Se conocen los resultados de las elecciones en Israel, la victoria del Likud, y de Sharon personalmente (38 diputados, en vez de 19), la derrota de los laboristas (19, en vez de 25), la emergencia de un nuevo partido, el Shinui, que pasa de 6 a 15 diputados. Partido bastante raro éste, tan antirreligioso como antisefarad. ¡Como si Israel pudiera soportar estas absurdas intolerancias y xenofobias! Los comentarios sarcásticos, como era de prever, insisten en la abstención, pero el 68,5 por ciento de votantes no me parece tan mal, aunque en otras elecciones fueran más. Y el 63 por ciento de los árabes israelíes me resulta casi milagroso, teniendo en cuenta la situación y pese a la fingida indignación de tantos medios de izquierda. Eso no quita que la situación en Israel sea muy grave, la guerra subversiva continúa, sin que se vea solución, la crisis económica se agrava, el terrorismo sigue amenazando a la población civil, objetivo esencial de los atentados suicidas, y Sharon va a tener dificultades para formar un gobierno de unión nacional, como lo desea. Las cosas van realmente mal en Israel y el antisemitismo arrecia por doquier.
Me llamó la atención, sin sorprenderme, el paralelismo de los artículos con mala uva tanto de El País como de Le Monde la víspera de las elecciones. Ambos se preguntaban: ¿para qué se vota en Israel? Y nuestra pesadilla nacional, Gema Martín Muñoz, profesora de antisemitismo en la Autónoma, y por ello cada vez más solicitada en los medios y seminarios universitarios, acusa Sharon (El País, el lunes 27) de querer la “solución final de la cuestión palestina”. La “solución final” ¿no os recuerda nada? Lo que ni ella, ni los demás quieren entender o, mejor dicho, fingen no entender es que Israel, pese a la guerra, a las dificultades económicas, a estar rodeado de países que quieren “echar a los judíos al mar”, mantiene firmemente la democracia y no hay democracia sin elecciones. Elecciones de verdad, no como en Irak o en Cuba o como en la URSS ayer, con un 99,9 por ciento de votantes para el partido único. Y este mantenimiento de la democracia es admirable. Pero, claro, estos señores y señoras, con sus sarcasmos, sólo desvelan su desprecio, cuando no odio, por la democracia “burguesa”.
Se ha dado el caso, es sólo un ejemplo, de un juez que interrumpió en seco una emisión en directo de Sharon por televisión porque consideraba que no respetaba las normas legales de la propaganda electoral. Algo totalmente inconcebible en Irak, Siria, Arabia Saudí, Cuba, etcétera, y hasta en ciertas democracias occidentales, como Francia, por ejemplo. Yo no veo a ningún juez francés ordenar a una cadena de televisión, estatal o privada, que interrumpa fulminantemente una intervención de Chirac porque no se ajusta a las normas legales, y tratándose del general de Gaulle, aún menos. Pero el antisemitismo, ya que de eso se trata a fin de cuentas, es algo totalmente irracional que no tiene para nada en cuenta la realidad. Se ha puesto de moda en Europa la frase estereotipada: “Condenar a Sharon no es ser antisemita, ni siquiera anti-israelí”. Formalmente es una perogrullada, pero condenar a Sharon como “criminal de guerra” (A. Elorza) sin precisar que no es Satanás, ni siquiera Bush, quien le ha nombrado primer ministro, sino los electores, condenar a Sharon como si fuera un tirano sin precisar que dirigió un gobierno de unión nacional con los laboristas, que es lo que intenta repetir y que si no lo logra se deberá mucho más a sectarismos partidistas que a su “despotismo”; es convertir a Sharon en el chivo expiatorio de su antisemitismo. Seguir manteniendo que es el responsable de la matanza de Sabra y Chatila, cuando se sabe que es falso, seguir hablando de la inaudita masacre de Yenín, incluso cuando se sabe que es falso, que fue una batalla con 52 víctimas del lado palestino y 27 israelíes, porque, desgraciadamente, pero así es, se trata de una guerra, y las guerras hacen víctimas, seguir mintiendo a diario y a sabiendas, ¿cómo se puede calificar sino de propaganda antisemita?
