Esta última visión lamenta que se produzca un aumento de los ingresos de divisas provenientes de las exportaciones, porque revalúa la moneda local. Lo que, a su vez, perjudica las exportaciones de otros productos –las hace, pues, menos competitivas– y también a las actividades locales que compiten con las importaciones, que se vuelven más baratas.
Este fenómeno recibe el nombre de enfermedad holandesa debido a lo que sucedió en los años 60 en los Países Bajos cuando se descubrió gas natural en el Mar del Norte. Lo que debería ser una buena noticia se convierte en un problema, y el hallazgo o el desarrollo de recursos naturales en una maldición que termina hundiendo el resto de la economía. Vale la pena señalar que no fue eso lo ocurrido en Holanda: el país atravesó sin mayores convulsiones ese periodo y sus industrias volvieron a exportar como antes; y los ingresos generados por la nueva producción terminaron beneficiando a todos.
En América Latina ocurre algo similar, aunque sus países han adoptado distintas estrategias para enfrentar el problema. Una alternativa es no hacer nada, dejar que la moneda se revalúe y forzar a la industria local a que se vuelva más competitiva; por ejemplo, aprovechando los bajos precios de la maquinaria importada para modernizarse. Hay casos en que no se interviene en el mercado cambiario pero se ayuda a la producción local con algún tipo de subsidio o reducción impositiva. Es lo que ocurre en Brasil y Chile, si bien el Banco Central de este país ha anunciado un programa de intervenciones cambiarias.
La otra alternativa la muestra Argentina. Allí el gobierno interviene activamente para mantener fijo el tipo de cambio, pero la revaluación sucede igual: a través del aumento de los precios internos. La inflación argentina para este año se estima en un 30%, mientras que el peso se devalúa alrededor del 10%.
El fenómeno es inevitable, no se puede esconder con maquillaje cambiario.
Pero ¿son esas las únicas alternativas disponibles? Por cierto que no. Un gobierno que observase ese proceso de revaluación podría ayudar a la competitividad de la industria desregulando los mercados de forma tal que el costo de producir localmente cayera. Esto sería especialmente importante en el caso de los mercados laborales, altamente regulados. También podría resignar recursos fiscales y reducir la carga impositiva sobre la producción. Pero muchas veces los gobiernos se resisten a perder ingresos, es más, lo que suelen hacer es tratar de aumentarlos, lo que complica aún más la situación.
Una alternativa adicional y poco discutida se desprende de la propuesta realizada por F. A. Hayek sobre la competencia de monedas. Para que los exportadores de productos perjudicados por una revaluación pudieran evitar tales efectos se les podría permitir realizar todas sus operaciones en la moneda que perciban.
Pensemos en un chileno que exporta vino a Europa y suele cobrar sus exportaciones en euros; pues bien, la idea es que se le permita operar totalmente en esa moneda, acordando con sus proveedores o empleados el pago en la misma. De esta forma eliminará el riesgo cambiario que le está perjudicando. De la misma forma, un exportador a Estados Unidos podría manejarse en dólares, y así sucesivamente.
Esta alternativa no implica un costo fiscal para el Estado, podría solucionar el problema y además avanza en el fortalecimiento de la libertad y el derecho de cada individuo o empresa a utilizar la moneda que estime conveniente. E incide, además, en la idea de que no todas las soluciones han de buscarse en intervenciones que alteran el funcionamiento de los mercados.
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MARTÍN KRAUSE, académico asociado del Cato Institute y profesor de Economía y secretario de Investigaciones de Eseade (Argentina).