Tengo, tenemos cuatro años por delante, cuatro miserables años por delante, para criticar, despotricar y combatir, y no serán las infamias lo que faltará para nutrir nuestras indignaciones y nuestras crónicas. Pero esta mañana me encuentro solo, "desierto y sin arena" y, en una palabra, aburrido de la política española; y, las cosas como son, de los españoles, un pueblo que fue violento, apasionado e intransigente, con exceso, pero que se ha convertido, según las urnas, en un pueblo tibio, timorato, pacífico y cobarde que se satisface con embusteras palabras de paz, concordia y diálogo cuando el terrorismo etarra sigue matando y el terrorismo islámico sigue amenazando. Pero, bueno, ¿cuál de los candidatos ha hablado realmente de eso? Se mire como se mire, es tan triste que prefiero dejarlo. Por ahora.
Aquí estoy, como tantos y mucho más ilustres que yo, ante "la angustia de la página en blanco". ¿De qué voy a poder escribir para cumplir con mi deber? Podría, de paso, pero con simpatía, saludar y expresar mi pésame a Liliana Maria Dahlmann, secretaria, amante y esposa in extremis de Isabel Álvarez de Toledo Maura. Se casaron, me imagino, para que Liliana fuera la heredera legal del palacio y archivo de Sanlúcar de Barrameda, que uno de los hijos de la duquesa, el que lleva el poético título de Conde de Niebla, quería convertir en casino, me dijo Isabel. Pero no, me equivoco, porque ese palacio y archivo ya se ha convertido en patrimonio histórico nacional, y no podría ser de pronto un casino (no de esos en los que los notables provincianos duermen la siesta, sino en los que se juega a la ruleta, por ejemplo).
Conocí, brevemente, a Liliana en 1982, con motivo de un reportaje para la tele francesa. Me miraba, Liliana, con infinito recelo, y casi parecía que con odio: ¿cómo me atrevía a tratar y bromear así con su adorada duquesa? Gruñía como un mastín. Luego, cuando se enteró de que nos conocimos en París, y de que nuestras madres se apellidaban Maura, suavizó algo su actitud, pero no demasiado. Pese a todo, era una mujer encantadora, con chispa, y digna heredera de la Fundación de Medina Sidonia.
Por cierto, ese reportaje fue un desastre, primero profesional, ya que nunca se emitió; luego, porque me enfurecí tanto, que rompí para siempre toda relación con José María Berzosa, el realizador, aunque no estoy seguro de que eso sea un desastre. Ocurre que estamos en 1982, y que Felipe González y Alfonso Guerra habían ganado las elecciones unos meses antes, y nuestro reportaje, que se había concebido como satírico y divertido, se convirtió en bodrio propagandístico sociata, tan torpe que se archivó para siempre. A menos que lo tiraran tranquilamente a la basura.
Y yo que quería huir de estas elecciones de 2008, me enfrento con las de 1982. Los sucesivos Gobiernos de González tuvieron en política exterior una actitud más positiva que los de Zapatero, ya que aquél participó en la llamada Guerra del Golfo –primer acto de la de Irak–, apoyó la permanencia de España en la OTAN, negociada por Leopoldo Calvo Sotelo, y no fue tan sistemáticamente antiyanqui como Zapatero y su ridículo ministro Moratinos. Pero sus lacras son harto conocidas, con los matones a sueldo del hampa francesa de los GAL, los desfalcos y negocios sucios de todo tipo, el dinero a granel de los nuevos ricos sociatas, alguno de los cuales llevaba el simbólico apellido de Feo, y además un paro por encima del 20%. Cito algunos datos, pero hay más.
Ocurre que, como reacción ciudadana, se votó a José María Aznar, primero por mayoría relativa, luego por mayoría absoluta. Y ya que ese imbécil de Javier Moreno, director de El País, se autoriza ordenar la "hoja de ruta" que deben seguir Zapatero como Rajoy, con tal caradura que resulta cómica (v. el número del jueves 13), recordaré a ese señor que se cree importante que Aznar jamás fue, ni tuvo fama de serlo, tan timorato, centrista y blandengue como Rajoy, sino todo lo contrario. Y ganó.
Y si se observan las últimas elecciones, y para quedarnos en Madrid (de Valencia no hablo porque la conozco menos), quien gana, las autonómicas como las legislativas, es Esperanza Aguirre, presentada por El País, la SER, el PSOE, La Vanguardia, parte de ABC, TVE, El Periódico, Público y cristo que lo fundó como la representante de la "línea dura", de la extrema derecha del PP. Pero resulta que gana. Y no por ser lo que sus adversarios, fuera y dentro del PP, dicen de ella.
Esperanza Aguirre es lo que más se aproxima a una política liberal, en el sentido genuino del término, y por eso precisamente tantos la odian, porque es más peligrosa para los socialburócratas, los simancas y demás ralea, quienes intentan desprestigiarla acusándola de lo que no es, porque no se atreven a acusarla de lo que es. Y por eso gana.