Yo, que ando algo quebrado y frecuento oficinas con aparatos, escuchando facultativos, escuchando sólo amenazas, y llevándome de cada una más y más órdenes de compra subvencionada de vaya a saber qué, procuro no solazarme en las cartas de los lectores que denuncian malas prácticas y situaciones espantosas. (En El País se cargan a una redactora propia, así, sin más, por haberse dejado engañar por una farmacopea, solapada tras una fundación, porque no supo ver una artimaña habitual de este tipo de empresas en su labor de engaño. Y nos informan de lo peligrosas que son las compañías del sector. Todas legales).
A una mujer indefensa le impidieron ver a sus hijas –cosa que pende sobre la cabeza de casi cualquiera– por unas taras burocráticas de los impunes funcionarios diplomados (psiesto, psiaquello) ¡durante seis años! Una de las acusaciones de los Familiares de la Inquisición fue que daba bollería industrial a sus pequeñas. ¡Pero cómo! ¿Es ilegal la bollería industrial? ¿Por qué no está prohibida su engañosa publicidad? ¿No están en la cárcel sus pérfidos fabricantes? ¡Hombre! ¿Y los camellos que la venden en kioscos y oligomercados? Si darla a los hijos es causa de catástrofe vital, como si de heroína se tratara, algo más que arrojarse sobre una mujer incapaz de defenderse y generando alarma social no vinculante habrían de hacer aquellas autoridades, ¿no? No quiero ni pensar en la barriada andaluza que es entorno de la señora: deben de estar como esos judíos que quitan de la casa hasta la última miga de levadura cuando llega la Pascua, no sea que los pille un psicopedagogo forense summa cum laude.
En la misma Vanguardia, Gregorio Moran, refiriéndose a la guerra contra el islam, que según él ya hemos perdido, protesta: "No puede ser que vivamos sujetos al dilema de morir en atentado o morirnos de miedo". Aunque millones están en el aire permanentemente, hacerse llevar de un sitio a otro en un aparato sigue siendo un privilegio. Y pocos revelan tan claramente como este lo relativos que se han vuelto los privilegios: trasponer dos veces las puertas de un aeropuerto, para iniciar y concluir el envío voluntario de uno mismo, con todo el trajín que implica –que nos involucra–, es una verdadera experiencia religiosa. De la religión de otros, que se nos ríen en sus barbas. ¿Dónde ha quedado el miedo a volar? Ahora sólo hay miedo universal a que te vuelen en pedazos. Y no hay low cost que pueda con esto; pronto, ni aunque nos regalen la plaza y vuelvan a permitirnos fumar, como Dios manda, habrá paquetes dispuestos a dejarse. Mucho antes de que apareciera esa histeria escribía ya Fernando Savater que el pasajero ha pasado a tener menos derechos que un esclavo romano. Que no era precisamente un hombre atenazado por el miedo.
Un vecino dice –por medio del diario– que ya no se ven gorriones en la ciudad; una señora, que dice habitar al pie de una zona protegida, le cuenta que se despertaba con el canto de los ruiseñores. Ruiseñores. Nada menos. Que no sólo han desaparecido sino que, por la misma causa, las radiaciones de telefonía, ella ha sido etiquetada culpable de "hipersensibilidad electromagnética", y caído en desgracia, y ya ni se vale por sí misma. Es su culpa, por hipersensible. ¿No le bastaba con ser sensible?
Y las motos han aumentado este año la mortandad en las vías urbanas. En la bella Horta de San Juan, donde la maldad de unos, la torpeza de otros y la codicia arrasaron el parque natural, "por un incendio que nadie entiende" se autoriza ahora reabrir minas de bauxita, mientras "siguen degradándose los bosques de ribera" en las áreas fluviales catalanas, y hay costas marítimas declaradas "irreversibles" en su degradación. Y otro alcalde –en la importante Mataró– está imputado por delitos contra el patrimonio. Y en Barcelona más de 25.000 jóvenes desempleados se han quedado sin plaza en escuelas de FP, acaso porque hay que preparar la candidatura a los juegos de invierno del futuro.
Todos los carísimos informes sobre el estado de la enseñanza espeluznan. Cualquier chico despierto te lo cuenta gratis. ¿Y la alarma social que genera la errática producción de sentencias judiciales? Y un partido extraño, que ya tiene concejales en la región catalana, aunque sólo 14, determina el debate mediático nacional –¿hay debate civil?–sobre qué hacer con los inmigrantes, que, ahora que hemos dejado de ser Potencia Mundial, nos sobran. Y las vecinas, a la manera de Tom Cruise, compran más y más cerraduras para sus puertas de cartón y no abren ni a los alienígenas del planeta DeAgostini.
Todo da miedo, al menos a tenor de la prensa, cualquier cosa nos puede pasar. Sí, es verdad. Siempre nos puede pasar cualquier cosa, pero ¿todas las cosas? La enfermedad que se nos ha instalado por haber sido malos y no haber hecho caso al médico de los tres minutos, los terremotos de Haití que, según un hoax, programan y desatan los gringos en su plan de agresión contra los valientes iraníes, el atraco en la calle o en la misma casa, las torres repetidoras de los móviles, el cambio climático porque he evacuado mal la basura... lo micro, lo macro y todo confluyendo en mí, perplejo, ignorante, impotente, lo falso, lo falaz, lo verdadero. Todo se desploma sobre mí, todo da miedo. Cui bono?
