El que se calificara a un caballo de carreras de "genial", le parecía al personaje de su novela algo así como que los burros volaran y sin embargo a nadie, excepto a él, parecía importarle. Una vez dado el salto, de tal forma se impusieron los valores trucados que igual daba un caballo que un músico, una carrera que una batalla, un muerto que un millón. Todo es metáfora. Pero la confusión venía de lejos, por lo menos en nuestra amada patria. Desengáñese, doña Emilia, le decía Castelar a su tocaya, la condesa de Pardo Bazán, en España nadie quiere ser lo que es, y hasta los obispos envidian a los toreros. Caray con don Emilio y qué perspicaz. El mundo, el gran teatro del mundo tiene sus escenarios favoritos, ruedos o platós. Los obispos quisieran ser toreros (a lo escrito me remito), los catedráticos, presentadores de televisión y los políticos presentadores de libros, ambición realizada sin mayores perplejidades por el hombre posmoderno. ¿Por qué no?
De manera que a estas bajuras, cuando la apertura de horizontes ha desembocado en una línea continua, a nadie le asombra que un político presente un libro o un presupuesto. Aznar lo hizo (lo del libro) a veces incluso siendo presidente del gobierno. Su antecesor, Felipe González, no. Parecía haber dejado "el frente de la cultura" a su amigo Alfonso Guerra, el melomegalómano, el que lo sabía todo sobre Mahler y sobre Machado. Felipe se dedicaba a ergotizar en la Bodeguiya, hablando de lo que a su vez le hablaban sus amigos escritores, que eran muchos, y que luego se quejaban de que no los citaba. Ahora, retirado de la política un poco de aquella manera, se dedica a labrar joyas que, al menos eso dicen, vende a millón Elena Benarroch. Qué hombre tan sensible y qué tonta es la gente. También de vez en cuando insulta a sus rivales políticos y presenta libros. En la Casa de América presentó esta semana uno de Ángeles Mastretta (El cielo de los leones en Seix Barral), escritora mexicana de más éxito que, en mi opinión, de fuste (leí sus Mujeres de ojos grandes y me pareció nada con sifón). Dicho esto, parecía una excelente persona, más bien discreta y no muy talentosa. Sin embargo, cuánto ingenio derrochó el sevillano, qué labia. De literatura, ni una palabra primero porque, sin duda, no tiene referencias que no sean las basadas en las relaciones de amistad con algunos literatos y, después, porque estaba amparado por esa variante frívola de este nuevo género literario surgido en torno a las presentaciones de libros que consiste en mantener una "conversación" desabrochada y espontánea con el autor delante de un público cada vez más acostumbrado a los reality show.