A ese afán se sumaba el deseo de saber: cuenta Henry Morton Stanley que Livingston "difirió continuamente su regreso a la patria a causa de una demasiado escrupulosa fidelidad a una promesa [...] él se encargaría de descifrar el misterio de la cuenca norte del Tanganyika". Aquellos hombres se sentían responsables de una misión, y no experimentaban la menor culpa respecto de ella. Bien al contrario, se sentían orgullosos de abrir rutas al comercio y, con él, a la cultura.
Ese ideal fue traicionado en gran medida por los encargados de realizarlo, validando en parte la célebre aseveración de Benjamin: "No existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie".
Robert Louis Stevenson, quien distaba mucho de ser un partidario del colonialismo y se asombraba de que el protagonista de uno de sus cuentos de los mares del Sur detestara a los franceses y amara a los americanos y a los ingleses ("Puedo, en parte, explicarme su antipatía por los franceses, pero no su tolerancia con los anglosajones"), narra para ilustrar la superación del canibalismo la historia de Kekela, un nativo, primitivo evangelizador de la isla caníbal de Hiva-oa, que salvó la vida del contramaestre de un barco americano, un tal Mr. Whalon, que había sido capturado e iba a ser comido por los naturales del lugar.
Tras su aventura de feliz término, Whalon regresó a los Estados Unidos y contó lo que le había sucedido. Para recompensar a Kekela, el Gobierno de los Estados Unidos le entregó una suma de dinero y el presidente Lincoln le obsequió con un reloj de oro. Kekela envió a Lincoln una carta de agradecimiento, generosamente extractada por Stevenson en el capítulo X de Islas del Sur, tras anunciar, con toda razón: "No envidio al hombre que pueda leerla sin emocionarse". Escribe Kekela a Lincoln:
"[...] la buena acción que realicé [...] es fruto de una simiente venida de vuestro gran país, traída por algunos de vuestros compatriotas que poseían el amor de Dios. Fue plantada en Hawaii y yo la trasplanté [...] la fuente de cuanto es bueno y verdadero, es decir: el amor [...] es una gran cosa y de la cual vuestra nación puede glorificarse ante todas las naciones del mundo [...] la simiente más preciosa ha sido traída al país de las tinieblas. Ha sido implantada en él no con los fusiles, por hombres de guerra o por amenazas, sino plantada allí por mediación de los ignorantes, de los negligentes, de los desconocidos".
El trader, el ignorante civilizador, tampoco sentía culpa.
La culpa colonial es un sentimiento que se extiende en Europa después de la Segunda Guerra Mundial y en los Estados Unidos al hilo de la guerra de Vietnam, que llega a despertar incluso los demonios interiores de la conquista del Oeste. La Larga Marcha de Mao Zedong no es otra cosa que una prolongada campaña de descolonización. El Reino Unido ganó la guerra, pero inició en el mismo proceso su retirada de las colonias, empezando por la India, que había hallado en Gandhi un líder a su medida. Pero tanto China como India eran países antiguos con una civilización propia, en los que la colonización representó a la vez atraso y progreso.
Otra cosa, muy diferente, sucedía en África y en Oriente Medio, donde la decadencia de los árabes y el atraso de los africanos sólo podía engendrar nuevos países, candidatos al rango de naciones, con gran dificultad. Gran Bretaña estaba agotada tras una guerra en incontables frentes, en la que ni siquiera los aliados eran constantes. Ben Gurión decía que había que combatir en Europa junto a los ingleses como si no existiera la cuestión palestina, y en Palestina contra los ingleses como si no existiera Alemania. Francia, el país europeo menos maltratado por la guerra gracias a su colaboracionismo, consiguió retener Argelia durante más de una década, pero ese empeño pudrió a la sociedad francesa desde el interior.
El proceso de creación del África actual se inició en el Congo belga, donde tuvo lugar el acontecimiento más sonado de la Primera Guerra Fría en la región: el asesinato del dirigente comunista Patrice Lumumba, pero el Frente de Liberación Nacional argelino venía combatiendo desde 1954. La de la revolución argelina fue una historia terrible, generalmente escamoteada y que no podía terminar de una manera diferente: en integrismo islámico, asesinatos, tortura, desapariciones y barbarie. Gilio Pontecorvo concentró su relato de La batalla de Argel en la represión de la OAS y se detuvo exactamente un instante antes de verse obligado a contar lo de la otra parte.
Camus, que era argelino y sabía lo que iba a pasar, se negó a poner su prestigio al servicio de esa revolución, respaldada por los soviéticos, dirigida por el musulmán Ben Bella y financiada en parte mediante la explotación de prostíbulos. Sartre, convencido anticolonialista, al que no le preocupaba preservar, por ejemplo, la escuela pública francesa y la universidad francesa en Argelia que habían permitido que de allí surgiera un Camus, se situó exactamente enfrente.
Franz Fanon era un psiquiatra martiniqués, negro, descendiente de esclavos, según él mismo destacó siempre, formado profesionalmente en la universidad francesa, en París, que odiaba profundamente a Francia y que se sumó a la lucha argelina desde el comienzo. Habló en nombre de África en unos cuantos libros, entre ellos Escucha, blanco y Los condenados de la tierra. Este último se convirtió en referente de los intelectuales populistas de todo el planeta en los años 60 y 70 gracias a un prólogo de Jean-Paul Sartre. Lo leyeron los castristas y los peronistas, y no lo leen ahora los chavistas porque leen menos que los castristas y los peronistas.
Fanon escribió, para admiración de Sartre: "Abandonemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina dondequiera que lo encuentra [...] que en nombre de una pretendida 'aventura espiritual' ahoga a casi toda la humanidad". Sartre glosa en su prólogo "la increíble paciencia" con que Fanon y otros escritores de las colonias "trataron de explicarnos que nuestros valores no se ajustaban a la verdad de su vida [...] quería decir, más o menos: ustedes nos han convertido en monstruos, su humanismo pretende que somos universales y sus prácticas racistas nos particularizan".
De resultas de lo cual había que poner manos a la obra y derribar no el racismo, sino la noción de universalidad. Esto es lo que se viene repitiendo desde entonces, en diversos tonos: habéis querido que nos pareciéramos a vosotros, pero no nos parecemos ni queremos parecernos. Y vamos a demostrarlo con sangre: "El colono no tiene más que un recurso: la fuerza cuando todavía le queda", anota Sartre.
El prólogo fue escrito en septiembre de 1961, Fanon murió de leucemia en diciembre de ese año y, poco después, Sartre mostró cierta comprensión hacia Israel. Entonces la familia de Fanon obligó a retirar el prólogo de ediciones sucesivas. Con el tiempo Sartre se reformó y el prólogo, que ha sido más influyente que el libro, recuperó su lugar. Ahora se puede leer en español publicado por Txalaparta, en Tafalla, con la página de créditos en euskera.
Una nota para el cierre: cuando Francia llegó a Argelia, en aquel territorio se hablaban 29 variantes del árabe, mutuamente ininteligibles. La independencia de Argelia tuvo, pues, que hacerse en francés, lengua franca del país, en la que fueron alfabetizados por la potencia opresora todos sus dirigentes.