Mientras siguen apareciendo en la prensa noticias sobre los supuestos efectos perjudiciales para la salud de los Organismos Modificados Genéticamente, y mientras la Unión Europea continua poniendo trabas administrativas a su libre distribución, es decir, mientras se mantiene la acrítica sumisión a los postulados ecologistas menos acordes con la realidad científica, ésta –la realidad científica– no ceja en su empeño de mantener la calma, seguir luchando y ofrecer a quien quiera escuchar, los datos más asépticos y realistas posibles sobre la nueva tecnología de “lo transgénico”.
O sea, por un lado están los ecologistas y los políticos iletrados aventan el miedo al “coco” de los genes, como si en lugar de ser sus propios cerebros sopas de genes modificados a lo largo de la evolución, fueran simples muestras de inteligencia sintética (unos de silicio, otros de silicona). Para ello cuentan, por supuesto, con la inestimable colaboración de un puñado de periodistas suficientemente bien colocados en sus respectivos medios como para colar, uno tras otro y sin que le tiemble el pulso a redactor jefe alguno, todos los titulares pseudocientíficos que sean menester contra la biotecnología. Por otro lado está la contumacia de los investigadores, que no se doblega y nos regala con relativa asiduidad noticias de gran valor científico pero que, por supuesto, no merecerán título alguno en caracteres catastróficos.
Por ejemplo, ha pasado sin pena ni gloria una información, que recientemente fue merecedora de un simposio en Madrid, sobre los avances en vacunas basadas en plantas. ¿Y esto qué es? Pues vamos a explicarlo. Las vacunas clásicas presentan grandes limitaciones a la hora de aplicarse de manera masiva. Por ejemplo, existe riesgo de efectos secundarios, de cierta toxicidad y de reacciones adversas. Contra estos males, la biotecnología abre una prometedora vía de solución mediante la inactivación o mutación de genes del patógeno. Un virus modificado genéticamente puede convertirse en vector de inmunidad seguro y eficaz. Así, se puede inmunizar a toda una estirpe poblacional y a su prole contra un mal, o detectar sólo un órgano concreto del cuerpo sobre el que actúe la vacuna, o inmunizar a determinado tipo de personas más propensas a padecer un mal. Además, al no utilizar grandes cantidades de agentes patógenos activos, se mejora la seguridad en el proceso de laboratorio.
Las vacunas biotecnológicas son ya una realidad, pero un paso más allá lo darán las vacunas basadas en plantas. Algunas especies de plantas transgénicas pueden servir para producir proteínas xenogenéticas para la obtención de vacunas. La investigación todavía está en un estadío muy temprano, pero ya sabemos que plantas como la patata, el tabaco, la alfalfa, la arabidopsis, el tomate y la lechuga cuentan con un interesantísimo potencial en este sentido. El aspecto más espectacular de estas investigaciones es el de las llamadas vacunas comestibles, es decir, el uso de plantas cuyas partes comestibles puede servir de vector para introducir agentes inmunizadores en el organismo. En 2002, un tomate-vacuna contra la diarrea fue elegido por la revista Time como “invento del año”.
Aunque existen algunos problemas que hay que resolver (como, por ejemplo, el hecho de que, por vía oral, son necesarias más cantidades de antígeno que por vía parenteral y, por lo tanto, la vacunación suele ser menos eficaz), la investigación en este terreno de los alimentos vacuna es muy prometedora. Es posible que pronto contemos con vías de vacunación a través de la leche, por ejemplo. Pero, para ello, es necesario decir sin reparos que el tomate vacuna, la patata vacuna y el plátano vacuna son tomate, patata y plátano transgénicos. Y la leche vacuna procede de una vaca transgénica.
Si alguien sigue teniendo miedo a la modificación genética es probable que estos avances no le gusten. Es sabido que el ecologismo vario es bastante alérgico al avance científico, o sea, a la posibilidad de curar a millones de niños de diarrea mortal a través de leche modificada genéticamente. Pero allá ellos. Lo que es sangrante es que las autoridades políticas sigan cayendo en la falacia verde y mantengan sus restricciones al comercio de alimentos modificados. Porque, nos guste o no, mientras las empresas de biotecnología tengan que seguir sufriendo el sambenito de ser los doctores Frankenstein del siglo XXI, sigan padeciendo sabotajes y complots, sigan teniendo serios problemas de imagen pública con la connivencia de medios de comunicación y políticos medrosos, y mientras, para colmo, se les limite la posibilidad de hacer negocio en un mercado libre, ¿quién va a atreverse a invertir en nuevas vacunas universalmente beneficiosas, pero transgénicas?
Los ecologistas quieren ganar la batalla del descrédito y del ahogo financiero en Europa. En Estados Unidos, los ciudadanos llevan años comiendo alimentos modificados y todavía no se ha demostrado que su salud sea peor que la de un parisino vegetariano. Y, mientras, en el Tercer Mundo, vacunar contra la polio sigue siendo un reto, y contra la diearrea, una quimera. Así pues, la próxima vez que lea en la prensa un titular de esos que tan fácilmente demonizan a la tecnología genética, piense en quién pierde, de verdad, con él.