Sus primeros pasos poéticos tuvieron corte modernista, pero su residencia en Madrid para estudiar Leyes lo pondría en contacto con el movimiento Ultra: en 1918 fue compañero de pensión de Eugenio Montes y fue entonces cuando, según afirma Bonet y niega él mismo, llegó a conocer a Huidobro. En 1919 intervino en la Fiesta del Ultra, del Ateneo de Sevilla, docta casa en la que al año siguiente declamaría sus poemas, presentado por Adriano del Valle y aplaudido por José María Izquierdo, quien dijo de él que era “un Robinsón soñador en el exilio de una solitaria estrella”. En 1920 figuró entre los firmantes de un poema automático colectivo enviado por Borges a Tristán Tzara y proyectó con Gerardo Diego y Juan Larrea un libro que nunca vio la luz.
A partir de 1921, año en que aún participaría en una velada ultraísta, frecuentó la Residencia de Estudiantes, y en 1922 fue uno de los fundadores de la revista Horizonte, en la que anunció la aparición de otro libro nonato. Bajo la doble influencia probable de José Juan Tablada y Miguel Pisarro, empezó a diluir su ultraísmo en el haiku y el romancillo. En 1923 volvió a la ciudad de su infancia, Osuna, como recaudador de contribuciones, residiendo asimismo en Écija y La Carolina y colaborando en revistas literarias de estas poblaciones. Su primer libro, titulado El ala del sur, apareció por fin en Sevilla en 1926, siendo reseñado por Adriano del Valle en La gaceta literaria, por Benjamín Jarnés en Revista de Occidente y por Joaquín Romero Murube en Mediodía. La aparición del libro se arropó en un nuevo recital de su autor en una tribuna familiar: la del Ateneo sevillano, donde al año siguiente participaría en el homenaje a Góngora, aunque no salga en la conocida foto de la Económica.
Al sobrevenir la República ingresó en el Partido Comunista, a cuyo servicio puso la pluma. Impulsor de la revista Línea, colaborador de la incendiaria Octubre, fundada en 1933, aún publicaría sin embargo en 1934, año de su retorno a Madrid, unas evocaciones nostálgicas de los felices años del ultraísmo. Estas evocaciones, aparecidas en El Heraldo de Madrid, constituyen la mejor y más clara descripción y la justificación más inteligente de aquella vanguardia auténtica surgida entre la revista sevillana Grecia y la madrileña Ultra, por no hablar de la citada Horizonte, donde, siempre según Garfias, “Rafael Alberti nace a la poesía…y García Lorca publicó, a todo honor, su bellísima “Baladilla de los tres ríos”.” Es en esa serie de El Heraldo donde niega haber conocido a Huidobro, con el que sin embargo debió de coincidir después en el célebre Congreso de Valencia.
En 1935 colaboró en el único número de Jeune Europe, intento de Tristán Tzara –como dice Juan Manuel Bonet, de quien tomamos la mayor parte de estos datos– “de atraer a los surrealistas hacia las posiciones ortodoxas”. (Es de suponer que esta ortodoxia era la que dos años más tarde, ya en plena Guerra Civil y bajo la enseña de la hoz y el martillo, consagraría el célebre Congreso de Valencia, al que también asistió Tzara). Militante de primera hora, Garfias figuró entre los fundadores de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura: estuvo en el frente de Córdoba de comisario político, luego en Valencia con un cargo en el Comisariado General de Guerra; colaboró en Hora de España, en El Mono Azul y demás publicaciones con poesías de ocasión recogidas en el volumen Poesías de guerra, Valencia, 1937. Otro libro suyo, Héroes del Sur, Madrid–Barcelona, 1938, fue ilustrado por Andrés Martínez de León.
El desenlace de la contienda lo arrojó al exilio y, después del paso obligado por los campos de concentración franceses, arribó a las costas británicas donde halló el solaz suficiente para escribir su “poema bucólico con intermedios de llanto” titulado Primavera en Eaton Hastings, libro publicado al llegar a México evacuado a bordo del Sinaia. Cantor de Stalin como su prologuista Juan Rejano y demás demócratas defensores de la Cultura, acabó refugiándose en el periodismo y en el alcohol con felices evasiones a la poesía propiciadas entre otras cosas por el arreglo del pleito taurino entre España y México. Fueron muy bellos y muy hondos los versos que, por ejemplo, dedicó a Manolete. Pasó los últimos años de su vida entre Monterrey, Guadalajara, San Luis Potosí, Puebla, Tampico, Monterrey de nuevo, donde rindió su alma a Dios. (Para más detalles, véase la semblanza que le dedica Juan Manuel Bonet en su Diccionario de las vanguardias de España, 1907-1936. Alianza Editorial S. A., Madrid 1995, 1999).