Dicho de otra manera, los documentos demostrando como Stalin, habiendo decidido aliarse con Hitler, facilitó la victoria de Franco al mismo tiempo que el comintern y el PCE fingían luchar hasta el final contra las tropas franquistas. Una de las más gigantescas estafas históricas y una de las mejores logradas, porque por los mismos ARCHIVOS de Moscú y otros libros sabemos que si las relaciones diplomáticas y los contactos entre servicios secretos de la Alemania nazi, la Italia fascista y la URSS fueron constantes y “correctos” (al principio sobre todo con Italia), a partir de 1937, y no de 1938 como se apunta en la versión comunista y se justifica por los acuerdos de Munich (1938), cuando Gran Bretaña y Francia claudicaron ante los nazifascistas, en 1937, pues, Stalin, que estuvo dudando sobre lo que le sería más conveniente, si una alianza con las decadentes democracias burguesas o una alianza con Hitler, decidió explorar a fondo esta segunda posibilidad. La situación, entonces, en Europa era muy tensa y lo único cierto era que habría guerra, aunque muchos traumatizados por la tremenda contienda de 14/18, declaraban: “Todo hasta el nazismo, es preferible a la guerra”.
¿Cómo puede imaginarse que dos tiranos como Hitler y Stalin, planeando colaborar en diversos terrenos, no planearan colaborar en España cuando además era el único país en guerra en Europa, y en donde, tanto los nazis y fascistas, como los soviéticos intervenían militarmente, y en campos opuestos? Este vacío documental sigue existiendo y es una lástima. Por otra parte, se explica cuando se conoce la personalidad de Stalin, su prudencia, su afición al secreto, y sus combinaciones múltiples y aparentemente contradictorias. Así, después del período “clase contra clase”, en el que el peor enemigo de la revolución era la socialdemocracia, tildada de socialtraidores, se pase en un santiamén al periodo de los Frentes Populares, con los socialtraidores de ayer, los partidos “pequeño burgueses” y los católicos con ansias sociales. Y fue esa política “antifascista” que, al principio, pretendían defender en España por las armas contra un alzamiento militar fascista. La política de Frente Popular dio buenos resultados en España, Francia y algo de Bélgica, pero párate de contar, para los PC. En 1936, con las victorias electorales entraron en la izquierda oficial y ampliaron considerablemente su influencia y su militancia.
Pero Stalin decide su giro pronazi en 1937 porque lo consideraba útil a los intereses de la URSS, y sobre todo, porque, como lo ha demostrado Hannah Arendt, prefería mil veces el sistema nazi, tan parecido al suyo, a las decadentes democracias burguesas, que, evidentemente, como buen bolchevique, aborrecía. Pero en plena y relativamente exitosa política de Frente Popular antifascista, ese giro que consistía en hacer del peor enemigo el mejor aliado, exigía tiempo y prudencia. Pese a que la Internacional fuera un ejército disciplinado, un viraje así podía dejar algunos en la cuneta. Lo fundamental del caso, para juzgar sanamente a los comunistas, es que prácticamente todos ellos, por el ancho mundo, y eran millones, aceptaron sin rechistar dicho viraje y de la noche a la mañana pasaron de ser la “vanguardia” de la lucha antifascista a la alianza con los nazis. Y todo con la coartada ideológica de que, desde Marx, el enemigo es el capitalismo y su expresión política la democracia “formal”. En España, repito, las cosas eran más complejas, debido a la guerra. Pero, pese a todo, existen algunos datos que demuestran el viraje y la duplicidad de Stalin, y por ende del comintern.
El más evidente es que en septiembre de 1938 las Brigadas Internacionales desertan, con todos los honores “republicanos”, y se marchan. Un poco antes, en agosto, Alejandro Orlov, jefe del NKVD en España, convocado a Moscú, prefiere refugiarse en Estados Unidos porque sabía que Stalin hacía asesinar, uno tras otro, a todos los responsables soviéticos que habían estado en España, a su regreso a la URSS: el embajador Rosenberg, Antonov-Ovseenko, el periodista-espía Koltsov, y un larguísimo etcétera. ¿Por qué dicha matanza sino para liquidar los testigos de su cambio radical de política? Pero al mismo tiempo que se va retirando del “frente” de la represión a ciertos elementos, otros permanecen, para justificar el doble juego: hemos decidido con Hitler que Franco iba a ganar, pero también hemos decidido que no se sepa. Es muy probable que sólo una minoría del Politburó estuviera al tanto de los planes de Stalin en relación con Hitler, los otros siguieron por la onda “antifascista” hasta que el pacto nazisoviético de 1939 hizo pública la política secreta que Stalin estaba llevando desde 1937, por lo menos.
Ocurrió lo mismo en el PCE; bastante antes de la derrota y aunque se oculten, por motivos obvios, las fechas exactas, sabemos que la mayoría de la dirección del PCE había salido de España, casi todos rumbo a Moscú, y los que quedaron se sacrificaban para mantener el embuste. Bueno, la verdad es que ningún dirigente comunista importante fue apresado, antes o después, todos lograron escapar, porque todo estaba preparado de antemano.
Para cualquier historiador, este libro España traicionada es apasionante porque está basado en 81 documentos inéditos, informes y cartas de los responsables soviéticos en España a Stalin, o a alguno de sus lugartenientes. Confirman, con datos valiosos, todo lo que ya sabíamos sobre el control, el terror y el sometimiento de la zona republicana a los intereses cambiantes de la URSS, pero, repito, sin el menor documento sobre la más radical de las traiciones: la alianza con los nazis.
Tendré ocasión de volver sobre alguno de los datos más siniestros contenidos en este libro, pero para concluir diré algo sobre su acogida en España, que se resume en una palabra: vergüenza. He leído tres comentarios: el de Ruiz-Manjón, en “El Cultural” de El Mundo, el de Moradiellos en ABC, y el de Tusell en La Vanguardia. Los tres rechazan con soberbia chovinista el libro, como exagerado, y a la vez incompleto, políticamente dudoso. ¿Será porque los autores demuestran simpatías por la izquierda a la vez antifranquista y antisoviética? Y los tres citan como ejemplo el libro de Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, Queridos camaradas, que es, por supuesto, un libro repelente, ideológico, que si se permite alguna crítica hacia la URSS, se cuida de que jamás pueda perjudicar a la socialburocracia europea. Tusell, por ejemplo, escribe, para demostrar que la influencia soviética no era tal: “Cuando se juzgó a los militantes del POUM, odiados por comunistas y soviéticos, fueron exculpados”. ¡Exculpados! Veamos los hechos: su líder Andrés Nin, asesinado, ¡le despellejaron vivo!; el partido, sus juventudes, su prensa, prohibidos, todos los dirigentes pumistas encarcelados, salvo alguno que logró escapar y pasó a la clandestinidad, y ¡eso es lo que el historiador Tusell considera “exculpar”! Hace ya tiempo que este señorito se empeña en convertir su apellido en insulto. Lo ha logrado.
R. Radosh, Mary R. Habeck y G. Sevostianov, España traicionada. Stalin y la guerra civil, Ed. Planeta.