La explosión demográfica del Tercer Mundo es imparable, como lo es el descenso de la población en los países del Primero. Hay migraciones masivas protagonizadas por indigentes en busca de trabajo. Los ricos son cada vez más ricos, y los pobres más miserables. El agotamiento de las reservas energéticas es inminente, así como la desertización de las selvas vírgenes. Hay disensiones en el G8 a cuenta de la emisión de los gases que recalientan la atmósfera. Las epidemias sexuales y aviares nos amenazan. El cáncer acecha en lo que comemos, bebemos y respiramos. Los envenenamientos por el abuso de las drogas, el alcohol y el tabaco son incontables. Crece la delincuencia y el número de personas presas...
No sigo para evitar que ustedes hagan lo que tantas veces hago yo: apagar la televisión y tirar el periódico.
¿De verdad va tan mal el mundo? Mientras me hago esta pregunta, suena en mi despacho la Música acuática que Haendel escribió para el rey Jorge I de Inglaterra. Dice la leyenda que acompañaron a Su Majestad en la barcaza real no menos de cincuenta músicos, bajo la batuta del gran compositor. Tanto le gustó al rey, que ordenó a Haendel que la repitiera dos veces.
¡Qué pena no haber podido estar a bordo de aquella barcaza, Támesis arriba, Támesis abajo, en día tan señalado! Sin embargo, en este espantoso mundo en el que estoy condenado a vivir, la técnica me permite oír esa hermosa composición sin gastarme una fortuna para traer cincuenta maestros a casa.
El avance tecnológico que permite reproducir música e imágenes a voluntad por un precio irrisorio no es más que una de las mejoras de que gozamos hoy día. Nuestras casas y calles están iluminadas de noche. Cubrimos distancias antes inimaginables con un gasto mínimo de tiempo y dinero. La variedad y limpieza de nuestra vestimenta ha relegado al desván del olvido los ropajes negros, las lanas mugrientas y rasposas de nuestros antepasados. Nos preocupa la obesidad más que la desnutrición de nuestros niños. El nivel de cultura y conocimientos de nuestra población supera con creces el alcanzado cuando yo vine al mundo. Para hacer frente a las enfermedades tomamos medicinas y nos sometemos a intervenciones quirúrgicas que nos mantienen jóvenes a edades que en tiempos pasados se habrían considerado provectas.
Las descalificaciones sin base estadística no son de recibo. Un libro reciente de Indur Goklany, titulado The Improving State of the World (El estado del mundo está mejorando), me permite traducir estas impresiones de forma más precisa. Son muchos los que creen que el crecimiento económico, el cambio tecnológico y la libertad de comercio ensombrecen el medio ambiente y el futuro de la Humanidad. Muy al contrario, son la base fundamental de un mundo limpio, próspero y colmado de oportunidades. Veamos algunas cifras.
– Entre 1961 y 2002, el suministro de alimentos por cabeza aumentó un 24% por término medio y un 38% en los países en desarrollo.– En la era preindustrial, la tasa de mortalidad infantil era, típicamente, de 200 por 1.000. Pues bien, a día de hoy es de 6 por 1.000 en el mundo adelantado. En la India, ha pasado de 160 a 63 por 1.000 en el último medio siglo, y en China, en el mismo lapso de tiempo, de 195 a 30 por 1.000.– Los años que esperamos vivir al momento de nacer no aumentan inevitablemente con la industrialización. Hay pasos atrás, como ha ocurrido en nada menos que 40 países del África Subsahariana, la antigua Unión soviética y América Latina. A pesar de todo, la esperanza media de vida al nacer, que era de unos 31 años en 1900, había alcanzado los 68,6 en 2003.– El producto por habitante en la India se multiplicó por tres entre 1950 y 2000, y por diez en China.– Según ha mostrado Sala i Martín, el número de pobres forzados a vivir con menos de un dólar al día se redujo en 400 millones entre 1970 y 2000, pese a que la población mundial creció en 1.000 millones.
También han mejorado demostrablemente el nivel educativo y las libertades personales y políticas de la Humanidad. En lo referido al medio ambiente, la utilización de la energía y los recursos naturales mejoran con el avance tecnológico: los países despilfarran cuando están saliendo de la pobreza; luego empiezan a cuidar del medio ambiente, gracias al descubrimiento de nuevas fuentes de energía o al mejor uso de las existentes, así como a la difusión de alimentos genéticamente modificados.
El gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ha pronunciado recientemente un discurso del que extraigo las siguientes observaciones. "La economía mundial está viviendo el momento más dulce que pueda soñar un economista: alto crecimiento con baja inflación". La inflación ha disminuido incluso en el mundo subdesarrollado, con excepción de algunos lugares dedicados a la expropiación masiva, como Zimbabue y Venezuela.
Más importante es que, desde el año 2000, la economía mundial viene creciendo por encima del 4% anual, pero las zonas en desarrollo han pasado del 3,8 en la década de 1990 al 6,4% en los últimos seis años. Como puede verse, el conjunto de los países en desarrollo crece más deprisa que los desarrollados, evidencia de que la desigualdad está disminuyendo.
Animados por estas cifras, mis lectores se atreverán a decir que el mundo va bien, todo lo bien que pueden ir los asuntos en este valle de lágrimas.
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