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EN FAVOR DE LA TOLERANCIA

Tiempo de radicalismo

El radicalismo inunda la arena política en el momento en que las posturas en liza tienden al extremismo, ciegan el pluralismo, tensan la convivencia hasta el límite y recortan las posibilidades de entendimiento y acuerdo entre los adversarios.

En estrictos términos de filosofía política esta situación conduce al choque teórico y práctico entre dos conceptos cruciales: democracia y revolución. El solo hecho de que tengamos ahora que volver sobre este viejo asunto, presumiblemente superado y pasado a mejor vida, ya es indicativo de las profundas anomalías que intoxican nuestro tiempo, al menos desde hace quince años, desde que con la ruina y colapso del socialismo, y tras unos breves instantes de conmoción, se inició su reconstrucción de la mano de los nostálgicos del antiguo régimen. Hoy algunos les tildan de “luchadores” (de la lucha final) y “héroes de la resistencia” (en pie famélica legión), pero yo los encuadro (es difícil centrarlos) dentro de esa “rentrée” o resurrección en la insurrección de los parias de la Tierra que en otros lugares he denominado “La revancha de Lenin”. Sea como fuere, hoy como ayer, debemos afrontar nuevos desafíos a la libertad.

En el año 1952 dicta Raymond Aron su célebre curso sobre teoría política y de la democracia en la École Nationale d´Administration de París, uno de cuyos episodios más valiosos gira sobre el conflicto entre ambos conceptos. Porque, en efecto, Aron no duda en indicar la contraposición sustancial que presentan las categorías de democracia y revolución, dejando en un segundo plano accidental las circunstancias históricas que hayan podido forzar su aproximación, en todo caso siempre puntual y transitoria. La democracia moderna se expresa básicamente en dos formulaciones: pluralidad de partidos y procedimiento electoral; es decir, aceptación del otro y admisión de las reglas de juego en un proceso que requiere tiempo y compromisos. La democracia define en este horizonte su nítida vocación pactista y reformista. La revolución, en cambio, implica la negativa a aceptar al otro en tanto que piensa distinto de uno (o sencillamente es distinto) y la ruptura de la legalidad para someterse a un proceso de violencia con vistas a la toma del poder.

Los tiempos y las circunstancias cambian pero las esencias, donde las hay, permanecen. Partidos revolucionarios son hoy (siguen siéndolo) el partido comunista, que dice encarnar al Proletariado, y los nacionalistas, que están persuadidos de personificar en cada terruño el espíritu del Pueblo. Y lo es, asimismo, el partido socialista cuando, desde postulados de la nueva/vieja izquierda, se erige en portavoz de la Opinión Pública, de la Calle y la Gente. Un mismo impulso totalitario se oculta, en todos estos casos, aunque a nadie engaña ya en sus manifestaciones presentes (tan poco contemporáneas ellas). Afirman representar a la “totalidad” o a la “voluntad general”, aunque pasan por encima (o adelantan por la izquierda) del significado preciso que identifica a la democracia representativa; intentan sacar materialmente del juego político al “otro político” (en España, Aznar; en EEUU, Bush; en Israel, Sharon; etcétera); y se niegan a discutir aquello que consideran innegociable: su derecho a estar al mando de la comunidad, declarada patrimonio nacional (o nacionalizado). La negación fáctica del real pluralismo político y la prisa por tomar el poder los delata sin remedio.

La no aceptación, y aun la criminalización del “otro político”, constituye en España uno de sus problemas de convivencia más graves, infectando con su sectarismo y violencia a todos los demás. He aquí la más crasa destitución del principio liberal de la tolerancia: “no estoy de acuerdo con lo que usted piensa, pero daría mi vida por defender su derecho a expresarlo”. Y he aquí también la derrota en la práctica del “espíritu de la Transición”: dar voz y voto a todas las fuerzas políticas, las cuales previamente han debido moderarse, democratizarse. Hoy la caza de brujas persigue al PP, el excluido, el apestado, el chivo expiatorio de todas las desgracias naturales y sobrenaturales (tras el Prestige y las clases de Religión en la escuela, vinieron las lluvias). En el País Vasco, los populares son amenazados de muerte por ETA, igual que los militantes del PSE, pero éstos se autodeterminan como víctimas del nacionalismo y el terrorismo con su propia identidad...; nada que ver con los populares. En Cataluña, el candidato de CiU a las elecciones autonómicas señala el camino a recorrer: “Yo lo que descarto en principio es que haya consejeros del PP en el gobierno catalán presidido por mí” (ABC, 19/10/2003). Los dirigentes socialistas anuncian (amenazan) que España estallará si el PP permanece más tiempo en el Gobierno. Y conste que refiero sólo opciones hasta hace poco clasificadas como moderadas. Mas, ¿quién puede hablar hoy de moderación en este tiempo de radicalismo?

Porque radicalismo es, en efecto, crear un clima general de exacerbación de los ánimos y una “cultura del descontento” (España, pase lo que pase, no va bien). Radicalismo es someter el alcance del lenguaje político a la furia del adjetivo, el cual, lanzado sobre el enemigo, busca su descalificación (“este Gobierno de extrema derecha, responsable de una guerra ilegal e injusta). Radicalismo es convertir el menor enfrentamiento político en conflicto de causa mayor y en negar siempre la mayor (estrategia de la oposición basada en llevar sistemáticamente la contraria). Radicalismo es conducir las situaciones al límite hasta convertirlas en casus belli (toda actuación del Gobierno pone en peligro la democracia; mensaje subliminal: la derecha no debe gobernar). Estrategia política radical es el proyectar en el “otro político” las miserias propias, para así exorcizarlas y amagar (los “corruptos”). Radicalismo es tomar las instituciones y la calle para forzar un cambio de Gobierno.

Sépase que en España tal cosa (un golpe de Estado civil) se fraguó en los primeros meses del año 2003, y que sus promotores y comparsas no han respondido de ello. Ni se han enmendado. ¿No es esto bastante para un tiempo de radicalismo?
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