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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Salvar la Constitución española

¡Qué tiempos y qué modos! En esta semana festiva, han sucedido cosas pasmosas. Al actual Gobierno socialista no se le ha ocurrido mejor manera de conmemorar el XXVI aniversario de nuestra Carta Magna que ponerla en el punto de mira y en el banquillo de los acusados, mancillando así su inmaculado proceso constituyente, sofocando su presente y amenazando su futuro. Lo peor de todo viene cuando quieren explicarse. Y algunos incluso les siguen la corriente. ¡Qué semana!

Que los nacionalistas e independentistas, y cada día más socialistas, odian España y a los españoles, su lengua común y su Constitución integradora, que no aspiran sino a un mañana con "menos España", es cosa probada y en proceso de consumación. Si les dejan. ¿Y quién les deja hacer? Nada menos que el Gobierno de la Nación. Nunca digas nunca jamás, se dice. Pero, creo, en verdad, que nunca hasta ahora la política española se ha encontrado en un momento tan delirante: no digo "difícil" o "trágico", sino "delirante". Han habido, hay y habrán Gobiernos canallas y criminales, mentirosos y ladrones, extorsionadores y expoliadores: ¡qué Gobierno de algún modo no lo ha sido, lo es y lo será por siempre jamás, teniendo los ciudadanos que sufrirlo! Ahora bien, el nivel de cinismo y desvergüenza demostrados por la modernísima sección femenina y la secta poscultural de dirigentes políticos que nos manda supera, me parece, todo lo conocido hasta hoy. Si las universidades no fueran lo que son (es decir, la negación de su ser), la filosofía y la ciencia políticas no darían abasto en programas de investigación y en proyectos de antologías del disparate.
Llega el vigente Presidente de la Cámara y manda a formar. Breve declaración institucional: "Amar la Constitución implica cuidarla y mejorarla", afirma en el discurso de bienvenida a los invitados a la recepción en el Congreso del XXVI aniversario de la Constitución española. Los asistentes, oyentes y espectadores, en general, entienden el mensaje, aun vaporoso y entre tinieblas: quien mucho te quiere, te hará llorar; hay amores que matan; la maté porque era mía. Y cosas así, que en el refranero, el cancionero o el cine hacen su papel, incluso hacen gracia. Mas, llevadas a la realidad, generan pavor. Para concluir, Manuel Marín remata el tinglado con esta exclamación, más propia de Tip o Coll que de un alto cargo público: "¡Que dure mucho tiempo!" Y encima, pitorreo.
 
Maragall no acude al funeral constitucional, disfrazado de celebración, ni falta que le hace. Aunque manda un mensaje corto directo al cráneo del actual Presidente del Ejecutivo ejecutor, que cada día se asemeja más al de un césar imperator romano rebosante de ciudadanismo republicano, de dos palabras: "comunidad nacional". A José Luis Rodríguez, suma y sigue, erre que erre, semejante sandez se le antoja una genuina "aportación doctrinal". Probablemente, a continuación vendrá la constitución (con perdón) de un "comité de expertos" que procure sacarle partido… a la situación. Dime de qué presumes y te diré de qué careces (hoy no salimos del refranero). El caso es que este Gobierno, grupo parlamentario y asesores reunidos, que se las dan de tan ilustrados, tan amigos de la "gente de la cultura", tan cargados de razón, tan repletos de catedráticos de derecho constitucional y atornillados a la ley, derrochan una ignorancia tan supina en asuntos de ciencias y letras, pontifican laicamente y hablan con tanto desparpajo de lo que ignoran, que no luego no extraña que, por resentimiento, esgriman la LOGSE para arruinar la enseñanza pública, legislen invadiendo la vida privada y alimenten un pensamiento único, que en lo único en que piensa es en que se deje de pensar, en este país, que decía Clarín.
 
Vamos a ver cómo se lo explicamos para que lo entiendan. Como ha expuesto con gran precisión el filósofo noruego-americano Jon Elster (por ejemplo, en Ulises desatado. Estudios sobre racionalidad, precompromiso y restricciones), la mayoría de verdaderos entendidos en constituciones políticas coinciden en concebirlas como mecanismos de "precompromiso", de autocontrol ante el futuro, es decir, de autorrestricción, elaboradas por el cuerpo político con el fin de protegerse a sí mismo contra su previsible tendencia a tomar decisiones imprudentes. No se trata de que las constituciones se blinden artificialmente ni de que sean "eternas", como se afirma con impertinente y estúpida puerilidad, sino de que, por su propia naturaleza, nacen para durar y garantizar estabilidad, no para morir de amor o de éxito. En esta línea argumentativa, John Potter Stockton declara: "las constituciones son cadenas con las cuales los hombres se atan a sí mismos en sus momentos de cordura para evitar perecer de suicido el día que desvaríen". Y, todavía más claro, acaso previendo los desafueros y alegrías de tipos sociológicos como Maragall, Friedrich A. Hayek deja escrito en su The Constitution of Liberty (1960) que una constitución es una atadura que el Peter sobrio impone al Peter bebido.
 
En suma, las constituciones no pueden ni deben tomarse a modo de un campo de maniobras, donde hacer experimentos o enredar con batallitas, ahora que se está en contra de la guerra, ni para pagar prendas a los grandes y pequeños hermanos de la camorra y el último tango en Perpiñán, porque con las cosas del orden político y la seguridad de las personas no se juega. Además, la mayor parte de las polémicas surgidas en España giran sobre el porqué no de su reforma, no sobre el porqué sí, es decir, sobre la presunta necesidad que la impulsa, sobre su presumida urgencia. ¿Cuántos españoles están informados sobre los cambios constitucionales en liza? ¿A cuántos, en verdad, les preocupa y motiva la cosa?
 
Con todo, esta consideración no sólo interesa a la Carta Magna. También concierne a reglamentos legislativos particulares, como la ley sobre el divorcio o el aborto. Serán éstos más "modernos", pero no son más justos ni prudentes porque acorten los plazos de las decisiones de los individuos afectados, como parece pretenderse ahora. Los matrimonios no son, en efecto, eternos ni las gestaciones, inevitables, mas no por ello debe calificarse de "aportación doctrinal" el proclamar que su destino y vocación consisten en ser interrumpidos lo antes posible. Para afrontar grandes, y pequeñas, decisiones y transformaciones, debe actuarse con prudencia y concederse tiempo de reflexión, no propiciar ni estimular la precipitación ni el cambio por el cambio.
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