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ECONOMÍA

¿Se avecina una crisis como la del 29?

El mercado financiero mundial, tan sutil y complicado, infunde miedo: cada vez que un choque inesperado hace caer los valores de algún activo de amplia presencia en las carteras de los inversores cunde el temor a una crisis general.

El mercado financiero mundial, tan sutil y complicado, infunde miedo: cada vez que un choque inesperado hace caer los valores de algún activo de amplia presencia en las carteras de los inversores cunde el temor a una crisis general.
Así ocurrió a principios de año, con la crisis de las hipotecas de peor garantía en EEUU. Luego vino el tropezón de las bolsas de valores de la China continental, traída por una medida antiespeculativa de Pekín. En estos días el susto lo está dando el hundimiento de la cotización de la deuda pública americana y la consiguiente elevación del rendimiento efectivo de la equivocadamente llamada "renta fija". En los tres casos, la sacudida no tuvo repercusiones mayores y la cotización de la también mal llamada "renta variable" sigue firme en las grandes bolsas. ¿Debemos de todas formas ir preparándonos para una crisis mundial iniciada en las finanzas y extendida a la economía real?
 
Pero… ni un paso más sin explicar algunos de los oscuros conceptos del párrafo anterior.
– Cuando los precios de la vivienda y los solares suben continuamente y los tipos de interés cargados en las hipotecas son bajos, un encarecimiento del dinero expone a muchas familias a la insolvencia y el desahucio y puede poner en peligro a las instituciones que las financiaron.
 
– En una economía como la china, anegada en liquidez por el derrame de sus inmensas reservas de moneda extranjera, un mayor impuesto sobre la compraventa de acciones ha ayudado a hacer menos atractiva la especulación.
 
– Digo que la deuda pública y las obligaciones de compañías privadas no deben designarse como de renta fija, pues si bien prometen un interés nominal fijo, el efectivo de su rentabilidad aumenta cuando su valoración cae: un 4% sobre un valor 100 se convierte en un 5% sobre un valor 80.
 
– Digo también que es un error hablar de "renta variable" porque su diferencia con las obligaciones no está en lo variable de la rentabilidad, sino en el mayor riesgo de las acciones comparado con el hecho de mantener deuda del Estado.
 
– Por fin, hay que distinguir entre crisis financieras y reales: aunque los dos tipos de crisis se repercuten mutuamente, no sería imposible una crisis financiera, pese a que las economías del mundo entero están pasando por una época dorada de crecimiento sin casi inflación y a que las economías de la UE y Japón están reviviendo.
El peligro, hoy, es que se produzca una crisis que haga caer las fichas de dominó del sistema financiero mundial una tras otra.
 
Desde que se abandonó efectivamente el patrón oro, durante la I GM, vivimos en un mundo de dinero fiduciario, o dinero basado en la fe, de monedas creadas de la nada por los bancos centrales que luego la banca comercial multiplica al crear depósitos y tarjetas de débito y crédito. Una duda grave sobre la solvencia de una gran compañía financiera empuja al público a vaciar las cajas de todos los bancos, incluso las de los más solventes. La financiación crediticia corre entonces peligro de secarse, lo que puede llegar a frenar bruscamente o a hacer que se contraiga la actividad real.
 
En un sistema de monedas fiduciarias hay distintas fuentes de inestabilidad que pueden ocasionar pánicos financieros. Pensemos, así, en  
– la insolvencia de instituciones invertidas en activos financieros, como son futuros, opciones u otros derivados muy "apalancados", es decir, con alta exposición al riesgo del mercado con un depósito insignificante (recuerden los temblores causados por la pérdida de 6.000 millones de dólares del fondo Amaranth al apostar a una subida del precio del gas natural);
 
– el derrumbe de los precios inmobiliarios o de la deuda pública, lo que hace peligrar la liquidez de quienes concedieron créditos y de sus financiadores (como podría estar ocurriendo ahora);
 
– el contagio de huidas de capital extranjero, con devaluaciones forzadas, como consecuencia de la política macroeconómica imprudente de un solo país (fue el caso de la crisis asiática de 1997 tras el tropezón de Tailandia);
 
– las reacciones de pánico tras lo que Taleb ha llamado "cisnes negros" en su libro de este año: acontecimientos catastróficos altamente improbables, como el ataque de 2001 a las Torres Gemelas y el Pentágono;
 
– las recomposiciones de activos tras una repentina corrección mundial de desequilibrios monetarios y comerciales (como sería una caída libre del dólar hasta enjugar todo su déficit exterior, con la pérdida de su papel de moneda mundial).
Sin embargo, considero improbable una catástrofe financiera mundial por alguna de estas causas.
 
Para empezar, los principales bancos centrales han aprendido bien su papel de prestamistas de última instancia –quizá demasiado bien, vista la excesiva liquidez creada por la Reserva Federal en estos primeros años del siglo XXI–. Además, y sin pretenderlo nadie, ha aparecido un mecanismo automático que permite a cada zona monetaria aislarse suficientemente de los errores cometidos por las autoridades de otros países.
 
Desde que los banqueros centrales de las grandes zonas monetarias del mundo concentran su atención principalmente en mantener la inflación por debajo de un máximo, las crisis macroeconómicas, al contrario de lo que se cree, han dejado de ser necesariamente contagiosas.
 
Como explica Andrew K. Rose, el sistema monetario internacional está en el polo opuesto del creado en Bretton Woods: ni el oro, ni la Reserva Federal ni el FMI son ya los protagonistas del escenario financiero. Al abandonar los tipos de cambio fijos y el control de los movimientos de capital, cada zona monetaria puede perseguir con relativa independencia su propia política macroeconómica.
 
No creo, pues, probable una gran crisis financiera internacional, como la de 1929. Otra cosa es que alguna economía real, o incluso amplias zonas del mundo, entren en recesión: en algún momento tiene que ocurrir.
 
 
© AIPE
 
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