Como uno no cree, en general, en los poderes regeneradores de la política ni, en particular, en el don de ejecutar encantamientos y otras maravillas atribuidos al actual primer ministro, le cuesta comprender cómo han podido modificarse en tan poco tiempo posturas tan opuestas y aparentemente irreconciliables. Tamaño portento ha sido celebrado por la mayoría de los medios de comunicación, y muy aplaudido por todos aquellos que reaccionan ante la realidad en función de lo que les gustaría que ocurriese más que por lo que de veras sucede.
Tras el anterior encuentro de septiembre que reunió a ambos líderes políticos en el que se abordaron temas semejantes, Rajoy declaró salir del mismo “muy preocupado”. Ahora dice salir muy “satisfecho” de la reunión, así como de los acuerdos logrados. Hace apenas una semana el Gobierno y el PSOE repudiaban toda iniciativa transmitida desde el primer partido de la oposición, al que demonizaban y consideraban completamente prescindible. Ahora, como por arte de magia, ZP se muestra receptivo a un pacto de Estado con su enemigo político mortal, a crear una comisión conjunta y a lo que sea menester.
Después de todo, resultará que eran reales los prodigios del diálogo y el entendimiento en manos de José Luis Rodríguez y su arte para crear alianzas entre los bloques más dispares. Mas, entonces, ¿por qué han funcionado esta vez con Rajoy y no antes? ¿Por qué florecen con Rajoy el viernes y no con Ibarreche el jueves?
El montaje teatral del Gobierno no ha podido resultarle mejor. Necesitaba escenificar un firme “no” ante el lendakari para dejar el paso franco al próximo envite del tripartito catalán, de manera que los planes soberanistas sin el PSOE quedasen descalificados y los planes no menos soberanistas, pero con la bendición socialista, distinguidos. Y parece haberlo conseguido. Todo ello, a semanas vista del referéndum sobre el Tratado constitucional europeo.
El Gobierno y el PSOE precisaban de la aquiescencia y de los votos del Partido Popular tanto para el éxito de esta consulta como para los proyectos de reforma constitucional y estatutaria que den vía libre al Plan Maragall y al Plan Guevara-López para la modificación del modelo de Estado y la desvertebración de España. Todo indica que asimismo lo han logrado.
Repito: ¿por qué antes despreciaban el apoyo popular y ahora lo aceptan? Responde el propio Rajoy: “He venido en una circunstancia excepcional”. Pues bien, si lo admite, ¿por qué se pliega a ello poniéndose a la entera disposición del Gobierno? Las razones aducidas no se comprenden. El líder popular defiende el acuerdo “que me exigía mi conciencia y mi país”. Ya era cosa habitual ver al nacionalismo vasco justificar sus actuaciones apelando a la voluntad “de los vascos y las vascas”, o del “pueblo vasco” sin más. También oír que los socialistas sólo obran según el deseo de la “gente” o la “ciudadanía”. ¿Tenemos ahora que contar, entre los recursos a las “conciencias colectivas” que inspiran las decisiones políticas, con la interposición de la conciencia de un dirigente político y el llamado de un país que parece habérsele manifestado en Sigüenza indicándole qué camino tomar?