cotorreo "debería ser juzgada de otra manera –y por tanto considerada permisible–, ya que ha sido utilizada por una de las partes de un conflicto de gran alcance, en el que los llamamientos a las armas y los insultos están a la orden del día".
 
En otras palabras: si amenazas con matar gente con la suficiente frecuencia, se considerará que forma parte de tu vibrante tradición cultural; y, por definición, todos estamos muy contentos con eso. Celebrar la diversidad, etcétera. Nuestra tolerante sociedad multicultural es tan tolerante y tan multicultural que te vamos a tolerar tu uniculturalismo intolerante. Tu antipatía hacia la diversidad es, simplemente, otra de las diversidades que nosotros saludamos.
 
En cuanto a diversidad, Europa es un lugar muy curioso, incluso si manejo los estándares canadienses. En uno de sus últimos libros, La fuerza de la razón, la valerosa Oriana Fallaci, la periodista más leída –y demandada– de Italia, rememora algunas de sus recientes dificultades de orden legal con los chantajistas continentales de la diversidad. La Oficina Federal de Justicia de Berna solicitó al Gobierno italiano que la extraditase por otra de sus obras, La rabia y el orgullo, para que pudiera ser enjuiciada según lo dispuesto en el artículo 261b del Código Penal suizo. Como apunta la Fallaci, el 261b fue promulgado para permitir a los musulmanes
 
"ganar cualquier demanda ideológica o de tipo privado mediante la invocación de la discriminación racial o religiosa. 'No-me-detuvo-porque-sea-un-ladrón-sino-porque-soy-musulmán'".
 
Oriana Fallaci.También ha sido denunciada en Francia, donde las demandas contra los escritores son hoy moneda corriente; y en su Italia natal; y, por obra y gracia de la Orden de Detención Europea, que incluye las acusaciones por "xenofobia" entre los motivos por los que se puede proceder a la extradición desde una nación de la UE a otra, la mayor parte del continente se ha convertido para la Fallaci en un lugar inseguro.
 
Lo que impresiona es la extensión de la oposición organizada: el Centro Islámico de Berna, la Asociación Somalí de Ginebra, el SOS Racismo de Lausana, un grupo de inmigrantes musulmanes de Neuchatel, sólo por dar una muestra arbitraria de los demandantes suizos de Oriana.
 
Tras los atentados de Londres y los disturbios en Francia, el commentariat se alineó para lamentar que los musulmanes europeos no estén suficientemente "asimilados". El caso es que, al menos en su manejo de los legalismos y la victimología, lo están estupendamente.
 
Atormentada por el cáncer, Oriana Fallaci pasa la mayor parte del tiempo en una de las pocas jurisdicciones del mundo occidental en que no corre peligros de tipo legal, la ciudad de Nueva York, donde redacta magníficos textos, con los que espera animar a Europa a salvarse. Que tenga buena suerte.
 
Escribe en italiano, por supuesto, pero se traduce ella misma, en lo que llama "las singularidades del inglés de la Fallaci", y el resultado es una brava aria improvisada, apasionada y algo impredecible; repleta de hechos, empezando con la caída de Constantinopla (1453), que Mehmet II celebró con decapitaciones y sodomías, para alborozo de los tipos que tuvieron la suerte de disfrutarlas.
 
Esa parte es una lectura bien interesante, ahora que la mayoría de los occidentales, deliberadamente o no, adoptan la alegre despreocupación del maravilloso pareado de Istanbul (Not Constantinople), esa canción exitosa de Jimmy Kennedy de los años 50:
 
¿Por qué Constantinopla se llevó la peor parte?
Eso no es asunto de nadie, turcos aparte.
 
Detalle de la portada del penúltimo libros de la Fallaci.La Signora Fallaci pasa después a los casos más moviditos del Islam contemporáneo; por ejemplo, al Libro Azul del ayatolá Jomeini y sus provechosos consejos acerca de la cosa romántica: "Si un hombre se casa con una mujer que haya alcanzado la edad de 9 años y durante la desfloración rompe inmediatamente el himen, ya no la puede disfrutar más". Toma ya. Siempre arruina mi noche. Otro: "Un hombre que haya tenido relaciones sexuales con un animal, por ejemplo una oveja, no debe comer su carne. Cometería pecado". Verdaderamente. Mucho mejor echarse un cigarrito, en silencio, después de la faena, mientras escuchas tu disco favorito de Johnny Mathis, y prometerle luego que la llamarás la semana siguiente para dar un garbeo por los pastos. Puede que también sea pecado asar a tu señora esposa de nueve años, pero el ayatolá no se muestra tan claro en este punto.
 
Semejante perversión se queda en nada si se tiene en cuenta lo que se estila en los ambientes de diversidad cultural más próximos a la Fallaci: el placer fabulosamente masoca que los líderes europeos obtienen despreciándose a sí mismos y ensalzando el Islam. Empezando por el ministro de Exteriores alemán Hans-Dietrich Genscher en el simposio sobre el Diálogo Euro-Árabe celebrado en Hamburgo en 1983, la Signora Fallaci cita a algunos de los occidentales que durante un cuarto de siglo se han empeñado en decir que todo lo conocido ha sido inventado por el Islam: el papel, la medicina, los sorbetes, las alcachofas, y todo, todo, todo.
 
