Probablemente su primera utilización viene del propio General De Gaulle en su llamamiento fundacional del 18 de junio de 1940 en el que, utilizando las ondas de la BBC, llamó a la lucha recordando que “la flamme de la résistance française ne doit pas s'éteindre et ne s'éteindra pas” (la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará). Marca registrada que por extensión se aplicó a todos los movimientos de lucha contra el ocupante alemán en Europa.
Si no me equivoco, aquellos combatientes no solo fueron los primeros en ser así llamados, sino que una vez terminada la guerra prácticamente no se ha vuelto a utilizar. Y no es que en las décadas posteriores cesaran las luchas entre grupos más o menos irregulares frente a tropas de ocupación. Sin embargo, su indeleble asociación con la lucha anti-nazi hizo que en guerras posteriores se hablase de guerrillas, frente de liberación, etc, pero nunca más Resistencia.
Por ello, lo más triste es escucharlo proviniendo de representantes público del propio Estado francés. El que los herederos directos de aquel impulso sublime lo apliquen a cafres del partido Baas o islamistas es un desprecio a su propia memoria colectiva (y a la de un servidor en su mitad francesa).
En los bombardeos aliados sobre territorio francés durante 1944 murieron infinitamente más civiles franceses que en toda la guerra de Irak. Solo en la ciudad de Caen en julio de 1944 murieron más habitantes que durante todo el último conflicto en oriente. Sin embargo, nunca he oído el menor reproche a lo que siempre se consideró como un terrible precio que se debía de pagar por la libertad.
Igualmente frustrante fue escuchar el calificativo de resistencia por periodistas de nuestra televisión pública el mismo día que se informaba del trágico asesinato de nuestro hombres del CNI. Prostitución terminológica que solo puede explicarse, amén de por la incultura generalizada de la clase periodística, como el fruto del entusiasmo de toda una generación intelectual que al fin encuentra alivio en la ocasión de criminalizar a los americanos. Si los islamistas son resistentes, lo yanquis son asimilables a los nazis. Mejor imposible.
Trazar la frontera entre el terrorismo y la lucha legítima no siempre es tarea fácil. Quizás la más obvia reside en calificar de criminal el ataque a civiles indefensos. Más difícil se hace cuando el objetivo es militar y ocupante de un territorio extranjero. Sin embargo en estos casos no se podrá dejar de comparar la motivaciones que inspiraban a los originarios resistentes con los actuales, así como el ideario de los ocupantes alemanes con el de los aliados en Irak.
Tampoco se puede hacer abstracción del riesgo asumido por los denominados resistentes. En España, nuestra triste experiencia ha impuesto la gráfica expresión del “tiro en le nuca”, o en el mejor de los casos pequeñas emboscadas sin posibilidad de defensa eficaz por el atacado. Frente a estos modos, la Resistencia a la que ahora se quiere asimilar asumió pérdidas terroríficas que se cuentan por decenas de miles. Amén de las clásicas operaciones de sabotaje, combatieron a campo abierto como en las semanas que siguieron al desembarco de Normandía en que bloquearon hasta ocho divisiones alemanas que trataban de acudir a echar a los aliados de la cabeza de playa.
Son demasiados elementos definitorios que no se encuentran ni por asomo en el conflicto en Irak. Ejercicio intelectual que no resiste ni las primeras etapas del análisis. Pero como explica J. F. Revel en una cita memorable, la ideología es una maquina eficacísima de selección interesada de datos. Se descartan los que contradigan la conclusión que se quiere alcanzar, enfatizando aquellos que la corroboren por escasos e intrascendentes que sean. Tras décadas de tragar mucha saliva, se le ha visto el plumero a legiones de creadores de opinión que han creído ver un primer exponente de debilidad en el único enemigo verdadero, los EE.UU., y han entrado con ardor renovado en la brecha.
Todavía recuerdo con espanto las columnas de Antonio Gala y Paco Umbral en el Mundo del 12 de septiembre de 2001. No habían pasado ni 24 horas desde la tragedia pero, en un ejemplo de autocontrol encomiable, no dejaron de escapar ni una sola onza de piedad. El primero incluso adelantaba la justificación en tan temprana hora con los muertos aún calentitos.
En fin, si De Gaulle levanta la cabeza se vuelve al hoyo...