La primera víctima ha sido mi buzón que literalmente ha quedado atascado con invitaciones, grandes algunas como tarjetones de boda, como las que manda la Academia de la Historia. Las hay –ay–a las que no puedo asistir por celebrarse en países remotos y no estar yo en la comitiva, es decir con gastos pagados para el viaje, como la inauguración de la exposición "Los caminos que hicieron Europa: Santiago y su peregrinación" que tendrá lugar el 21 de septiembre a en el Castillo de Bratislava, en la República Eslovaca. Lo organiza SEACEX que sigue haciendo patria en el extranjero a pesar de los malos augurios sobre su destino.
Estarán, en persona o representados por el embajador español, el Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación y la Ministra de Cultura, el gran superviviente Felipe Garín, todavía director de SEACEX, así como el Ministro de Cultura y demás autoridades del país receptor. En cambio, adonde sí me invitaron y no pude ir por mis nuevas obligaciones radiofónicas fue a Venecia. Era una invitación privada, de una fundación cultural también privada (la Fundación Gala Dalí), en la que estaban CC, los Reyes y toda la pesca, pero la frustración que me produjo renunciar a ese viaje me ha bloqueado tanto que no les voy a contar mucho más al respecto. Bueno, sí, que se trataba de inaugurar la exposición antológica mejor y más completa de todas las que se han celebrado sobre Dalí, con motivo del Centenario.
En esta tesitura he tenido que dirigir mis ojos al productor interior bruto, que tratándose de Madrid no puede ser más cosmopolita. Mis seguidores conocen ya mi método de trabajo: extiendo las invitaciones en la mesa de la cocina (que es la más amplia) y las coloco por orden cronológico. Descarto lo inmediatamente descartable y agrupo las que me interesan por día y hora, seleccionando aquellas que por la proximidad de los recintos en las que van a celebrarse me permiten hacer doblete o incluso triplete. De ahí mi inclinación por el Círculo de Bellas Artes que, por su configuración, permite esos malabarismos. Otras cosas caen por mi incapacidad para reproducirme, pero en ese caso utilizo confidentes cuyos testimonios, no por ajenos, son menos fiables que los míos propios. Para mí y para muchos la temporada empezó fuerte (incluyendo la polémica del precio fijo del libro, sobre la que hablaré con más detenimiento en otra ocasión), con la visita de Amos Oz a España (venía, enhorabuena, a recoger el premio Internacional Catalunya). Como la editorial Siruela, que son sus editores de siempre, me había mandado la novela con bastante antelación tuve el placer de leerla entera, admirablemente traducida del hebreo, como las demás obras de Amos Oz publicadas en esa misma editorial, por Raquel García Lozano (¡que manía la de algunos medios de comunicación de omitir ese dato tan importante para la comprensión del texto!) antes de asistir a la rueda de prensa que daba el autor en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Oz empezó declarando que no estaba dispuesto a contestar preguntas sobre la situación política israelí porque se trataba de hablar de la novela y de la literatura. De todos modos, tratándose de un autor tan comprometido, miembro del movimiento "Paz ahora" y autor de diferentes artículos sobre como alcanzarla, fue casi inevitable que se pronunciara al respecto. Ni la propia novela, Una historia de amor y oscuridad –de la que se puede decir que es una autobiografía igual que lo decimos de la Búsqueda del tiempo perdido de Proust– elude esos aspectos, como tampoco eludía Proust los de su época, entre otros el affaire Dreyfus que tanto tiene que ver con lo que ahora nos ocupa. Sin duda, la figura de Amos Oz es interesantísima. Y lo digo en todos los aspectos, incluido el físico. Se trata claramente de un seductor, también en todos los sentidos del término, un poco en el estilo de Jorge Semprún.
Excepto que el contenido literario de Oz es mucho más sugestivo que el de JS, a pesar de ciertas concomitancias. Nacido en Jerusalén en 1939, perteneciente a una familia de judíos centroeuropeos que llegaron a Palestina en la "tercera oleada" de inmigrantes, Amos Oz levanta en este libro el fresco de su país y de su época, el testimonio directo de la creación de una nación, vieja por otra parte como el mundo. Y lo hace con un despliegue de virtuosismo literario que nos remite a los mejores autores europeos, mejor dicho centroeuropeos, del siglo XX. Contiene tantas cosas, dice tantas verdades, apela a tantos sentimientos y evoca tantas situaciones comunes al género humano que nadie puede quedar indiferente ante la fuerza de su prosa. Sobran los ejemplos. Sólo es preciso su lectura. No quisiera dejar este tema sin recordar que los medios de comunicación presentan a Amos Oz como un israelí de izquierdas, pero su defensa de Israel y de los derechos del estado de Israel le situarían, para un progre europeo común, como poco en el centro derecha. Para los que no somos progres, aunque también europeos, representa a un hombre sensato que defiende el derecho de todos los que viven en Israel, empezando por los propios israelíes, a la vida, la libertad y la paz. Ni más ni menos.