Evidentemente, la primera diferencia entre unos y otros es la que separa a los comunistas en el poder, actores más o menos criminales del totalitarismo, de los que lucharon desde la oposición por imponer ese socialismo totalitario pero, tras fracasar rotundamente, no pudieron ejercer la misma tiranía que sus camaradas en los países comunistas. Ahora bien, no nos llamemos a engaño: todos fueron –fuimos– solidarios del crimen, y las diferencias entre unos y otros no fueron morales, éticas, políticas o lo que sea, sino de, digamos, distancia: la que media entre quienes están en el poder y quienes no lo están, entre quienes ejercen la represión y los que sueñan con ejercerla.
En el caso de España, hace años que me llama la atención la manera en que los ex comunistas, me refiero a los famosos, los catedráticos, los columnistas, los diputados, etc., revisitan la historia comunista según datos casi exclusivamente personales. "Cuando yo era comunista, el PCE era cojonudo. Cuando me fui, era una mierda. En cuanto al Gulag, el estalinismo y el pacto nazi-soviético, eso fue fuera, y nada tiene que ver nosotros". Pero claro, resulta que ningún comunista, en ningún lugar del mundo, podía tirarse un pedo sin el beneplácito de Moscú.
Si esa versión "democrática" de la historia del PCE fuera cierta, si Paracuellos, el proceso y condena del POUM, la represión chekista en Barcelona, Aragón, Valencia, etc., fueron acciones antifranquistas de defensa de la democracia, ¿porqué se marcharon, porqué han traicionado? ¿Han pensado únicamente en su carrera y en sus chalés de la costa? Muchos de ellos, desde luego; pero otros, una minoría, se dieron cuenta de que actuaban como fascistas, de que el comunismo era aún peor que el franquismo, contra el cual luchábamos, y de que aquél sólo podía compararse con el totalitarismo nazi.
Estos pocos datos para refrescar la memoria de los jilgueros me sirven además para afirmar que el comunismo fue globalmente negativo, tanto o más que el fascismo, y que reivindicar hoy la gloriosa leyenda del comunismo frente a la herencia del fascismo, cuando los dos han muerto, a Dios gracias –el fascismo antes, arrasado por la guerra–, constituye una estafa política más, a la que recurren hasta sectores de la derecha francesa, y Ruiz-Gallardón.
Bien sabido es que El País es un nido de ex comunistas conversos a la socialburocarcia sin haber perdido un ápice de su dogmatismo. Uno de ellos, y no el más idiota (¡pobre Pradera!), es Antonio Elorza, que tiene un calendario muy personal y hace un balance muy oportunista de los logros y fallos del movimiento comunista. El otro día, en El País, indignado por la victoria de la derecha en Italia, publicó un artículo ("Fascismo y franquismo: dos herencias") en el que acusa a aquélla de ser fascista y de haber vencido a la Resistencia comunista. Esta lectura virtual de la historia no es un llamamiento a empuñar las armas contra Berlusconi: se limita a un gesto de masturbación intelectual y a quedar bien con sus señoritos, Cebrián y Zapatero, o Zapatero y Cebrián, tanto monta, monta tanto. De paso, precisaré que no hubo Resistencia comunista en Italia, o al menos no antes de que las tropas norteamericanas desembarcaran en Sicilia. Además, muchos de los novatos comunistas venían directamente de las filas del fascismo. La sombra de la derrota pasó también por Italia.
Ni corto ni perezoso, para explicar la situación política en España, Elorza reafirma que el PP es el heredero del franquismo. Una vez Berlusconi y Rajoy excomulgados, puede irse a merendar tranquilo. Esto no sólo es evidentemente falso, sino que cabe preguntarse, ¿y qué? No sería peor que ser heredero del totalitarismo comunista. Y yo, personalmente, considero que el PSOE, hoy, tiene más puntos de coincidencia con la ideología burocrática del nacionalsindicalismo de Falange que el PP con Franco.
Además, esa costumbre de definir, de una vez para siempre y desde vete a saber qué púlpito, quiénes son los buenos y quienes los malos es tan falsa como repelente. ¿Quién es Günter Grass, por ejemplo? ¿Un Waffen SS, o un Nobel de Literatura? Y ya que Elorza lame en ese artículo las botas a Zapatero, olvidándose, por lo visto, de sus simpatías por UPD (una sola diputada no procura beneficios), y que el señor Rodríguez presume, con supino mal gusto, de tener un abuelo fusilado por los franquistas, ¿por qué no precisa el presidente del Gobierno que ese abuelo suyo, capitán del ejército español, antes de ser fusilado por rojo estuvo en Asturias, en octubre de 1934, para matar rojos, a las órdenes de un general que resultó ser Franco? ¿Cuándo fue bueno el abuelo? ¿Y cuándo fue malo?
Y tú, me pregunto, ¿dónde te sitúas en este berenjenal? Pues bien sencillo: yo también fui fascista; fascista rojo, como se decía en Alemania por los años 30, cuando tantos comunistas se pasaban a las SA nazis, el fascismo pardo. En Italia, Elio Vittorini, al romper, a finales de los años 40, con el PCI, escribió que lo hacía porque el fascismo rojo se parecía demasiado al mussoliniano. En Francia también hubo gente que dijo algo parecido. En España no, porque en España pocas veces se dicen cosas esenciales.
No fui Waffen SS, como Grass (a quien, por cierto, no admiro, ni como ciudadano ni como escritor; a mí los premios, trátese del Nobel o del Cervantes, me importan un bledo), porque la Lotería Histórica me hizo militante comunista en un periodo pacífico, en el que la consigna de Stalin era hacer entrismo en las organizaciones franquistas, el CNS, el SEU, etc., para "cambiarlas desde dentro". Pero, sinceramente, si Santiago Carrillo, allá por los años 1954-56, cuando yo era un militante asalariado, me hubiera ordenado empuñar una pistola para matar, pongamos, a Carrero Blanco, ¿lo hubiera hecho? Esta pregunta no tiene la menor realidad histórica, pero sí ética. Según los criterios que aún hoy defiende Elorza, en ese periodo yo era bueno; para mí, fui de lo peor.