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MISIÓN DE PAZ EN IRAK

Seguros a todo riesgo

La sociedad española, todavía maltrecha por la infección del “No a la guerra”, se ve amenazada por la sugestión de otra proclama: No a la guerra sin garantía, no ya de victoria sino de indemnidad.

Cuando la fantasía loca de la población se materializa en el anhelo absoluto de Seguridad Social, de resguardo e indemnización, es fácil que llegue a la sugestión de que los bienes de todo tipo que disfruta constituyen un magno derecho que se puede requerir, porque nada le cuesta y sale gratis. Pero piénsese que los denominados “derechos sociales”, por ejemplo, no son, en el fondo, sino prebendas que disfrutan algunos y acabamos pagando todos. Y que el anhelo del Estado de Bienestar alberga sin tapujos un proyecto de Estado Providencia que nadie cabalmente puede ya negar.

El argumento —o, mejor, sofisma— que más influyó en la opinión pública para oponerse a la pasada guerra de Irak obedecía a un embeleso: es posible desarmar a Sadam Husein por las buenas y sin uso de la fuerza. He aquí una nítida manifestación de autoengaño y una versión castiza de la ley del mínimo esfuerzo que calan como un chiste fácil en los poco avisados y regalones, cautivando tanto como un Plan de Empleo Rural, por no hablar de la LOGSE, ese artefacto pedagogista que convirtió la capacidad, la aplicación y la disciplina en las aulas en actividad lúdica, octavilla y autoevaluación.

Como no hay bienestar sin salvaguardia, y por pedir que no quede, la ocurrencia de última generación que embruja a la audiencia sostiene que nuestros soldados no deben ir a escenarios de guerra ni a misiones peligrosas porque corren riesgos. Mas si el Gobierno se empeña en ello, que se comprometa a que vuelvan sanos y salvos, pues será responsable de cualquier desgracia, accidente o mínimo percance que pueda ocurrir. Idea tan perversa probablemente se haya gestado en Ferraz o en Miguel Yuste, pero tiene toda la traza de haber sido maquinada por el doctor Caligari o Mabuse.

Las fuerzas políticas y los medios de comunicación que se opusieron al derrocamiento del régimen dictatorial iraquí no se dan por vencidos, y haciendo de la ignominia virtud, mantienen la presión alrededor de la tragedia del Yak-42 y del próximo envío de tropas españolas a la zona, con la esperanza de que la opinión pública siga soliviantada y levantisca, incluida la más próxima a los medios castrenses. No sólo se procura amotinar a la tropa sino sublevar también a sus familiares, bajo la ya experimentada estrategia de incrementar la crispación y mezclar consignas y sentimientos. En el solemne funeral celebrado en la base aérea de Torrejón en homenaje a las víctimas del siniestro aéreo de Turquía, ya vimos a un familiar abalanzarse sobre los féretros al grito socorrido de “Mi hermano. No a la guerra. No a la guerra”. Fin del primer acto.

El pasado día 15 de julio, en la base naval de Rota (Cádiz), grupos de familiares recibían a los tripulantes del buque de asalto anfibio Galicia y la fragata Reina Sofía de regreso de su misión en Irak, y algunos de ellos, al calor del disgusto por el retraso del viaje, desplegaron una pancarta en la que podía leerse el lema: “No a la guerra, que es mu perra”. No es seguro que los jóvenes que, según las notas de prensa, protagonizaron el incidente fueran parientes directos de los soldados llegados de Oriente, pero en ellos reconocemos en seguida a perfectos ejemplares de la generación LOGSE, la que desconoce que están atacando a un Gobierno que les ha librado del Servicio Militar obligatorio, que no sabrían localizar Irak o Afganistán en el mapa y que sus ejercicios de redacción serán muy progresistas, pero en lo académico no progresan adecuadamente. Lo cierto asimismo es que varios asistentes portaban ostensibles pegatinas de “No a la guerra” (junto al logotipo bien visible: IU); que el ministro de Defensa fue abucheado al personarse en el acto; y que, en fin, nadie recriminó a los exaltados ni quiso distanciarse de semejantes demostraciones. Por otra parte, y como en el caso del Prestige, se está animando de nuevo a los afectados por los siniestros para que dirijan las demandas al Gobierno (y al Estado), en lugar de a las compañías involucradas en las irregularidades habidas y probables, y así lo pague el PP. Y, de paso, todos los contribuyentes.

Pero sigue la función, junto a la reedición del “No a la guerra” aprovechando el momento de radicalización de la reacción integrista islámica y el aumento de bajas aliadas en Irak. En la comparencia del ministro Trillo en la comisión de Defensa del Congreso de los Diputados para informar sobre la contribución de las Fuerzas Armadas españolas en la solución democrática de la posguerra iraquí, volvieron a escucharse cosas pasmosas y a repetirse viejos errores. Continúa sin explicarse abiertamente las razones de una guerra justa y necesaria, que la defensa de la democracia y la libertad implica siempre un riesgo, pero que el mayor peligro es no defenderse. No basta con decir que España actúa por responsabilidad y cumpliendo un mandato de la ONU, como si tratase de una condena o castigo. En vez de razones se escuchan evasivas en tono de disculpa (“la amenaza se valora como baja” o “nos han asignado zonas seguras”) y patéticas plegarias: “Ojalá no hubiera riesgo alguno”. En rueda de prensa el ministro Rajoy, para tranquilizar a la ciudadanía, declara: “A veces da la sensación de que estas fuerzas [armadas] van a participar en una guerra o en actividades militares”...

Ironizando con el estilo oratorio de Federico Trillo, Francisco Umbral le ha dado en una columna el título de “Shakespeare en Irak”. Pero cuando reparamos en las declaraciones del ministro de Defensa y de su Gobierno sobre este tema, en el coro trágico de la oposición que le maldice y en la penúltima romanza de Zapatero, en la que tacha la guerra de Irak de “esa guerra sin diálogo”, se nos antoja más bien estar escuchando por la radio el programa de entretenimiento y humor negro “Gila en Irak”.
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