Es éste un fenómeno que parece estar extendiéndose en la vida financiera como… como el fuego por un barrio chino en el que los restoranes están generosamente asegurados. En su versión más inmediata, consiste en el efecto contraproducente que tiene la cobertura de un riesgo cuando induce al asegurado a correr riesgos que no correría si no gozaran de tal cobertura. Pero no es necesario que la conflagración o el accidente inducidos ocurran inmediata o visiblemente; por eso propongo la denominación "riesgo inducido", y no "siniestro inducido".
El concepto de riesgo inducido cubre fenómenos que quedan muy fuera del campo de los seguros. Así, incluye las medidas a la postre contraproducentes que han venido tomando las autoridades financieras ante la crisis que se inició el verano pasado. También avisa de la incitación a la piratería de debilidades como la del Gobierno español en el secuestro del pesquero Playa de Bakio, o señala la reducción del ahorro personal traída por el sistema de pensiones no capitalizadas de la Seguridad Social.
Es sabido que una de las funciones de los bancos centrales consiste en ejercer de prestamista de última instancia. Lo que se pretende es evitar que la quiebra de un banco deje al sistema sin medios de pago. Y es que las monedas y billetes que llevamos en el bolsillo no conforman la mayor parte del dinero que empleamos los particulares y las empresas; ésta se encuentra en los depósitos que los bancos comerciales custodian para nuestro uso. Así las cosas, una cadena de suspensiones de pagos en la banca comercial supondría un durísimo golpe a la liquidez del sistema monetario de un país, y quizá del mundo entero; y seguramente daría lugar a un pánico general como el que tuvo lugar en 1929-30. Sin embargo, cuando un banco central se ve obligado a salvar una banca comercial o de inversión que ha invertido sus dineros de forma imprudente está fomentando un falso sentido de seguridad, con graves consecuencias para el futuro.
Ejemplo reciente de un salvamento de este tipo lo encontramos en el caso Northern Rock. Esta entidad se vio forzada a acudir al Banco de Inglaterra porque en el mercado monetario nadie le prestaba a corto plazo el dinero que necesitaba para financiar sus préstamos hipotecarios. El pánico se apoderó de los depositantes, que formaron largas colas ante las sucursales del NR, y el Gobierno británico intervino para asegurar la liquidez de las cuentas corrientes del mismo durante un año; finalmente, se vio forzado a nacionalizarlo para reflotarlo y revenderlo (en un futuro sin definir).
Está también el salvamento in extremis de Bear Stearns (BS), un banco de inversión de Wall Street con graves problemas de liquidez. Se trató de una intervención que de hecho infringió las reglas de prudencia en el mercado financiero, ya que el sistema de la Reserva Federal tiene prohibido prestar fondos a instituciones, como los bancos de inversión, que no forman parte de su club de bancos comerciales. Como BS era un inversor "demasiado grande para permitir su quiebra", según la expresión consagrada, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York prestó fondos a JP Morgan para que, a su vez, esta entidad se los prestara al BS; a cambio, se lo quedaba a precio de saldo; ¡qué a precio de saldo: a precio de incendio!
Ahora, el presidente y el Congreso de los EEUU están viendo la forma de ayudar con fondos públicos a quienes no pueden pagar la hipoteca, para que no se queden sin casa. Salvar a bancos y propietarios de inmuebles de las consecuencias de sus acciones imprudentes es una incitación a que ellos u otros se comporten de la misma forma durante la próxima burbuja especulativa. Cierto es que los accionistas de los bancos salvados habrán perdido la mayor parte de su capital, pero no estoy tan seguro de que los gestores responsables del desaguisado carguen con todas las consecuencias de su imprudencia.
Toda medida de protección o indemnización en la que aparezca una asimetría de información puede dar lugar a comportamientos abusivos. No es sólo en el mundo financiero donde el riesgo inducido se ha convertido en una preocupación grave. Si la persona protegida puede comportarse de forma subrepticiamente engañosa, aparecerá el riesgo inducido. Por ejemplo: es sabido que la obligación impuesta a los conductores de atarse con un cinturón de seguridad lleva a una disminución de los accidentes que sufren aquéllos... y a un mayor riesgo de daño para los peatones. Incluso puede darse el caso de que uno se engañe a sí mismo, como cuando se anuncian galletas sin grasa pero abundantes en calorías, lo que produce una engañosa sensación de seguridad a las personas expuestas a la obesidad.
El concepto de riesgo inducido va incluso más allá de las medidas legales o administrativas encaminadas a proteger a depositantes de fondos, conductores imprudentes u obesos incontinentes contra las consecuencias de sus propias acciones. También hay que examinar con cuidado toda decisión pública que busque aliviar las consecuencias dañinas de una acción individual imprudente o incluso delictiva. Parece que el Gobierno español no sólo ha pagado el rescate de los marineros secuestrados en la costa de Somalia, sino que ha prohibido a nuestra Marina cualquier acción de represalia contra los piratas. Si es así, la incitación a repetir los secuestros es irresistible.
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