Bastantes son los intelectuales de prestigio y postín que declaran que Sharon “es el peor enemigo de Israel”, curiosa afirmación cuando se le elige, y se le vuelve a elegir, ¿no será porque sus electores son judíos y por lo tanto sospechosos de nacimiento? También los hay que, saltándose la democracia a la torera y ninguneando la voluntad de los ciudadanos, afirman que Israel, sí, muy bien, pero a condición de que gobiernen los laboristas. Si no gobiernan los laboristas hay que condenar a Israel, boicotear sus Universidades, subvencionar a los terroristas palestinos, fomentar un antisemitismo cada vez menos disfrazado de antisionismo, etcétera. El pan nuestro de cada día. Yo no olvido que el Partido Laborista fue prácticamente el fundador de Israel, que gobernó muchos años, que buscó la paz, pero también hizo la guerra, y si está hoy de capa caída —provisionalmente, estoy convencido— será tal vez porque su último primer ministro, Barak, hizo las máximas concesiones a los palestinos para establecer la paz —que recuperaran los territorios ocupados y crearan su Estado—, pero Arafat no firmó. Y la respuesta, no “de los palestinos” sino de todos los países árabes que los utilizan y quieren destruir Israel, fue lo que la prensa califica de “segunda intifada”. Yo, llanamente, lo califico de terrorismo. El fracaso de esas últimas negociaciones no se debe a Barak, ni al Partido Laborista —ni a Clinton, por cierto—, sino a sus enemigos, pero son los laboristas quienes lo pagan en estas elecciones. Los israelíes están hartos de “negociaciones de paz” que sólo conducen a la guerra. Pero la opinión que se impone cada vez más abiertamente en Europa, sobre todo en los medios de izquierda y extrema izquierda, es sencilla y tajante: la única solución al conflicto israelo-palestino es la liquidación de Israel. Venganza póstuma de Hitler y de su solución final.
Leí estos días, no recuerdo dónde, que Einstein y Hannah Arendt protestaron cuando Beguin fue recibido en los USA. No sé si es verdad, pero, por lo visto, declararon ambos que Beguin no podía representar a Israel porque era un terrorista. Beguin fue, efectivamente, responsable de acciones terroristas durante la guerra de defensa del recién nacido Israel contra los países árabes —que ya querían su destrucción— y tal vez antes, contra el Imperio británico. Pues resulta que ese mismo Beguin, convertido en primer ministro, cuando el único jefe de estado árabe, Anuar el Sadat, presidente de Egipto, propuso sinceramente la paz a Israel y fue a Tel Aviv, el terrorista Beguin la aceptó, devolvió el Sinaí y se firmaron todo tipo de acuerdos comerciales y políticos entre los dos países. Una nueva etapa se abría en la región, etapa cerrada a tiros por los Hermanos Musulmanes, que asesinaron a Sadat. Estoy convencido de que Arafat, que en realidad es un pelele que baila al son de quien le paga, no firmó los últimos acuerdos de paz porque pensaba en Sadat y temía que le ocurriera lo mismo. Los propalestinos europeos no piensan en estos y otros episodios de un pasado reciente, su antisemitismo es tan irracional como histórico, pero ¿cómo se puede impedir —y por qué— a los israelíes que los tengan muy presentes en el momento de votar?
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
Shalom, Israel
¿Cómo se puede calificar sino de propaganda antisemita seguir manteniendo que Sharon es el responsable de la matanza de Sabra y Chatila, cuando se sabe que es falso, y seguir hablando de la inaudita masacre de Yenín, incluso cuando se sabe que también es falso?
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