A una mujer indefensa le impidieron ver a sus hijas –cosa que pende sobre la cabeza de casi cualquiera– por unas taras burocráticas de los impunes funcionarios diplomados (psiesto, psiaquello) ¡durante seis años! Una de las acusaciones de los Familiares de la Inquisición fue que daba bollería industrial a sus pequeñas. ¡Pero cómo! ¿Es ilegal la bollería industrial? ¿Por qué no está prohibida su engañosa publicidad? ¿No están en la cárcel sus pérfidos fabricantes? ¡Hombre! ¿Y los camellos que la venden en kioscos y oligomercados? Si darla a los hijos es causa de catástrofe vital, como si de heroína se tratara, algo más que arrojarse sobre una mujer incapaz de defenderse y generando alarma social no vinculante habrían de hacer aquellas autoridades, ¿no? No quiero ni pensar en la barriada andaluza que es entorno de la señora: deben de estar como esos judíos que quitan de la casa hasta la última miga de levadura cuando llega la Pascua, no sea que los pille un psicopedagogo forense summa cum laude.
En la misma Vanguardia, Gregorio Moran, refiriéndose a la guerra contra el islam, que según él ya hemos perdido, protesta: "No puede ser que vivamos sujetos al dilema de morir en atentado o morirnos de miedo". Aunque millones están en el aire permanentemente, hacerse llevar de un sitio a otro en un aparato sigue siendo un privilegio. Y pocos revelan tan claramente como este lo relativos que se han vuelto los privilegios: trasponer dos veces las puertas de un aeropuerto, para iniciar y concluir el envío voluntario de uno mismo, con todo el trajín que implica –que nos involucra–, es una verdadera experiencia religiosa. De la religión de otros, que se nos ríen en sus barbas. ¿Dónde ha quedado el miedo a volar? Ahora sólo hay miedo universal a que te vuelen en pedazos. Y no hay low cost que pueda con esto; pronto, ni aunque nos regalen la plaza y vuelvan a permitirnos fumar, como Dios manda, habrá paquetes dispuestos a dejarse. Mucho antes de que apareciera esa histeria escribía ya Fernando Savater que el pasajero ha pasado a tener menos derechos que un esclavo romano. Que no era precisamente un hombre atenazado por el miedo.
Un vecino dice –por medio del diario– que ya no se ven gorriones en la ciudad; una señora, que dice habitar al pie de una zona protegida, le cuenta que se despertaba con el canto de los ruiseñores. Ruiseñores. Nada menos. Que no sólo han desaparecido sino que, por la misma causa, las radiaciones de telefonía, ella ha sido etiquetada culpable de "hipersensibilidad electromagnética", y caído en desgracia, y ya ni se vale por sí misma. Es su culpa, por hipersensible. ¿No le bastaba con ser sensible?
Y las motos han aumentado este año la mortandad en las vías urbanas. En la bella Horta de San Juan, donde la maldad de unos, la torpeza de otros y la codicia arrasaron el parque natural, "por un incendio que nadie entiende" se autoriza ahora reabrir minas de bauxita, mientras "siguen degradándose los bosques de ribera" en las áreas fluviales catalanas, y hay costas marítimas declaradas "irreversibles" en su degradación. Y otro alcalde –en la importante Mataró– está imputado por delitos contra el patrimonio. Y en Barcelona más de 25.000 jóvenes desempleados se han quedado sin plaza en escuelas de FP, acaso porque hay que preparar la candidatura a los juegos de invierno del futuro.
Todos los carísimos informes sobre el estado de la enseñanza espeluznan. Cualquier chico despierto te lo cuenta gratis. ¿Y la alarma social que genera la errática producción de sentencias judiciales? Y un partido extraño, que ya tiene concejales en la región catalana, aunque sólo 14, determina el debate mediático nacional –¿hay debate civil?–sobre qué hacer con los inmigrantes, que, ahora que hemos dejado de ser Potencia Mundial, nos sobran. Y las vecinas, a la manera de Tom Cruise, compran más y más cerraduras para sus puertas de cartón y no abren ni a los alienígenas del planeta DeAgostini.
Todo da miedo, al menos a tenor de la prensa, cualquier cosa nos puede pasar. Sí, es verdad. Siempre nos puede pasar cualquier cosa, pero ¿todas las cosas? La enfermedad que se nos ha instalado por haber sido malos y no haber hecho caso al médico de los tres minutos, los terremotos de Haití que, según un hoax, programan y desatan los gringos en su plan de agresión contra los valientes iraníes, el atraco en la calle o en la misma casa, las torres repetidoras de los móviles, el cambio climático porque he evacuado mal la basura... lo micro, lo macro y todo confluyendo en mí, perplejo, ignorante, impotente, lo falso, lo falaz, lo verdadero. Todo se desploma sobre mí, todo da miedo. Cui bono?