"Siempre inteligentes, los musulmanes. Siempre en la cima. Siempre ingeniosos. En filosofía, en matemáticas, en gastronomía, en literatura, en arquitectura, en medicina, en música, en derecho, en hidrología. Y siempre estúpidos, nosotros los occidentales. Siempre fuera de lugar, siempre inferiores. Obligados por tanto a estar agradecidos a algún hijo de Alá que nos precedió. Que nos iluminó. Que actuó como el profesor que dirige a sus alumnos tontitos".
 
Esto, me parece a mí, es la contribución más valiosa del trabajo de Oriana Fallaci. Disfruto de la parte de no-te-comas-a-tu-pareja-sexual tanto como cualquier infiel, pero el desafío que representa el Islam no es que las ciudades occidentales acaben repletas de follaovejas. Si tuviera que elegir, preferiría que Mohammed Atta arreara río abajo el ganado en Egipto y no que atravesara las ventanas de los rascacielos de Manhattan. Pero no es el caso. Y una de las razones por las que los musulmanes occidentalizados parecen tan confiados es que los europeos como Herr Genscher, al decantarse por una elección entre un "Islam" genérico y "Occidente", han promovido inadvertidamente un panislamismo globalizado que ha pasado a ser una profecía que se cumple por sí misma. Después de todo, Alemania tiene turcos, Francia tiene argelinos, Gran Bretaña tiene paquistaníes, Holanda tiene indonesios. Y aunque todos son musulmanes, las diferencias entre ellos han sido muy significativas: sunníes contra chiíes, el Islam árabe contra la forma más moderada que prevalece en el sureste de Asia...
 
Hubo un tiempo en que solíamos comprender esto. En los últimos años he notado que, si sacas de la estantería cualquier tomito del siglo XIX, las notas a pie de página sobre el Islam parecen más fiables que la mayoría de las supuestamente sabios comentarios aparecidos en el año que siguió al 11 de Septiembre. Por ejemplo, en Our crisis: Or three months at Patna during the insurrection of 1857 [Nuestra crisis, o tres meses en Patna durante la insurrección de 1857], William Tayler escribía:
 
En ejemplar del Corán."Los wahabíes están en razonables términos con los sunníes, si bien difieren en ciertos puntos, pero con los chiíes difieren radicalmente, y su odio, como todo odio religioso, es amargo e intolerante. Pero la característica más llamativa de la secta wahabí (...) es la servidumbre total que rinden al Par, o guía espiritual".
 
Tayler, funcionario menor en Bengala, era un "multiculturalista genuino". Es decir, aunque veía su propia cultura como superior, estaba lo bastante interesado por las costumbres de los demás como para estudiar las diferencias. Por el contrario, el multiculturalismo contemporáneo excusa a uno de saber algo de otras culturas... siempre y cuando sienta calidez y cariño por ellas. Después de todo, si decir que una cultura es mejor que otra es groseramente crítico, ¿para qué molestarse en conocer las diferencias?.
 
"Celebremos la diversidad" con una ignorancia uniforme. Si William Tyler hubiera estado por aquí cuando se puso en marcha la islamización de Occidente y le hubieran dicho que se iba a abrir una mezquita al final de la calle, hubiera querido saber qué clase de mezquita era, quién era el imán y a qué rama del Islam iba a consagrarse. Los imperialistas de la vieja escuela jamás se conformaban con la condescendencia de los progresistas de la corrección política.
 
Volvamos a Tyler: "Los principios profesados originalmente por los wahabíes se han descrito como puritanismo mahometano mezclado con filarquía beduina, en la que el gran jefe es el líder político y religioso de la nación". Justamente. En 1946 el fundador de Arabia Saudí le dijo al coronel William Eddy, el primer enviado norteamericano al país: "Usaremos su hierro, pero ustedes dejarán nuestra fe en paz".
 
William Tayler podría haberse preguntado si ese acuerdo era tan fenomenal. La Casa de Saud utilizó el "hierro" de los americanos para enriquecerse y para exportar la forma más dura e inflexible del Islam, a los Balcanes, a Indonesia, a Gran Bretaña, a Norteamérica.
 
Este Islam renaciente –promovido por una maléfica alianza entre los saudíes y Europa– es un ejemplo mucho mejor de globalización que McDonald's. En Bangladesh y Bosnia está arrasando el negocio de los islam locales imponiendo la versión de talla única Wahab-Mart, pergeñada por algún tipo en la sede central de Riad. Una forma de invertir los beneficios podría consistir en idear una especie de antitrust diseñado para volver a dar cancha a los islam familiares, sacados del negocio por la versión globalizada del Burka King saudí. Si es impensable un William Tayler del siglo XXI, quizá nos sirva Naomi Klein.
 
 
© Mark Steyn, 2006
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